La extraña guerra de Raúl Castro
ADOLFO RIVERO CARO
Raúl Castro le ha declarado la guerra a la corrupción gubernamental, al robo y las ilegalidades e indisciplinas laborales. Ha anunciado, a bombo y platillo, severas medidas contra los culpables, a iniciarse el 1 de septiembre. Todo esto es muy extraño. Raúl Castro tiene que saber que la corrupción, el robo y la indisciplina laboral son elementos esenciales del socialismo, sencillamente porque son los que lo hacen soportable. Erradicarlos es imposible y pretender hacerlo es jugar con fuego. La nomeklatura cubana va a recibir estas medidas con profundo resentimiento. Nadie conoce mejor el tupido sistema de prebendas que es el socialismo. Todos saben que Fidel tiene decenas de lujosas mansiones en toda la isla. Es cierto que su gusto occidental no se inclina a los palacios de Saddam Hussein, pero tiene cotos de caza particulares y, cuando viaja al exterior, alquila varios pisos de los hoteles más caros del mundo. Hace un par de años ordenó un nuevo avión de lujo y su yate particular no tiene nada que envidiarles a los de los jeques árabes.
Los distintos niveles de la nomenklatura también gozan de vastos privilegios. La diferencia está en que se pueden perder en cualquier momento. Dependen del arbitrio del dictador. Y la preocupación fundamental del dictador es la lealtad política, lo demás es secundario. De aquí que robar sea un pecado venial. Sólo requiere guardar la forma. Debe de estar razonablemente oculto de las masas porque, si no lo está, se convierte en un problema político. Son viejas reglas de juego. Pero, si esto es así, ¿por qué estas amenazas de Raúl? ¿Qué sucede? ¿Qué ha cambiado?
La razón parece ser que una parte importante de la nomenklatura está pensando que la desaparición física de Fidel pudiera provocar un colapso del sistema. Esto ha motivado una fuga de capitales al exterior y un incremento vertical del robo. Es una especie de ''albur de arranque''. La crisis se ha producido pese a la masiva ayuda económica de Hugo Chávez, indispensable a la hora de analizar la situación de la isla. Los intereses de los dos regímenes están íntimamente vinculados. El proyecto megalómano del venezolano descansa sobre la supervivencia de la revolución cubana. No puede permitir que esa dictadura colapse.
Raúl Castro está afrontando la crisis mediante una ofensiva en dos frentes. De manera pública y visible le ha declarado la guerra a la ''corrupción''. Por supuesto, miles de funcionarios a todo lo largo y ancho del país se sienten secretamente indignados. Todos viven y han vivido siempre de lo que roban. ¿Qué dirigente del partido, empezando por Fidel y Raúl Castro, ha vivido nunca de su salario? Por otra parte, lo importante no es lo que la nomenklatura roba, sino lo que permite robar. Es natural. Si hay algo que asombra a los dirigentes de la base no es que sus empleados roben, sino que vengan a trabajar. ¿Cómo es posible que lo hagan sin transporte y recibiendo salarios de miseria? Exigir en esas condiciones no es propio de un dirigente moderno, sino de un mayoral de la época de la esclavitud. Fidel, por supuesto, es así. Pero ningún otro dirigente piensa de esa forma.
A mi juicio, Raúl comprende esto. En realidad, su ofensiva no es contra la corrupción, sino contra el pánico. Raúl es el capitán que, pistola en mano, está amenazando con matar a los soldados que, acobardados, están desertando. Es una medida temporal y su único objetivo es frenar la desmoralización. Por otra parte, quizás no. Quizás esté influido por tantos años dirigiendo un aparato miltar y realmente crea que la nomenclatura se pueda tratar como una tropa. No lo creo. Sería un disparate. En todo caso, es sólo parte de su política. La otra, la más importante, no ha sido visible. Raúl está liberando la economía. De manera tímida, subrepticia y vergozante pero lo está haciendo. Tenemos que comprender el sistema.
La dictadura puede hacer cambios enormes sin hacer nada. La explicación de esta paradoja reside en la extraordinaria artificialidad del sistema. En Cuba, las fuerzas productivas están constreñidas por una camisa de fuerza. No hay que crear ninguna fuerza productiva, éstas ya existen. Lo único que hay que hacer es liberarlas. Basta con dejar de reprimir a la gente que produce. Las masas están ansiosas por consumir y los productores están desesperados por satisfacer esa demanda y hacerse ricos en el proceso. En Cuba, la escasez y la pobreza son inducidas, son el producto artificial de una política gubernamental. Basta con que la dictadura restrinja el nivel de la represión económica para que la situación de las masas mejore significativamente. Raúl está amenazando a la nomenklatura y, al mismo tiempo, está relajando esa represión para ganar apoyo.
Esta política, sin embargo, es peligrosa. En un momento de tensión con la nomenklatura, Raúl está contando con el apoyo popular que le trae el relajamiento de una represión universalmente detestada. No puede permitirse hostilidades en todos los frentes. De aquí que sea un momento óptimo para exigir reivindicaciones económicas. Después de todo, no son causas políticas y siempre son vastamente populares. ¿Surgirán nuevos líderes para plantearlas? Veremos. Pero es un momento interesante en la extraña guerra de Raúl Castro.