Defensa del muro
ADOLFO RIVERO CARO
Es muy saludable
que estemos discutiendo apasionadamente el tema de la
inmigración ilegal. Es un problema que concierne a la
identidad misma de esta nación. En esencia lo que estamos
discutiendo es si se debe respetar las fronteras. Es una vieja
discusión. La defunción del estado-nación se ha estado
anunciando desde el siglo XIX. Desde la izquierda hasta la
derecha, desde comunistas hasta libertarios, ha habido
minorías en contra de las fronteras porque han estado en
contra de la idea del estado-nación. Hoy, como desde hace
doscientos años, su fallecimiento se nos anuncia como
inminente. Tengo mis dudas. Quizás sea porque estoy siguiendo
ansiosamente la Copa Mundial de Fútbol y me da la impresión de
que su inmenso público es francamente nacionalista. No
percibo, por ejemplo, la extinción del nacionalismo mexicano.
No veo a México abriendo sus fronteras a guatemaltecos,
hondureños, nicaragüenses y otros centroamericanos. Tampoco
veo a decenas de miles de mexicanos cantando en inglés su
hermoso himno nacional. Seré un reaccionario, pero me es
imposible concebirlo. Ni creo que sea una aberración mexicana.
No me parece que los argentinos estén ansiosos por integrarse
con los uruguayos. Ni que ambos sueñen con integrarse a la
vibrante sociedad chilena. Ni que todos estén buscando un
referendum para eliminar las fronteras con sus vecinos
bolivianos. No me parece probable. Todas las fronteras son
muros simbólicos. Podrán ser una simple raya en el piso pero
el que pretenda ignorarla va para la cárcel. Cuidar nuestros
intereses personales no es nada incorrecto: es una cuestión de
supervivencia. En medio de la apasionada discusión sobre la
inmigración, quizás sea pertinente recordar que todos vivimos
rodeados de fronteras, de marcas de límites. Es más, la
vida civilizada sería imposible sin las fronteras, sin el
respeto por los límites legales. Por supuesto, cuando su
valor simbólico se respeta, no hay que levantar muros para
cuidar las fronteras, ni custodiarlas con hombres armados.
Pero ¿qué hacer cuando la gente no respeta los límites de
nuestra propiedad? Entonces hay que poner una cerca y hacer un
muro. No es sino una forma pasiva de imponer el respeto por la
legalidad. ¿O nos van a criticar porque cerramos la puerta de
nuestras casas con llave? ¿Qué sucedería si cualquiera pudiera
entrar en ellas aduciendo estar en una situación difícil o que
a nosotros nos sobra espacio? Comparar una cerca con México al
muro de Berlín es simplemente demagógico. El muro de Berlín
era el muro de una cárcel. Su propio gobierno lo construyó
para impedir que sus ciudadanos pudieran escapar. No es caso
de EEUU: de aquí se puede ir todo el que quiera. Por otra
parte, ¿quién manda en este país? ¿No son sus ciudadanos?
¿Quién puede pretender abrir las fronteras de la nación en
contra de su voluntad? Constantemente se trata de manipular
los sentimientos del público. Todos los días leemos que los
conservadores son enemigos de la inmigración. Es falso. En
Estados Unidos casi no existe la oposición a la inmigración.
Lo que hay es una creciente oposición a la inmigración
ilegal. Y no es un problema banal. Estamos hablando de
once o más millones de personas, la mayoría de las cuales
vienen de un país que tradicionalmente se han jactado de su
antiamericanismo y que, aprovechando la porosidad de una gran
frontera, han entrado en Estados Unidos sin la autorización de
su gobierno. Y esa enorme marea humana probablemente va a
crecer si la mayoría del pueblo mexicano decide considerar a
Manuel López Obrador como su salvador en las próximas
elecciones.
En vez de
criticar a Estados Unidos porque no quiere asimilar a todos
los mexicanos pobres, quizás fuera más apropiado criticar al
gobierno mexicano por no elevar el nivel de vida de su propio
pueblo. En vez de hacer manifestaciones en contra del gobierno
americano, los ilegales tendrían que hacer manifestaciones en
contra de los gobiernos de sus propios países, verdaderos
responsables de su situación. Ningún gobierno mexicano se
sentirá obligado a hacer las reformas que el país necesita
mientras pueda exportar sus pobres a los Estados Unidos. Uno
esperaría que los comentaristas políticos mexicanos
comprendieran esto. Y no está de más recordar que el gobierno
mexicano siempre ha devuelto a los cubanos que han pretendido
escapar de la dictadura castrista como hizo, entre muchos
otros, con Pedro Riera Escalante, un alto funcionario de la
inteligencia cubana destacado en México. No debían tirar
piedras los que tienen el techo de vidrio.