En defensa del neoliberalismo

 

La importancia de ser francés

 



E
l gobierno de Francia acaba de darles un inesperado ejemplo a Europa y a todo el mundo occidental. Nicolás Sarkozy, el carismático Ministro del Interior, ha ordenado la deportación de unos 25 clérigos fundamentalistas que han estado predicando la guerra santa (yihad) contra el país que les abrió sus puertas. Según Sarkozy, se han puesto bajo vigilancia 40 de las 1,500 mezquitas francesas donde regularmente se convoca a matar franceses. A mi juicio, la decisión refleja un profundo humanismo. ¿Por qué dejar que estos musulmanes sigan sufriendo las vejaciones de una cultura extraña? ¿Por qué obligarlos a soportar la humillación de que sus mujeres tengan que enseñar el rostro, aunque sea con el pretexto de concederles una licencia de conducción? El verdadero objetivo de su deportación es devolverles la felicidad, permitiéndoles regresar a Argelia, Marruecos y otros bucólicos países árabes. Allí no van a tener que vivir de la asistencia social francesa, ni oír esa ofensiva Marsellesa, que tanto chiflan y abuchean en los espectáculos deportivos. Y, como si fuera poco, sus hijas van a tener la alegría de volver a usar sus pintorescas burkas.

Según Eva Kohlman, autora de La yihad de Al Qaida en Europa, un sospechoso de terrorismo ''quisiera estar preso en cualquier país menos en Francia''. Allí los sospechosos de terrorismo tienen menos derechos que en ningún otro país occidental. Se les puede interrogar sin presencia del abogado, están sujetos a prolongadas detenciones antes de juicio y las pruebas en su contra son válidas aunque haya sido adquiridas en circunstancias problemáticas.

En 2004, el gobierno francés declaró ilegal la hijab, una especie de pañoleta que oculta el libidinoso pelo femenino de las miradas agresivas y espermatozoideas de los varones pese a la feroz oposición de los fundamentalistas islámicos del mundo entero. Cuando el ''Ejército Islámico en Irak'' secuestró a dos periodistas franceses, amenazó con ejecutarlos si París no levantaba la prohibición de la hijab. El gobierno francés se mantuvo firme y los periodistas fueron devueltos sanos y salvos.

Esta actitud contrasta con la actitud débil y complaciente de los británicos. Desde hace muchos años, los musulmanes le dicen Londonistán a la capital de Gran Bretaña. Terroristas radicados en Gran Bretaña han realizado operaciones en Pakistán, Afganistán, Kenya, Tanzania, Arabia Saudita, Irak, Marruecos, Rusia, España y Estados Unidos. Muchos gobiernos han protestado contra el rechazo británico a cerrar la infraestructura del terrorismo islámico o extraditar a sus agentes. En Gran Bretaña, una disputa similar a la que hubo en Francia sobre la hijab terminó en un tribunal de apelaciones en la que Cherie Booth, la esposa del primer ministro Tony Blair, fue la abogada de la parte musulmana. La corte falló a su favor. Booth calificó el fallo de ''una victoria para todos los musulmanes que quieren preservar su identidad y sus valores...'' Sin duda. Según una encuesta tras el ataque terrorista de Londres, uno de cada cuatro musulmanes británicos afirmó no sentir ninguna lealtad hacia Gran Bretaña y más de 100,000 de ellos dijeron simpatizar con los terroristas.

El gobierno de Tony Blair ha sido el principal aliado de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo. En Irak, los soldados británicos han estado en la primera línea de combate. En el terreno cultural, sin embargo, los británicos han mantenido una posición timorata y suicida. Han mantenido físicamente a sus enemigos mediante la asistencia social y han permitido que el multiculturalismo desvalorice sus tradiciones nacionales. Es sólo ahora que el gobierno de Tony Blair está empezando a cambiar las reglas del juego.

Desde los años 70, los gobiernos franceses iniciaron una funesta alianza política con los países árabes. En gran medida, esto explica su posición anti-Israel, el único estado democrático de la región, así como su miope oposición a Estados Unidos. Abrieron sus puertas a la inmigración árabe y ahora tienen una población de entre seis y ocho millones de musulmanes que su estado de bienestar social no les ha permitido asimilar: el caldo de cultivo ideal para un sagriento ataque terrorista. Con todo, el nacionalismo cultural de los franceses está siendo un valladar contra el fascismo islámico. Deportar a los enemigos de nuestras sociedades es una excelente idea sobre la que merece la pena reflexionar.

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