Anestesia nacional
ADOLFO RIVERO CARO
Es muy positivo que Fidel Castro no se haya muerto. Y me sorprende que algunos amigos afirmen que su desaparición física va a significar el colapso del comunismo en Cuba. Por favor. Yo soy un optimista político, el pesimismo me inspira un cierto desprecio. A llorar a maternidad, como dice un viejo dicho cubano. Y mi posición es compartida por mucha gente. Nuestro presidio histórico era de un optimismo irreductible y, aunque Cuba no sea libre, la vida le dio la razón y pudo ver el colapso mundial del comunismo. La disidencia es igualmente optimista. Está convencida de que el futuro de Cuba le pertenece a la democracia. Pero ese optimismo de luchadores se basa en la experiencia histórica, no en ilusiones. Y, en Cuba, esa democracia no es inminente ni depende de la simple muerte de Fidel Castro.
¿Por qué me parece positivo que Fidel Castro no se haya muerto? Porque Raúl, a diferencia de Fidel, está consciente de la terrible situación que vive el país y quisiera cambiarla. Fidel no. El está convencido de que los cubanos son un pueblo de esclavos y estima innecesario, y hasta perjudicial, hacerles concesiones. No hay por qué cambiar nada. Después de todo, sólo hay un puñado de disidentes y se puede exterminar en cualquier momento. Raúl no piensa así. Es otra personalidad. Carece de esa arrogancia hipnótica que caracteriza a su hermano. Es un hombre que comprende, y teme, la desesperación popular. Todo el mundo sabe que quisiera mantener la dictadura, pero liberalizando la economía. Y esto es peligroso porque, casi seguramente, esa liberalización económica entrañaría una represión política implacable, y posiblemente sangrienta. Todo esto abriría un nuevo y probablemente largo capítulo de la dominación de la camarilla de los Castro. Es cierto que, a la larga, el desarrollo de una poderosa clase media conduciría a la democracia. Raúl lo sabe, ¿pero qué le puede importar a sus 76 años? Su tragedia es que, con tan poco tiempo biológico a su favor, no puede hacer cambios que parezcan desmentir la política de su hermano. Al menos, mientras éste se encuentre vivo. En estas condiciones, el descontento popular sólo puede aumentar.
También me parece positivo que cada vez más jóvenes cubanos sólo conozcan a Fidel como un viejo decrépito que escribe tonterías en Granma. Cada día más para Fidel es un día menos para los cambios de Raúl. Hablar de cambios en la isla es tomar los deseos por realidad. ¿Cuáles cambios? ¿Que Raúl no habla 7 horas seguidas como hacía su hermano? Por favor. ¿Qué importancia tiene eso? ¿Por qué no deja de reprimir a los pequeños agricultores y les permite producir libremente? ¿Por qué no liquida las catastróficas granjas del pueblo? ¿Por qué no deja que el mercado funcione y termina con esa artificial escasez de productos agrícolas? La razón es obvia. Sería la confesión del enorme fracaso histórico de su hermano y el inicio de una contrarrevolución agraria. Ciertamente que Raúl quisiera aflojar el corset de hierro de la agricultura cubana, pero no puede hacerlo. Fidel no gobierna pero estorba, su simple existencia está destruyendo las mínimas esperanzas populares en su hermano. Y eso me parece excelente.
En realidad, la única muerte que pudiera transformar radicalmente la política cubana sería la de Raúl Castro. Un evento posible y hasta probable, pero sobre el que nadie puede influir. Sobre lo que sí puede influir la comunidad cubanoamericana es sobre la política del gobierno de EEUU. En este sentido, me parece que nuestra comunidad ha tenido una política esquizofrénica. Por un lado, ha conseguido que el gobierno de Estados Unidos mantenga una política de bloqueo comercial, sumamente impopular en todo el mundo. Nadie discute que ese embargo le crea una presión interna al gobierno cubano. Por otro lado, sin embargo, también ha conseguido que el gobierno americano le conceda 20,000 visas anuales a todos los cubanos que quieran emigrar. Es decir, garantiza que esa presión interna nunca llegue a niveles críticos. Y no estoy hablando de visas a los opositores. Si Cuba produjera 20,000 de esos todos los años, la dictadura hubiera desaparecido desde hace mucho tiempo. Los descontentos podrán ser millones, pero ¿los opositores? No ha habido 20,000 de esos ni contando desde 1994, cuando se promulgó la ley.
Las masas no se van a enfrentar a la dictadura de los Castro mientras el exilio les garantice facilidades privilegiadas para emigrar. La lucha política contra una dictadura es sacrificada, dolorosa y cruenta. Son muy pocos los que la buscan deliberadamente. Por eso son héroes. Lo que quiere la inmensa mayoría es irse del país. Pero la oposición política es un obstáculo para conseguir ese objetivo. Y no sólo eso. La esperanza de emigrar hace soportable cualquier maltrato, cualquier humillación, cualquier miseria. Y ese sentimiento se difunde por toda la isla operando como una verdadera anestesia nacional. En realidad, la eliminación de ese extraño privilegio sería mucho más peligrosa para la dictadura que el mantenimiento del embargo.