ADOLFO RIVERO CARO
Los
triunfos en el supermartes y la suspensión
de la campaña de Mitt Romney hacen del
senador John McCain el probable candidato
republicano en las elecciones de noviembre.
McCain enfrenta grandes problemas, el
principal de los cuales es su falta de
simpatías en la base republicana. El senador
por Arizona, sin embargo, ha mantenido una
posición excepcionalmente firme en el
problema fundamental de nuestro tiempo:
ganar decisivamente la guerra de Irak. El
contraste con los demócratas es enorme.
Todos sus candidatos son rehenes de la
poderosa ala izquierda de su partido, que
exige una retirada inmediata de Irak, pese a
las terribles consecuencias que esto
significaría para Irak, el Medio Oriente y,
por supuesto, para los mismos Estados
Unidos.
Altos funcionarios del partido han tenido
que reconocer que la situación de Irak ha
cambiado dramáticamente y que estamos
ganando la guerra. Sin embargo, su fracción
más radical rehúsa aceptar esta realidad. Ha
invertido un enorme capital político en la
derrota de Estados Unidos y de ninguna
manera quisiera vernos triunfantes.
Desgraciadamente, tanto Hollywood como la
gran prensa liberal americana siguen sus
orientaciones. En internet, los cabecillas
de esta fracción se agrupan alrededor de
MoveOn.org, el mismo grupo que el año pasado
pagó anuncios en los periódicos calificando
nada menos que de traidor al
general David Petraeus, el exitoso jefe de
nuestras fuerzas en Irak.
En Estados Unidos, el sistema político
opera sobre la base de dos partidos. Eso
significa que ambos tienen que ser amplias
coaliciones de grupos muy diversos. Dentro
del Partido Republicano, por ejemplo,
militan tanto los fundamentalistas
religiosos como los libertarios. Son
extremadamente diferentes, pero están unidos
por su común defensa del modelo
individualista y competitivo de la sociedad
americana, tan exitoso históricamente, pese
a las desigualdades que necesariamente
conlleva. Dentro del Partido Demócrata, por
su parte, cohabitan tanto feministas como
activistas del medio ambiente. También
difieren, pero están unidos por su común
rechazo a las desigualdades de la sociedad
capitalista y por su voluntad de eliminarlas
mediante la acción gubernamental.
Dicho esto, la realidad es que el
conjunto del Partido Demócrata se ha visto
arrastrado a la izquierda durante los
últimos años. En gran medida la causa está
en la guerra. Las guerras son impopulares.
El pueblo americano simpatizaba con
Inglaterra y con Churchill cuando se batían
solos contra el imperio nazi, pero de
ninguna manera quería entrar en esa guerra.
Fue necesario que los japoneses atacaran a
Estados Unidos el 7 de diciembre de 1941 en
Pearl Harbor, y que los alemanes le
declararan la guerra a Estados Unidos, para
que Roosevelt pudiera hacerlo. Y el
demócrata Harry Truman podrá ser muy
admirado hoy, pero cuando abandonó la
presidencia era mucho más impopular que lo
que es George W. Bush en la actualidad. Nada
extraño. Había un profundo resentimiento
contra la guerra de Corea.
La impopularidad de las guerras tiene
raíces muy diferentes. Existe un rechazo
obvio, humano, al sacrificio de lo mejor de
la juventud de un país. Este rechazo estaría
totalmente justificado si no fuera por el
hecho de la agresión externa. Es correcto
que les digamos a nuestros hijos que no
deben golpear a nadie. Pero, ¿y cuando un
abusador viene a atacarlos? Los miles de
niñitos que están aprendiendo karate no lo
hacen porque los padres quieran convertirlos
en abusadores. Todo lo contrario. Lo único
que quieren los padres (y los maestros de
karate) es demostrar que el abuso es
inaceptable y que las agresiones pueden
encontrar una respuesta devastadora. Ese es
el admirable papel de las fuerzas armadas.
Papel que es imposible ignorar pese a
errores y abusos ocasionales. En Estados
Unidos la hostilidad hacia las fuerzas
armadas esconde la profunda hostilidad
socialista contra la sociedad de libre
mercado. Y aprovecho esta ocasión para dar
testimonio de aprecio y admiración por las
fuerzas armadas de Colombia, los
combatientes de vanguardia en nuestro
continente contra el terrorismo y el
narcotráfico. Hermanos naturales de lucha,
dicho sea de paso, de las fuerzas armadas de
Venezuela.
La
oposición a la guerra, sin embargo, también
tiene otros orígenes. Para los marxistas,
las guerras son una manifestación de la
lucha por conquistar mercados. Según Lenin,
las potencias imperialistas no podrían
sobrevivir sin la explotación de sus
colonias. Para desconcierto de los
marxistas, las grandes potencias coloniales
--Inglaterra, Francia y Holanda-- se
deshicieron de sus imperios tras la Segunda
Guerra Mundial, pero no para caer en crisis,
sino para entrar en el período más próspero
de su historia. Desconcertados, los
marxistas dijeron que ahora las grandes
potencias ejercían su dominio de las
antiguas colonias mediante el control
económico. Era el neocolonialismo.
El instrumento de la neocolonización
eran las inversiones extranjeras. Es
increíble que muchos economistas abrazaran
esa concepción delirante. Y más increíble
todavía que residuos de ese lenguaje y de
esas concepciones sigan permeando la cultura
latinoamericana.
La izquierda marxista manipula la natural
repulsión hacia la guerra para criticar
nuestra sociedad y socavar sus valores.
Antes del colapso del imperio soviético, los
comunistas organizaron numerosos
''movimientos por la paz'' en todo el mundo.
Los supuestos guerreristas siempre eran los
países democráticos. La culpa siempre la
tenía Estados Unidos. Hoy nada ha cambiado.
Con la guerra de Irak nuestro objetivo es
establecer un país próspero y democrático en
el centro mismo del Medio Oriente. Es una
gran causa. ¿Será posible? Nadie lo sabe. Es
el gran debate de nuestra época.