Filosofía y dogma
islámico
Juan F. Benemelis
H El Corán, lleno de frases incompletas y lagunas,
contiene la doctrina revelada al profeta Mahoma, que tienen una
dimensión jurídica: la de convertir a todos los islámicos en
iguales. Al hallarse todo unificado bajo la fe, es imposible la
contradicción entre la ley religiosa y la civil. Los dos problemas
teóricos principales son establecidos, entonces, en torno a los
conceptos de poder y de fe, de la libertad humana o de la
predestinación. Al descansar el derecho islámico en el respeto a la
tradición, ello implicó una intervención absorbente de la religión
por sobre la moral colectiva e individual. Y este fue el tema
central en toda la especulación filosófica islámica y el actual
nódulo que la mantiene esclerotizada.
A los pensadores clásicos islámicos se les ha acusado de simplemente
volver a plantear las interrogantes de los griegos. En su Historia
de la Filosofía, Will Durant sólo dedica una línea para hablar de la
filosofía islámica, expresando apenas que en el siglo XIII toda la
cristiandad se sintió asustada y estimulada por las traducciones
árabes y judaicas de Aristóteles. Otros atribuyen un papel grandioso
a la filosofía y a la cultura islámica y la colocan de manera
exagerada como el motor del renacimiento europeo, llegando al punto
de acusar a Dante de plagiar la Divina Comedia de un poeta persa. No
es extraño, por tanto, que en su Infierno, canto IV, Dante halla
colocado en el Limbo, junto a Sócrates, Platón y Aristóteles, a dos
principales filósofos árabes: Ibn Sinna (Avicena) e Ibn Rush (Averroes).
El verdadero sitio de la filosofía islámica se halla entre ambos
extremos de mera "traducción" de los griegos o de fomentadora
renacentista, considerando que debe ser una lectura secuencial
lógica en los anales del pensamiento, el papel de la filosofía
islámica como sucesora de la filosofía clásica y antecesora de la
filosofía renacentista. Es una herencia del legado clásico y no su
copiadora pues al final los paradigmas platónicos y aristotélicos
precisaban de ser reconstruidos para incorporarlos al universo
propio del pensamiento islámico.
En su mayoría buscaban en el razonar helénico aquellos conceptos que
les podían ayudar a precisar problemas culturales específicos, razón
por la cual la filosofía árabe se convirtió en una metafísica
religiosa de carácter racionalista. Al mismo tiempo, esta
"reconstrucción" preservó las enseñanzas originales y las consolidó
a punto que Averroes fue llamado "El Comentador", por su
interpretación de Aristóteles, y Tomás de Aquino le tributó el
título de gran filósofo.
Los intelectuales islámicos más destacados, al igual que sus
coetáneos judíos y cristianos de la patrística, nunca repudiaron la
razón como fuente del conocimiento. Algunos enfatizaron más que
otros en la razón, otros la equilibraron con la fe, hubo quienes la
subordinaron como auxiliar de Dios, como mediador entre la divinidad
y el humano. La armonía de la razón y la fe en las obras de Ibn Hazm,
Maimónides y Averroes fue restituida a la escolástica trecentista a
través de Santo Tomás de Aquino y del dominico catalán Ramón Martí (Tonda,
2004).
Así fue el caso de sus pensadores clásicos más relevantes: Al-Kindi,
Mohammed Al-Farabi, Avicena (Ali Al-Husein Ibn Sinna), Al-Gazali,
Avempacé (Ibn Baja), Algacel (Ibn Hazm), Averroes (Abdul Walid Ibn
Rush), y finalmente Ibn Jaldún, también el pionero de la filosofía
de la historia. Existieron otros eminentes filósofos pero que no
fueron tan conocidos y citados y no se reflejaron en el pensamiento
occidental posterior. Una omisión notable a los observadores más
atentos son dos insignes matemáticos: Al Kwarismi y Khaiyyam.
También es significativa la ausencia a teólogos, a excepción de Al-Gazali
y las breves referencias a Ibn Taimya.
Por otra parte, las ciencias se desarrollaron en el pensamiento
islámico por la necesidad de comprender el legado de Mahoma, pero
una vez agotado este terreno, surgió una corriente que fijándose en
la filosofía helenística aplicó un método racional y ofreció un
nuevo camino para conocer la verdad.
En un período inicial del Islam, los debates sobre temas religiosos
o políticos constituyeron el fiqh (el derecho islámico), que utilizó
la lógica en sus argumentaciones teológicas, oponiéndose al
antropomorfismo religioso (con Dios como esencia distinta al mundo)
y, bajo la influencia helénica, la defensa del libre albedrío en la
vida moral. Era evidente que la filosofía musulmana, que luchaba
denodadamente contra la teología coránica, en la cual la revelación
es previa a la razón, estaba bastante bien encaminada a conseguir
una verdad que integrase a los individuos, como miembros de ese
grupo, con unas conductas derivadas de la razón.
Hablar de la filosofía islámica sin mencionar su ambiente social y
político, y en especial su contexto religioso es una misión
imposible. Con todo es, al mismo tiempo, difícil restringir esta
contextualización a un límite tal que el objeto deje de ser
"filosofía islámica" para tornarse en "civilización islámica".
Además es difícil definir exactamente qué se entiende por "filosofía
islámica" en el sentido estricto dado por los propios pensadores
musulmanes para los cuales la palabra filosofía tiene un cierto
carácter peyorativo.
Los conflictos que envuelven la civilización occidental con la
islámica a lo largo de la "línea de fractura", la llamada "frontera
sangrienta del Islam" que diariamente frecuentan los noticieros
hablan de la importancia de conocer el pensamiento islámico.
Es preciso destacar que "falasifa" forma arabizada de la palabra
griega para filosofía no tiene el mismo sentido en la cultura
islámica que tiene en Occidente. Es un término de cierta forma
peyorativo, destinado a restar importancia a los pensadores que se
dedican al pensamiento especulativo, considerados como desprovistos
de utilidad práctica. La especulación filosófica era encarada con
desconfianza por las escuelas religiosas e incluso por los propios
soberanos, considerándola como una forma de eludir la razón y la
naturaleza de las cosas.
El único de los filósofos que gozará de un enorme prestigio y
aceptación, pese a lo osado de sus ideas, será Avicena, tanto por su
filosofía como su desenvolvimiento como médico y científico. Ibn
Jaldún, de cierta forma el último de los filósofos del período
"clásico" islámico dedica varios capítulos de su monumental
Muqqadimah a la filosofía considerándola como un "accidente de la
civilización", de los imperios afeminados, sedentarios en fase de
decadencia, como los bizantinos y los sasánidas. Otro pensador
fundamental del Islam, Al-Gazali también lanza duras críticas al
conocimiento especulativo (Bidah). A despecho de ello, Gazali es la
figura central en el desarrollo de la dialéctica teológica que
inspiró fuertemente la escolástica medieval. Al-Gazali, así como
Pascal, coinciden en ser dos apologistas de la existencia de Dios y
de la vida post mortem (Palacios, 1934, 25)
Existe un elemento que no puede ser despreciado en nuestro análisis.
Sin excepción, los pensadores musulmanes serán juristas (faqh) o
teólogos (alim), algunos ocuparán funciones importantes como jueces
(cadi) o jurisconsultos (mufti), casi siempre actuaban como
consejeros o diplomáticos de las cortes y no era raro verlos en
actividades comerciales. Los pensadores islámicos eran,
generalmente, miembros de la élite comercial, incluso Hourani llega
a utilizar el término "burguesía". Todos muestran una educación
esmerada, aunque bien tradicional religiosa, al estilo de Liceo
griego o de universidades renacentistas, basadas en el estudio de
textos y el debate dialéctico dirigido por un maestro.
De cierta forma, el pensamiento islámico atraviesa una transición de
la fase helenística a una filosofía que comienza a dar forma de
ciencias particulares (Ibn Jaldún es el ejemplo más destacado),
proceso que culminará en Occidente con la revolución científica de
la Edad Moderna. Esta contribución significativa de la filosofía
islámica ha sido poco reconocida. El filósofo musulmán es también un
científico y en momentos un técnico, como el médico Avicena. Todos
disponen de una base profunda en las matemáticas, la astronomía, la
farmacopea, la química, la óptica, y otras áreas. El filósofo
islámico es también un sabio religioso, conocedor de la teología,
exégeta del Corán, intérprete de la jurisprudencia islámica (sharia)
y no era raro su lado místico (sufí), preocupados por las
dimensiones esotéricas del conocimiento religioso y practicante del
éxtasis místico. Igualmente no era raro que fuese poeta y político,
estadista; sus obras son enciclopédicas, como la de Ibn Jaldún, cuyo
prefacio (Muqqadimah) a una obra infinitamente mayor era de mil
páginas.
La filosofía griega será utilizada como materia prima de la
filosofía islámica, algo que confundió a muchos pensadores
occidentales al punto que negar que existiese una propia filosofía
islámica y que el trabajo de estos pensadores musulmanes había sido
el de transmisores. Por muy importante que fue el legado griego al
conjunto del pensamiento islámico, éstos reconstruyeron y la
armonizaron con la "verdad revelada". Al lado de este legado griego,
sobre todo la lógica para la práctica de la jurisprudencia
religiosa, esta última limita la forma y el misticismo, y también el
conocimiento esotérico islámico. El neoplatonismo nutre a los
filósofos musulmanes más originales como Avicena el cual alimentará
la escuela de pensamiento chiíta, menos ortodoxos y tradicionalistas
que los sunnitas
Ya desde el siglo X el Islam tradicional (fuese sunnita o chiíta)
mostraba signos de petrificación al hallarse en precario la fe
ortodoxa, ante la obra de eminentes filósofos que enarbolaban la
razón como el instrumento supremo para medir las formas doctrinales
y organizativas, y ante la influencia de los sufíes, que predicaban
un acercamientos directo a Alá. El por qué la filosofía clásica del
mundo islámico no consolidó su autonomía ante la teología coránica,
se debió a la ausencia de jerarquía eclesiástica, al modo cristiano,
que posibilitase la partición entre razón y fe, tanto en la práctica
estatal como social. La conjugación en el Islam de lo político con
lo religioso se consolidó en lo adelante hasta constituirse en el
estorbo actual a la modernidad.
La tendencia islámica chiíta contó entre sus pilares teológicos,
precisamente a dos de los filósofos más destacados de la
civilización islámica: el filósofo, matemático y médico turco
Al-Farabi (870-950), y el escritor, médico, matemático, físico,
astrónomo y filósofo persa Avicena (980-1037). En el siglo X, el
chiíta Al-Farabi expuso la mística profética de los imanes a partir
de preceptos neoplatónicos, intentando la reconciliación entre la
filosofía griega y el islamismo. Fue por Al-Farabi, precisamente,
que Platón figuró como pensante central para toda la filosofía
islámica, como el Imán-Profeta. En Al-Farabi se planteó la
diferencia entre la lógica y la metafísica, y ahondó en la
contradicción monoteísta entre la razón y la fe, consideración que
posteriormente asumió Avicena.
Para Al-Farabi el intelecto adquirido (razón, filosofía, ciencia)
era el más importante, del cual emanaba luego la intuición y la
iluminación. Si bien esta inteligencia adquirida posibilita llegar a
las fuentes del conocimiento filosófico, Al-Farabi realizó una
gigantesca concesión al Islam aceptando todo lo contrario: que se
podía llegar también al conocimiento filosófico mediante la
imaginación (revelaciones, sueños e inspiraciones proféticas),
defendiendo el ejemplo del profeta Mahoma. Así, en este pensador se
mantiene esta dicotomía que en Occidente termina por separarse, y no
será hasta la actualidad (pos-kantiana) que se manifestará la
oposición irreductible entre el Islam legalista y la filosofía.
Será Avicena el filósofo que trascendió a Al-Farabi, pese a que en
sus textos se denota una conexión analógica entre su conceptualizado
universo y la cosmología chiíta. Por eso sus obras filosóficas
buscaron interpretar o justificar las místicas a partir de la
tradición esotérica iraní-islámica. Para Avicena, Dios no es objeto
sino objetivo de la metafísica, una idea imposible de abarcar por
cualquiera de las ciencias. Así, la ética coincide con la política,
la cual emana de la revelación y de la profecía, con el Profeta como
ideal de gobernante, lo que destaca la impregnación teológica del
Estado islámico. Por eso, el musulmán común como ser social tiene
que comportarse acorde con las leyes de origen divino. Al negar la
contradicción entre ciencia y religión, Avicena consideró que ambos
eran verdaderos, tanto el conocimiento adquirido por la razón como
la verdad revelada del Profeta.
En el filósofo de Zaragoza del siglo XI, el Avempacé de los
cristianos (Ibn Bajjah), el tema de la fe-razón se torna muy
borroso, al punto de identificarlo con Dios. Al promover la unión
entre la física y la metafísica, y al no existir barreras entre el
mundo simple de materia con el sensible divino, la vida humana se
muestra entonces como un producto de la contemplación y debe tomarse
sólo como una preparación intelectual, el bros teoretikos de
Aristóteles. De ahí que al estar subordinada la práctica a la razón
teorética, la perfección no se halla en la especulación, en la
controversia, sino en el cumplimiento de la ley como resultado de la
razón divina, en la praxis de una ordenación moral y legal dictada
por el Corán y por la tradición del Profeta.
Al ocupar un lugar intermedio entre lo espiritual y lo inmaterial,
la misión del humano será la de desmaterializarse, para ascender
hasta llegar al mundo espiritual y unirse en intelecto a Dios. Pero
esta mística de perfección es selectiva, pues el humano puede
corromperse en una sociedad donde las instituciones políticas son
imperfectas y dificultan la labor teorética. Por eso, el humano debe
buscar sólo la compañía de aquellos que le son semejantes.
Si bien Avempacé reivindicará a la filosofía, por su parte el
musulmán sunnita Mohammed Al-Gazali (1058-1111), conocido en el
mundo cristiano como Algacel, en su obra (Maqasid al falasifa) El
Desplome de los filósofos, propondrá el misticismo ascético del
sufismo como la verdadera alternativa filosófica. El origen del
sufismo es confuso, pero es una imitación de la mística cristiana.
Los musulmanes sufíes buscaban una experiencia mística, antes que un
conocimiento intelectual, y se entregaban a prácticas
supersticiosas. En los sufíes, la metodología era diferente;
consideraban el amor, la iluminación, como la fuente de
conocimiento. Se requerían tres estados o condiciones: el amor, el
conocimiento y la unión mística con Dios, una vez ocurrido esto se
podía acceder a la verdad. Con los sufíes se asociaron cultos de
santos que se encuentran ampliamente desarrollados en el mundo
islámico, por eso se mantiene como un foco religioso popular donde
sobreviven tales prácticas, claramente de naturaleza anti-islámica,
las cuales son criticadas por la ortodoxia religiosa.
Será con el filósofo y médico granadino Ibn Tufail (1105-1185),
conocido en Europa como Abubacer, que la mística logra subordinar a
la filosofía, al ensalzar el sufismo todo el cuerpo del misticismo
del Corán frente al poder de los alfaquíes, los ulemas y los
califas. Ibn Tufail recuperó para el Islam el neoplatonismo de la
escuela de Atenas que había sido clausurada por el emperador
bizantino Justiniano, cuyos eminentes filósofos se refugiaron en
Persia. Es por eso que en el fundamentalismo islámico, incluso en el
contemporáneo, se encuentran reflejadas muchas de las herejías
cristianas de la patrística, como la del pensador helenístico
Plotino, de Alejandría.
En el Islam Occidental (Al-Andalús, el Magreb), la síntesis
neoplatónica penetró por influencia mutazilita, obra sobre todo con
el teólogo cordobés del siglo IX, Fariry Ibn Salam. Allí se produce
el sincretismo neo-platónico con los hispano-musulmanes Ibn Massar,
e Ibn Hazm, los cuales influenciarían el sufismo andalusí. Estos
faquíes andalusíes se mostrarán flexibles ante las ideas y conceptos
de la razón. Pero en el área islámica del Oriente (el Masraq) la
filosofía es más bien reflexión sobre la "teología de la creación",
y es precisamente el neo-platonismo la piedra angular de toda la
escolástica, al mezclarse ella, con el espíritu esotérico iraní y
con la teología (kalam) llevando a interpretar literalmente la ley
coránica.
El pensador, teólogo, jurista, matemático, astrónomo, físico, médico
y poeta cordobés, Averroes (1126-1198), junto a Ibn Jaldún, el más
eminente de los filósofos islámicos, trascenderá a su época y a la
claustrofobia de su religión por no comulgar con la pretensión de
Avicena de mezclar filosofía y teología. Para Averroes la filosofía
y la teología tienen su propio territorio. Pero esta noción no se
incorpora como el instrumento fundamental del pensamiento de la
civilización islámica en el cual existe todo un cuerpo filosófico
tradicional que pide ser reactualizado. En el Islam sunnita,
exactamente como en el protestantismo, no hay quien ostente el
monopolio de la verdad religiosa y por lo tanto cualquiera puede
indicar que tiene la autorización por sí solo o por Dios, de hablar
porque Dios le ha hablado. Sin embargo, en el catolicismo y en el
chiísmo hay una institución que administra el saber; nadie puede
subir al podio para decir que tiene "la verdad", pues ella sólo está
autorizada por el ayatolá. Para un teólogo católico, la filosofía
existe; para un teólogo chiíta, también.
En el primer período inmediato a la muerte del Profeta, y antes de
que su arquetipo estatal de Medina fuese remodelado en las
complicadas armazones administrativas tomadas de persas y romanos,
el complejo conceptual de Al-Takaful había unido a los árabes en la
conquista y fue apoyado por la convicción de que cada islamizado era
parte y parcela del Estado, que les era propio; y que el Islam sólo
tenía como juez a Alá. Durante ese período donde se vivía sólo en
campañas, la ley islámica, es decir la sharia, secundada por la
libertad nomádica y la flexibilidad religiosa para los no-conversos,
cooperó en la estructuración del Estado.
Cuando murió el segundo califa, Omar Ibn Al-Jattab (más conocido por
su furia piromaniática contra la Biblioteca de Alejandría en el 640,
destruyendo 400,000 manuscritos) estos débiles lazos de sujeción se
desintegraron velozmente, al ser productos de las costumbres
nomádicas de las tribus beduinas peninsulares, en transición
económica, santificadas por Mahoma en el primitivo Estado que se
erigió desde Medina y cuya estructura serviría a los objetivos de la
conquista. Así se dio paso a la prepotencia de la oligarquía
comercial omeya, en la persona del tercer califa Otomán Ibn Affan,
asesinado en el 656, para cuyos intereses económicos había
respondido en esencia este movimiento de expansión mundial, y que
ahora necesitaba de una nueva y diferente maquinaria que
reglamentara su sociedad y estratificara la diferenciación de
riquezas.
Precisamente, la hegemonía económica del clan Bení-Omeya, en la
persona del califa Otomán, fue la que propició las censuras de otras
comunidades comerciales desplazadas, como los Bení-Hachem (los
hachemitas) y los Bení-Qoreish (los qoreishitas). Muchos de los
cismas religiosos de interpretación y la aparición de diferentes
escuelas coránicas tienen sus raíces de estas protestas por mayor
poder político y social, culminando en sangrientas luchas
dinásticas, donde no estuvieron excluidos los hijos de los dos
primeros ex-califas Abu-Bekr y Omar.
En lo adelante, las conquistas que tendrían lugar estarían
totalmente en función de los intereses económicos del califato
omeya, de la clase económica que gobernaba a nombre de tal credo,
cambiando radicalmente el tono espiritual del Islam, ahora más
político y formal, desapareciendo casi por completo el sentimiento
de Al-Takaful, que se verá repudiado. Ya cada fiel no se sentirá
parte del Estado, sino una mera pieza donde será visible la
disparidad de riquezas y los abusos de poderosas plutocracias
mercantiles que transformaron al Estado tribal (takafuliya) en el
estratificado y despótico gobierno que rigió primero en Bagdad y
luego en Damasco.
Las guerras entre los clanes de la Meca, el de los Omeya que siempre
fue contrario a Mahoma, y el de los hachemitas, que se destacó por
su fidelidad al Profeta, y las sangrientas luchas dinásticas entre
los contendientes al quinto califato: Alí Ibn Abi Talib, el legítimo
sucesor, y Muawiya Ibn Abi Sufyan, el usurpador, a 24 años de la
muerte del Profeta de Alá, esfumaron la pretendida raíz comunitaria
del Islam, que supuestamente condicionaba la comunión
individuo-Estado y los clamores igualitaristas o socialistas. Los
arabistas ocultan veladamente cómo desde su emergencia el islamismo
enfrentó una sucesión de movimientos de procedencia no-árabe que,
instalados en el poder, rechazaron la mezcla con los clanes beduinos
de la Arabia, rehusando el reconocimiento y los derechos exclusivos
a la privilegiada posición que ostentaban los árabes inmediatamente
después de la muerte de Mahoma. Esta disidencia fue, precisamente,
la que provocó la fragmentación del imperio Omeya.
Estos movimientos fueron conocidos como Al-Shiueia, término con el
cual los defensores del arabismo han querido simbolizar el rechazo a
la cultura árabe, además de ser un intento por enmarcar a la cultura
occidental como la única fuente civilizadora del árabe, soslayando
todo lo procedente de Persia, la India y la Transcaucasia. Con ello
también los arabistas niegan la gran inyección intelectual, técnica
y económica acopiada por Europa del mundo islámico, y que le sirvió
para fundar sus modernas bases filosóficas, culturales e
intelectuales. No puede negarse el constante aporte que la
civilización islámica introducirá en la atrasada cultura europea
Medieval y todo el aporte de los valores del mundo islámico que
provocó el Renacimiento occidental.
Los canonistas del Islam exageraron su intransigencia hasta el punto
de condenar totalmente tales estudios filosóficos. Asimismo, no se
aborda con actitud crítica la manera en la cual posteriormente, este
universo islámico se bloqueó estructuralmente, empobreciéndose y
debilitándose aún más por cuenta del férreo control turco. Basados
precisamente en esta negación de la interacción de Europa con el
Magreb y el Medio Oriente, y en la posterior superioridad
tecno-material que propiciaron las revoluciones industriales y
burguesas, los historiadores occidentales han planteado que el
atraso oriental, y particularmente árabe fue debido al secular
aislamiento y los pobres valores de su civilización.
En los primeros siglos del poder de los califas abasidas, otro
corriente interesante se desarrolló entre los persas, cuyos
objetivos se enfilaron a combatir también los sentimientos de
superioridad de los clanes árabes. Este pronunciamiento tomó también
el nombre de "subía" (perteneciente a los pueblos no-árabes), de un
verso coránico cuyo objetivo era inculcar la hermandad e igualdad
musulmana. Mientras las feroces contradicciones sociales y
económicas cobraron aspectos de luchas dinásticas y políticas entre
los jariyitas y chiítas, por su parte, con los persas ahora
hegemónicos con el califato abasida, se vio envuelta esta contienda
en factores religiosos que provocaron relevantes herejías y
controversias religiosas.
Se argumenta la existencia de conflictos entre la mirada filosófica
y teológica de la religión, así como la idea de un humanismo en el
contexto islámico, por los debates filosóficos medievales, detenido
por la ruptura que se produjo a partir del siglo XIII respecto a
todo lo que ocurrió en el mundo intelectual.
La modernidad en el sentido actual del término es un fenómeno nato
de Europa a partir del siglo XVI y ha dividido la historia en dos
partes: la era pre-moderna y la moderna. La época pre-moderna estuvo
caracterizada por el Medio Evo cristiano con sus tribunales
inquisitoriales, el hambre y la pobreza, la renuncia a la vida en
este mundo, la difusión del fanatismo y las guerras sectarias y
confesionales.
En la era moderna nace la civilización científica y tecnológica, la
filosofía secular, el avance material y económico sin precedentes en
la historia. La modernidad filosófica descansa en el desarrollo
científico, en consecuencia el progreso de la filosofía racional es
un legado del adelanto de la física y el descubrimiento de las leyes
naturaleza del universo; por eso, sin los increíbles descubrimientos
de Isaac Newton, el filósofo alemán Emmanuel Kant no hubiera creado
el más grande sistema filosófico de la era moderna. Al no enfrentar
el desarrollo de las ciencias y de la filosofía, el mundo musulmán
se adentró en una larga época de declive.
Si la modernidad, como plantean sus detractores, resulta el ateismo
y lo disoluto ¿cómo es que vastas regiones de la Tierra, como China,
India y Rusia tratan de entrar en el paraíso de la modernidad? No
existe una sola nación del planeta que no aspire a un porvenir de
desarrollo material, científico y médico, al gusto del consumismo, a
la libertad personal. No existe un solo país del mundo que esté
teóricamente contra la democracia y el derecho humano.
La modernidad económica ha elevado el nivel de vida de la clase
media y del pueblo en general. La modernidad política nace de tres
revoluciones: la inglesa (1680), la americana (1776), y la francesa
(1789). Con ellas entramos en la era de la democracia, del
liberalismo, del derecho del ciudadano, de la soberanía popular, del
derecho al voto, de la alternancia del poder, de la existencia de
una mayoría y de una oposición, de la libertad de opinión. La
modernidad religiosa surge con la reforma cristiana de Martín
Lutero, suceso contemporáneo con la revolución científica de Nicolás
Copérnico, y que alivió el peso impuesto por la tradición cristiana,
reconciliando el Cielo con la Tierra, deviniendo en una alternativa
convincente al fanatismo religioso y al odioso conflicto
confesional, como el que actualmente está devastando a la sociedad
árabe-islámica.
Puede incluirse en este cuadro la modernidad en la creación
intelectual con la liberación de las formas tradicionales de la
literatura del historicismo. Así, todas las energías espirituales
reprimidas encontraron sus cauces en todos los niveles. El hecho de
que la modernidad sea un fenómeno global no implica que sólo tiene
un único esquema para logarla, de la misma manera que existió una
vía europea, una vía norteamericana, una vía australiana y una vía
japonesa, puede existir una posible vía China y una vía India.
Ante un determinado contexto cultural existirá una manera
específica. Algunos filósofos islámicos, como Mohammed Arkoun,
consideran que la herencia islámica es susceptible de adoptar la
modernidad como método cognoscitivo. Claro, el sostén del proyecto
moderno consiste en independizar la razón de la tradición, desligar
la filosofía de la religión sin que ello signifique desembarazarse
del credo, como sucedió a propósito de la modernidad europea. De
hecho, la religión en Europa no ha visto su fin con la afirmación de
la modernidad, sino que ha transformado sus concepto, se ha
racionalizado y renovado. El teólogo alemán Hans Küng, que ha
publicado un importante libro sobre el Islam demuestra cómo el
acercamiento a la religión, entre el cristiano y el islámico, es
distinto pues el Islam contradice la libertad y se caracteriza por
la represión y la coerción
¿Cómo pueden los islámicos enfrentar el proyecto de modernidad? En
todo el mundo estamos atravesando una dura fase de transición,
calificada por algunos como "caos creativo" de la cual aún es
difícil delinear las posibilidades para el mundo islámico. Quizás,
al igual que Europa, al Islam le será necesario atravesar y superar
los conflictos sectarios y confesionales, definidos en la victoria
del "yo" sobre el común.
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