La espada
de Alá
Juan F. Benemelis
Es
imposible negar la centralidad del Islam en el terrorismo y no se
puede mantener la condición simplista de una supuesta distinción entre
un
Islam "verdadero" y otro de violentas aberraciones. No existe la
opción de la "reconstrucción" islámica pues no estamos sólo ante una
doctrina religiosa, sino también ante una manera de vivir. El terrorismo
no es
extraño al Islam, tiene su raíz en el Corán y en la Sunna, en la
práctica del Profeta, y los textos coránicos favorables a la violencia
son
numerosísimos. Los fundamentalistas pretenden la aplicación literal de
las
leyes del Islam, como eran concebidas por el mismo Mahoma e
idealizan como modelo de su período y de los cuatro primeros califas,
una
utopía inexistente que, sin embargo, hace imposible la convivencia.
El
Islam es una religión de guerra: la guerra como un medio de
propagación de la fe; y, el Dios coránico es en verdad un "Dios del
ejército".
Según el Corán, quien no cree en Dios no tiene opción: o cree en el
Islam o es eliminado. Es una certificación dramática lanzada por los
terroristas islámicos: "Ustedes de Occidente saben afrontar la vida,
nosotros los islámicos sabemos afrontar la muerte". En la Biblia, el
ejército
es
de ángeles, en el Islam es de combatientes musulmanes, y su cara
religiosa fue siempre ignota para la cristiandad, que concibe la guerra
como defensiva y no ve en ella su misión espiritual. El cristianismo
aceptó la guerra como una realidad del mundo dominado por el pecado de
la
violencia, pero nunca vio la muerte en batalla como el gesto supremo, el
acto más elevado de la fe.
La
vocación cristiana al martirio, como testimonio de la libre elección
religiosa, difiere del Islam aunque para muchos cristianos renuentes a
repetir el error de Pedro, de Arimatea, que renegó tres veces de
Jesús, el Cristo, significó enfrentar a los leones en la arena circense.
Opuesto al Islam, el cristianismo ve en el amor, al acto supremo de la
fe,
lo
más divino de su actitud. Si bien la Iglesia ha reconocido al
combatiente cristiano, muy raramente lo ensalza al nivel del altar.
Considerar, como Juan Goytisolo, que los palestinos y los chechenios no
son
terroristas, sino "resistentes" es caer en la trampa ideológica
del
chantaje multicultural en boga. La resistencia a una opresión, mítica
históricamente, en nada se relaciona con el nihilismo totalitario del
fundamentalismo islámico. Los guerreros locos del Dios islámico no
luchan por la libertad de sus pueblos, no defienden a los pobres, no
quieren a sus hijos, su intención bélica es crear una república islámica
fundamentalista en todo el planeta.
El
terrorismo de matriz islámica, de niños asesinados en honor a Alá,
no
es un fenómeno causa sui, sino que representa el efecto práctico de
un
fanatismo dispuesto a violentar el alma y el cuerpo, para el cual lo
gris se ha esfumado y sólo existe el blanco y el negro, sin colores ni
mediaciones posibles. Por eso el terrorismo es un fenómeno alarmante,
una
ideología que comporta la violencia como contraposición con el
objetivo de crear otra forma de sociedad en la cual el Corán sustituye a
la
Constitución. Y Occidente está adquiriendo su educación sobre la
naturaleza de este fundamentalismo a golpes de terror y muerte. La
novedad de
este terrorismo es que ha transformado en suicida, un elemento
cardinal de su religión, la muerte en batalla del guerrero que le
asegura el
ascenso al paraíso coránico. Ello representa una innovación empleando un
motivo ortodoxo ancestral de la tradición coránica: la ley de la
tierra como la ley de la guerra.
El
"martirio islámico" propio de la tradición chiíta es también parte
de
la herencia sunnita. Como en el cristianismo patrístico, el Islam
considera que la sangre del mártir es el semen de la religión, el
sentido
profundo del testimonio último de la fe, como lo definió el prolífico
autor cristiano cartaginés Quinto Septimio Tertuliano, al señalar que la
injusticia del uno era la demostración de la inocencia del otro, el
perdón al asesino, "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen",
diría en la cruz el Cristo: "Sanguis marthyrum, semen christianorum", a
la
manera del sultán turco Mehmet II, el Conquistador, el cual con la
cabeza decapitada de un niño prendía fuego a la iglesia de Santa Sofía
en
Constantinopla, un infausto día de 1453.
El
Dios individual construye almas nobles como Santa Teresa de Calcuta,
el
Dios colectivo engendra terribles monstruos como Mohammed Atta, el
piloto suicida. Ahora es el Islam quien acumula mártires; son hoy los
kamikaze, el otrora "viento de Dios" del Imperio del Sol Naciente
japonés. El Corán elogia y bendice a sus mártires, al punto que la
shahada,
el
martirio que testimonia la fe, es una pilastra primordial de la
religión. Pero existe un contraste abismal entre este mártir y aquel
cristiano. El mártir cristiano no combatía ni iba a la guerra, era el
carnero
sacrificado ante la injusticia, como el Cristo: un cordero manso al
matadero para ofrecer su vida por el pecado que lo aniquila; por eso
Jesús, el Nazareo, se inmola por la humanidad a ser crucificado. Para el
Corán el mártir es un combatiente que lleva por el mundo la yihad y su
vida un medio de la mano de Alá. El mártir islámico no es un inerme sino
que
porta la muerte al otro y no ofrenda la suya como expiación del
prójimo. Es el insondable abismo que separa una propuesta de amor y una
prepotencia arrogante destructora, la confrontación entre la dulzura y
la
barbarie, la diferenciación entre el amor y el odio.
No
es posible disponer de suicidas terroristas si no se combate en
nombre de lo absoluto. Sin embargo, debemos señalar que en el asunto de
los
kamikazes y de su justificación religiosa existe una división muy
significativa: el rector de la universidad cairota de Al-Azhar, Mohammed
Tantawi ha condenado el suicidio como acto de fe, aserto corroborado por
el
gran muftí de Arabia Saudita. Aunque, políticamente, la mayor parte
de
los "muftíes" y muchos "ulemas" siguen las pautas de los gobiernos
de
los países en los que viven.
El
que Occidente sea capitalista no justifica la lucha radical del
terrorismo. Pero no es la libertad que goza el individuo en Occidente lo
que
combaten estos fanáticos de la muerte, sino es la esencia espiritual
que
concede ese derecho: el cristianismo. El fundamentalismo islámico
acomete a Occidente no porque este sea liberal, o porque esté
socialmente estructurado de forma capitalista, no lo combate por su
esencia
política, lo impugna por su esencia espiritual individual cristiana El
que
Santa Maria Maggiore, en Roma, la iglesia del papa de Lepanto, san Pío
V,
sea el objetivo de los terroristas muestra el arrastre del
fundamentalismo islámico, proveniente de una conciencia de lucha
ancestral con la
cristiandad.
El
fundamentalista se considera la esperanza del futuro, la inclinación
a
lo eterno. Esta idea de crear un mundo nuevo por medio del terror,
del
homicidio masivo, que es un concepto propio de la modernidad forjado
en
Occidente, es pieza medular del terrorismo fundamentalista "a lo
Al-Qaeda", que se afinca en los valores "pre-modernos" tradicionales del
Corán que permea la sociedad islámica, en especial su estructura
familiar, pero echa manos de otras matrices propias de Occidente, la del
mito
de
"reformar la humanidad" en una estrategia de guerra global,
utilizando la tecnología informática moderna. Los militantes musulmanes
que
desarrollaron la lucha guerrillera en Afganistán contra los soviéticos
fueron los promotores del conflicto musulmán en Bosnia y de la masacre
argelina. Por eso se comprenden las campañas militares de Rusia contra
los
musulmanes chechenios.
Hay
quienes apuntan que se emprenderá en este nuevo siglo una fase
nueva, potencialmente constructiva, de renovación del mundo musulmán
ante
la
modernidad, la globalización mercantil y las comunicaciones de
Occidente. De ahí que la ONU nunca se haya pronunciado enérgicamente
contra
el
terrorismo y los atentados suicidas de los musulmanes.
El
fundamentalismo islámico encuentra un campo abonado entre los
musulmanes residentes en Europa, y a su vez está exhibiendo una gran
capacidad de movilización contra sus propios gobiernos a los que
considera
corruptos y serviles a Occidente. A las elites "moderadas" en el poder u
opositoras en el mundo islámico, y a la nueva generación de esta elite,
de
Marruecos de Mohammed VI a la Jordania de Hussein II, de la
tecnocracia y capa militar argelina a la del presidente indonesio Gusdur
Wahid,
se
les plantea escoger gobernar ante la oportunidad que le brinda la
historia o desaparecer de la escena política. Si esta elite se doblega a
una
coyuntura política actual no favorable, la del islamismo político,
el
mundo musulmán deberá dar la cara a una nueva explosión, tanto de
impronta confesional como étnica y racial.
El
terrorismo recorre la historia de Occidente y ha sido instrumento de
las
revoluciones, de pequeños grupos anarquistas y de nacionalistas
que
han incidido en la vida de sus instituciones, pero que en la
comunidad islámica ha devenido en un elemento de masas. El Islam captó
del
Occidente la idea de la revolución y el terrorismo, pero ha rechazado la
dimensión pacífica y creativa de la realidad humana que el cristianismo
promueve como la visión positiva de la vida. "Haced la guerra a los que
no
creen en Dios ni en el día último, a los que no consideran
prohibido lo que Dios y su Enviado han prohibido y a aquellos hombres de
las
Escrituras que no profesan la creencia de la verdad. Hacedles la guerra
hasta que paguen el tributo, a todos sin excepción, aunque estén
humillados" (Sura 9,29).
A
partir de la revolución francesa y de las guerras napoleónicas,
pasando por las experiencias de la revolución bolchevique en Rusia y
Nacional-socialista en Alemania, el movimiento transformador europeo se
caracterizó por su pretensión de "poder universal", de conducir a la
humanidad a la creación utópica de un hombre nuevo y de una sociedad
equitativa. Mientras el positivismo imperante en el curso de los siglos
XIX y XX
otorgaba a este designio la certeza de una sociedad original,
reformada, concedía peligrosamente espacio al totalitarismo, que al
final se
implementó. Así, con su memoria leopardina y en una escalada sin fin en
andas de la conciencia científica, el humano de Occidente se adentró en
un
viaje para encauzar su destino: el mito del progreso ascendente,
residuo de la fe religiosa.
El
terrorismo encarnado en Occidente no era un hecho suicida aunque sus
actores arriesgasen su vida. La muerte de la ideología tras la caída
del
Muro de Berlín lanzó al espacio el renacimiento de la religión, de
un
peligro sumo, por el hecho de que la fe religiosa se ve como una fe
ideológica. El terrorismo islámico es una mimesis de Occidente:
revolución, anarquía, el golpe terrorista como símbolo para demostrar la
impotencia del poder. El terrorismo utiliza las comunicaciones, la red
de
Internet para entronizar el desorden mental y el pánico en el
adversario.
Atribuir el terrorismo a la guerra de Irak es un error, Osama Ben Laden
ya
estaba en marcha incluso antes del 11 de septiembre de 2001.
El
Islam no ha asimilado la valía creativa del trabajo y del concepto
de
empresa, en los cuales se cimienta el desarrollo cultural y social de
Occidente. Esta es la razón por la cual la técnica de la empresa y del
trabajo que el mundo "pagano" (hindú, chino, japonés) ha contraído por
contacto con Occidente es incomprensible en el mundo islámico. Es,
precisamente este criterio de la vida versus la muerte donde se halla el
contraste entre Occidente y el Islam, entre la cultura cristiana y la
islámica. Esta última ve en Occidente a la potencia de la naturaleza
humana y por ello "el Mal" que debe ser repelido.
En
junio de 1992, el Grupo Islámico asesinó al eminente escritor Farag
Foda, por sustentar la apostasía de la separación Iglesia-Estado.
Igualmente, en octubre de 1994, atentaron contra la vida de Naguib
Mahfouz,
el
premio Nóbel de Literatura. Asimismo, la ensayista feminista Nawal
al-Sadawi sería sido objeto de atentados por parte de estos
fundamentalistas. El Grupo Islámico fue el responsable de la matanza de
58 turistas
en
Luxor, en 1997. Asimismo, fue quien desató la degollina contra los
turistas y la policía en el templo de la faraona Hatshepsut, en el
Valle de los Muertos. También el Grupo Islámico ha llevado a cabo un
sistemático asesinato de cristianos coptos, asaltando sus iglesias y
hurtando
sus
bienes, amparados en el término del al-istihlal, que sentencia a
muerte a los infieles.
A
partir del descrédito del nacionalismo árabe tras su ignominiosa
derrota a manos de Israel en 1967, se produce el renacer del "islamismo"
como una nueva respuesta ante la entrega de la política, la
espiritualidad y los recursos por parte de tales gobernantes a Occidente
(Qutb,
Beirut, 2003). En 1968, se concentraron los prelados más ilustres del
Islam
sunnita en la universidad coránica Al-Azhar, del Cairo, para
considerar la yihad, obligatoria con vistas a restaurar la vacilante
nación
islámica, con lo único que se mantiene como un objetivo general: el
ataque
a
los infieles judíos y cristianos. El resultado fue un tarik o
compendio doctrinario que ha servido luego como guía teórica para los
fundamentalistas hasta el presente.
Estos doctores de la fe coligieron lo siguiente: "el yihad no termina
jamás, hasta el día de la resurrección, cuando sus objetivos serán
cumplidos, por el rechazo de la violencia y de la rendición del enemigo
(...). El yihad le dio fuerza a la religión y aumentó la cantidad de
fieles
a
Alá (...). Para lo que están lejos, el yihad es un deber por
procuración. Los diferentes modos de apoyo para sostener y consolidar a
los
combatientes del yihad, como el apoyo económico, el uso de la lengua y
de
la
pluma, el recurso a tácticas políticas, hacen parte del combate. El
yihad fue legislado para expandir el Islam. Por consecuente, los
no-musulmanes deben venir hacia el Islam por voluntad propia o por la
fuerza. La guerra es la base de las relaciones entre los musulmanes y
sus
adversarios, al menos que haya una razón importante para hacer la paz,
por
ejemplo la adopción del Islam por el adversario o por un tratado de
paz
mutual. Pero los musulmanes son libres de romper el pacto con sus
enemigos si sospechan que estos pueden llegar a traicionarlos"
(Alexandre
del
Valle 05/07/2004).
El
llamado pueblo palestino era descendiente de las tribus trashumantes
expulsadas de los países árabes amigos, y comenzó a existir como tal
en
1948. Antes de esa fecha se caracterizaban por pertenecer a
poblaciones de origen diverso a veces, efectivamente, semi-nómadas y
otras
plenamente sedentarias. Los estados árabes no intentaron reasentar a los
palestinos, prefiriendo mantenerlos en campos de refugiado como un
recordatorio público de la injusticia por la creación del Estado de
Israel.
Fue
el presidente Nasser quien el 12 de abril de 1955 fraguó la causa
Palestina, al reunir en El Cairo a los líderes árabes de Gaza, con
vistas
a
organizar, entrenar, armar y financiar a los fedayines y
cohesionarlos en una estructura militar que les permitiera luchar por un
"hogar
palestino". En esta campaña asumiría la vanguardia las brigadas de
Al-Aksa, el brazo armado de Fatah, la organización fundada en las
universidades de El Cairo y Alejandría y encabezada por Yasser Arafat,
que
predicaba el retorno a Palestina por medio de la violencia.
Arafat provenía de una familia de larga tradición antisionista. Su
padre y hermano habían combatido contra las comunidades judías en
Palestina. Su clan tribal, el Hussein, había abrazado el credo nazi
apoyando al
Gran Muftí de Jerusalén. En la década cincuenta Arafat recibió
entrenamiento de explosivos en Egipto. El jefe de la inteligencia
egipcia en
Jordania, el coronel Salah Mustafa, amigo íntimo de Nasser y un
admirador
de
los nazis, asumió el entrenamiento de 700 fedayines en 1955.
Mustafá fue volado en pedazos en Jerusalén por una bomba escondida en
las
memorias del mariscal Gerd von Rundsted, que había recibido por el
correo.
En
1956 varios grupos pequeños atacaron algunos puestos militares en
Gaza, y por órdenes de Nasser los comandos fedayines participaron en la
guerra de Suez en 1957. Para fines de la década existía un semillero de
pequeñas organizaciones dedicadas a la lucha contra Israel. Los
soviéticos, los cubanos, los sirios e iraquíes desempeñaron un papel
importante en el desarrollo de la OLP como la organización terrorista de
la
época con más recursos financieros, mejor entrenada, equipada con
armamento
moderno y múltiples bases y santuarios. Los soviéticos y cubanos
vieron en las guerrillas un medio para acercarse al resto del mundo
árabe.
La
transferencia del manto de liderazgo del Egipto nasserista a la
Arabia Saudita, cambió todo el escenario, y a partir de ese momento se
propagó como alternativa del futuro la práctica del Islam a los
criterios
más
estrictos y rigurosos propios del wahabismo, en sustitución del
laicismo nacionalista. El fracaso del nacionalismo y el reformismo
religioso propulsó nuevamente el fundamentalismo que encontró en sus
textos
sagrados la legitimidad para ejercer la violencia y la consolidación del
Estado teocrático. Por eso, sus víctimas principales son los propios
musulmanes, y las fuentes de tal actitud se hallan en los cimientos
mismos
de
la religión, tal cual es catequizada en las universidades islámicas
desde el siglo XI. El apoyo de las potencias occidentales a los
mandatarios autoritarios, ya fuesen nacionalistas (Irak, el Irán del
shah) o
teocráticos (Arabia Saudita, Yemen, Omán, etcétera) facilitó aún más el
argumento anti-occidental de los radicalizados islamistas (Burgat,
2005, 57).
Existe un factor de cohesión interna y de pretendida "justificación" de
actos terroristas, la existencia de un conflicto histórico sin
resolver, como por ejemplo, la no existencia de un Estado palestino
convierte
a
la "causa palestina" en referencia obligada. A ello hay que añadir
la
situación de Irak, o los muertos en el Líbano. Así, la resistencia
Palestina se mezcló con una interpretación revolucionaria del Islam,
como
guía de la lucha por la "liberación de los pueblos oprimidos", algo
similar a la teología cristiana de la liberación, que se hizo de los
métodos del terrorismo occidental inspirado por los marxistas y los
radicales.
El
terrorismo tuvo su gran empujón en un puñado de organizaciones
palestinas. Uno de los primeros en distinguir que la violencia islámica
era
la
ola del futuro fue el cabecilla militar de la OLP, Khalil Al-Wazir,
el
temible Abú-Yihad. La zona se enturbió aún más con el uso del
petróleo como arma política, con la impronta errática del mandatario
libio
Gadafi, y el desplome del Líbano como nación. Así, la emergencia del
movimiento palestino de la OLP tras la Guerra de los Seis Días fue
promovida por el deseo de compensar el funesto desempeño de los
ejércitos
árabes contra Israel. Con tal auto-descubrimiento, las tensiones entre
las
organizaciones palestinas y los estados árabes se incrementarían desde
entonces.
La
violencia y el terrorismo palestino contra Israel adquirieron
notoriedad a finales de los sesenta y principios de los setenta. Varios
grupos proclamaron su "independencia" de Arafat asumiendo la
responsabilidad
de
los ataques terroristas, pero los servicios secretos de Occidente
sabían que se trataba de una estratagema para eximir a la OLP del
repudio internacional.
La
organización Al-Fatah en particular era la más vociferante en su
posición de no compromiso con Israel, un país que desde su punto de
vista
no
debería existir, rechazando la resolución de la ONU de noviembre del
1967. Al-Fatah urgió al resto de los palestinos a presionar con la
violencia y buscar la aniquilación de Israel a través de operaciones
clandestinas desde Jordania y Líbano. Arafat, junto al otro líder
palestino,
George Habash, y los más altos dirigentes palestinos asistieron a
principios de 1968 a Moscú donde los soviéticos ofrecieron recursos y la
experiencia de sus servicios de inteligencia, la KGB, para iniciar
nuevos
campos de entrenamiento terrorista en Jordania (Steven, 1980, 289).
Así fue cómo la OLP comenzó a recibir armamentos del ex bloque
soviético
y
apoyo financiero de la región, transformándose en un enemigo
peligroso para Israel.
La
conexión entre los programas de armas de destrucción masiva con el
terrorismo se halla en su misma organización. El mandatario iraquí,
Sadam Hussein se destacó por brindar a las organizaciones terroristas la
información de inteligencia para sus operaciones en Europa, así como el
entrenamiento especializado en la manufactura y colocación de
explosivos, la infiltración de áreas sensitivas, amén de amplios
recursos en
dinero, documentación falsa y códigos de comunicación. En tales
circunstancias, Irak llegó a ser el centro de las actividades y
planeamientos
terroristas palestinos, amén de brindarles cobertura. En abril de 1969,
sus
servicios secretos crearon el Frente de Liberación Árabe, encabezado
por
Waddi Haddad, el cual se destacó por su fidelidad a Sadam. Condenado
a
muerte por la central palestina debido a su prevaricación, Abú Nidal
recibió protección en Irak creando allí su Consejo Revolucionario con
una
estación radial, una agencia de prensa y un campo de entrenamiento.
Abú
Nidal fue el responsable del espectacular asalto a la embajada
egipcia en Turquía en 1978.
Por
toda Europa los terroristas de la OLP se desplazaron para atacar
cualquier individuo, entidad o instalación que representara a Israel. El
22
de julio de 1968 el grupo terrorista palestino (FPLP) dirigido por
Ahmed Jibril secuestró el vuelo Roma-Tel Aviv de la compañía israelita
El-Al. El 26 de diciembre de ese año, los comandos de Jibril atacaron
nuevamente otro avión de la El-Al en plena pista de vuelo en Atenas. En
febrero de 1969 le tocaría el turno a otra nave israelí en Zurich. En
agosto, el comando palestino "Che Guevara" secuestró el vuelo de la
norteamericana TWA con destino a Lidda, desviándolo a Siria. El 29 de
ese
mes, una bomba de tiempo estalló en las oficinas de la ZIM en Londres;
el
8
de septiembre explotaron simultáneamente bombas en las embajadas
israelí de La Haya y Bonn; en noviembre 27 una granada detonó en medio
de
una
multitud congregada en las oficinas atenienses de la El-Al.
El
número de secuestros de aviones en esos años pasó del centenar. La
OLP
negoció con algunos países europeos (Grecia e Italia) una cierta
neutralidad operacional bajo el compromiso de prohibir a sus comandos
que
operasen contra ellos, aunque de manera clandestina los utilizaron de
madrigueras. Mientras el jefe terrorista Mohammed Boudiá, primero e
Ilitch Ramírez o Carlos "el Chacal" después, eran las cabezas en Europa
de
las
operaciones del FPLP, el refinado poeta y novelista palestino
Ghassan Kanafani figuraba como su cerebro planificador en los atentados
terroristas, hasta que el 18 de julio de 1972 al encender su automóvil
una
bomba israelí lo desintegró (Steven, 1980, 319).
La
organización Septiembre Negro, encabezada por Mohammed Yussuf
El-Najjar, segundo a bordo de Arafat, era simplemente una estructura
pantalla
de
Al-Fath que recibía entrenamiento y asesoría de la KGB soviética,
que
para tal designio habilitó un poderoso centro de inteligencia en
Chipre. Septiembre Negro instaló sus cuarteles de invierno en Suecia y
Noruega aprovechando el deslumbramiento de los intelectuales y editores
nórdicos hacia el Tiers Monde, la "nueva izquierda", y la inefable
ingenuidad y largueza financiera de sus gobernantes para con los
refugiados
palestinos. Era el criterio de Al-Fatah de poder derrotar a Israel si
los
palestinos desataban una inmisericorde e intensa guerra terrorista.
Como venganza contra el rey Hussein de Jordania, que había expulsado a
los
palestinos que allí se entrenaban, Septiembre Negro ultimó al primer
ministro jordano, Wash-Fal cuando salía del hotel Sheraton en El
Cairo.
Esta estrategia de terror palestino acarreó una conducta punitiva de
contra-ataque no menos violenta, el terrorismo de Estado por parte de
Israel.
Después de la infame matanza de 11 atletas israelíes por pistoleros
palestinos en los juegos olímpicos de Munich, la premier israelí Golda
Meir delineó la estrategia de combatir el terror con el terror. El líder
del
grupo palestino que llevó a cabo la acción en Munich había sido el
notorio Alí Hassan Salameh. El 9 de abril de 1973 Israel montó un
desembarco comando en Beirut aniquilando casi toda la dirigencia de
Septiembre Negro y de Al-Fatah. En los valiosos documentos incautados se
demostraba la estrecha vinculación de la KGB en todo el entramado
terrorista y
los
planes palestinos para liquidar a los mandatarios árabes
"moderados". Israel transfirió la información a los gobiernos
correspondientes
que
tomaron medidas contra Arafat (Steven, 1980, 331).
Tanto en Jordania, Líbano como en otros sitios, la OLP utilizó la
práctica de establecer sus mandos, cuarteles y depósitos de armas en
edificios vecinos a escuelas u hospitales. Los choques sangrientos entre
las
facciones palestinas que tuvieron lugar en Damasco, Beirut y Bagdad
pasaban inadvertidos para los medios de prensa. Los palestinos Abú Nidal
en
Irak y Wadí Hadad en Yemen del Sur, asesinos natos, montarían
atentados contra los hombres de la OLP destacados en Europa tratando de
abrirse
paso a bombazos hacia el liderazgo de la OLP.
Pero Arafat ejercía el control efectivo entre los palestinos y recibía
anualmente estipendios millonarios de dólares sin una clara
contabilidad. Resultante de una vieja tirantez con Arafat, que luego se
limó, el
iraquí Sadam Husein facilitó la ascensión de otra de sus criaturas, el
tenebroso Abú Abbas, jefe del Frente de Liberación de la Palestina,
proveniente de la seguridad de la OLP y conocido por sus vínculos con
los
servicios secretos iraquíes. Abbú Abbás realizó numerosas infiltraciones
armadas en Israel, así como de otras aventuras tenebrosas de las que
pueden citarse el asesinato de León Klinghoffer cometido por el propio
Abbás en el crucero turístico Achille Lauro en 1985, y el asalto a las
playas de Tel Aviv en 1990.
Por
la misma época, otros disidentes de la OLP recibieron albergue en
Irak, como Ahmed Jibril, Salem Abú Salem, Abú Iyad, jefe de la fuerza
élite de la OLP conocida como "unidad 17", Abú Ibrahim, un experto en
explosivo y su grupo "mayo-15". Allí, también, se ubicarían los
cuarteles
generales de la tristemente célebre organización de Abú Nidal, autor de
incontables ataques terroristas en más de veinte países, y más de 900
muertes. Saddam le facilitó los centros de entrenamiento, la logística
y
la ayuda financiera.
Entre 1977 y 1979 los iraquíes orquestaron una campaña de descrédito
contra el Egipto de Anuar El-Sadat y su acuerdo de paz con Israel,
mientras la OLP se sumía en una sangrienta guerra intestina entre Al-Fatah
y
los
grupos pro-iraquíes. En 1978, Said Hammami el representante de la
OLP
en Londres, fue asesinado por un miembro del círculo de Abú Nidal
cuando se proponía negociar directamente con los israelíes.
En
los setenta la región entró en algo nuevo que atentó contra el
tribalismo como la modernización con sus inmensas maquinarias y vastas
cadenas hoteleras, la mezcla de judíos y palestinos, el ascenso de los
musulmanes libaneses. Pero a muchos no les gustaba este mundo nuevo que
borraba las identidades. Para fines de la década 1970, los escritos de
los
radicales pensadores chiítas en Irán, Líbano e Irak se expresaban de
manera similar a los sunnitas de Egipto y Arabia Saudita, en sus
diagnósticos y curas de los problemas contemporáneos, y en sus énfasis
hacia la
confrontación. No era difícil imaginar que este corpus ideario
desovara una dinámica de acción contra los "infieles", sobre todo cuando
la
barrera idiomática del árabe ha impedido al Occidente defender su causa.
En
1996, el conocido periodista cairota Mohammed Heikal, en su obra
Canales secretos -que pasó inadvertida en Occidente-, alertaba a éste de
la
profunda furia y repulsión que contra ellos se anidaba en todo el
Islam.
Pese a que ciertas naciones musulmanas se han enriquecido gracias al
petróleo, la mayoría de ellas son pobres, no disfrutan de las
prerrogativas civiles que se tienen por elementales en Occidente, como
la libertad
de
expresión y el derecho a votar en elecciones justas. Con índices
demográficos disparados, muchos miembros de estas sociedades recurren a
los
movimientos políticos islamistas para afirmar su identidad y
reclamar el control de sus propias vidas. El fortalecimiento económico
y, con
éste, también político y militar del mundo islámico, a partir del
petróleo, lejos de conducir a un debilitamiento de la sustancia
religiosa,
se
vincula con una nueva conciencia religiosa, en la cual se conjugan
en
indisoluble unidad la religión islámica, la cultura y la política.
Ante la tendencia en sectores del mundo islámico, de asumir las
amenidades y las nociones de la modernidad, especialmente la proveniente
de
Occidente, que tienden a la secularización estilo Turquía, se antepone
el
enfoque más tradicional de la vida islámica y un rechazo a las formas
occidentales y modernas; de ahí todo el movimiento para extender la ley
musulmana (Sharia) en cada área de la vida, y el éxito que ha tenido
tal
visión en Arabia Saudita, Irán, Paquistán y Sudán, recurriéndose a
la
violencia y al terrorismo al tratar de implementar su programa.
La
radicalización política es marginal; sin embargo, en términos de
impacto es muy fuerte. El caso de la Siria otomana es lo que mejor
ilustra
esta situación de aberración de la que aún no se ha salido en este
comienzo del siglo XXI, y cuyas tensiones, guerras e insuperables
dificultades en los terrenos de la seguridad y del desarrollo
representan su
destino de fragmentación y de destrucción de los equilibrios naturales y
humanos.
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