En defensa del neoliberalismo

El veneno del multiculturalismo
Adolfo Rivero Caro

Recientemente, el primer ministro británico David Cameron, un auto declarado “liberal conservador'', hizo un demoledor ataque del ``multiculturalismo estatal'' y ha iniciado el proceso de extirparlo de la política oficial del país. El argumento de Cameron es que el terrorismo que está amenazando Occidente, tanto en Afganistán como en Gran Bretaña, tiene su origen en la subyacente ideología extremista del islamismo y que esta ideología es promovida por el multiculturalismo “que estimula a diferentes culturas a vivir vidas diferentes'' empujando a jóvenes impresionables en manos de extremistas financiados por el Estado.

Cameron también subrayó que una de las razones del aparente éxito del extremismo islámico es la ausencia de patriotismo, el rechazo al orgullo de la identidad nacional. Lo que permite a los islamistas llenar el vacío con sus propios mitos y símbolos.

Muchos cubanos y latinoamericanos en general están profundamente confundidos con este fenómeno. Piensan que el multiculturalismo es una especie de generalizada simpatía por las particularidades de los distintos grupos de inmigrantes. No es así. El multiculturalismo es uno de los principales instrumentos teóricos del pensamiento de la nueva izquierda en su lucha por encontrar un sustituto al marxismo leninismo tradicional.

Los liberales multiculturalistas afirman que Estados Unidos no tiene una cultura sino muchas, y pretender que la cultura anglosajona sea la dominante no es más que una demostración del carácter imperialista, represivo, racista, machista y discriminador de esa cultura anglosajona. Sin embargo, es obvio que Estados Unidos tiene una cultura tradicional muy bien definida: la derivada de la cultura británica. Como dice Schlesinger en su libro La desunión de Estados Unidos: ``El lenguaje de la nueva nación, sus instituciones, sus ideas políticas, sus costumbres, sus preceptos y sus oraciones se derivaron principalmente de Gran Bretaña''. Los ingleses trasladaron a Estados Unidos no sólo su espléndido idioma sino su multisecular experiencia social: el estado de derecho, el gobierno representativo y todo un rico legado de hábitos, costumbres y tradiciones que ha formado la cultura norteamericana durante más de una docena de generaciones.

En realidad, los liberales ni siquiera aceptan la idea de un pueblo americano. En la guía para el currículo de las escuelas de Nueva York (1991) se plantea que Estados Unidos es “una nación, muchos pueblos'' y aunque “los pueblos'' de Estados Unidos son mencionados muchas veces, las palabras “el pueblo americano'' no se mencionan nunca. Esto no es excepcional. Muchos cursos de estudio le dedican más espacio al multiculturalismo que a ideas básicas de la democracia americana como la soberanía popular y el gobierno de la mayoría.

Que nadie se engañe: el objetivo real de la nueva izquierda liberal no es la valoración de las demás culturas sino la desvalorización de la tradicional cultura norteamericana. Es su odio a esta cultura (burguesa) lo que los lleva a luchar por que los inmigrantes no se integren a la misma. De aquí su esfuerzo por exagerar las diferencias entre los norteamericanos y otros pueblos, que la propia historia de este país desmiente. Los liberales multiculturalistas fingen creer que la cultura de una persona está rígidamente determinada por el color de su piel o por quienes fueron sus antepasados. Suponen, por consiguiente, que un negro norteamericano tiene más en común con un congolés o un zulú, porque sean negros, que con sus compañeros de trabajo, porque son blancos.

Los liberales norteamericanos no quieren ninguna integración a la cultura de este país. En realidad, los liberales aspiran a la balcanización de Estados Unidos. Saben perfectamente, aunque afirmen lo contrario, que impedir la integración a la cultura norteamericana requiere esfuerzos excepcionales. Es por eso que insisten en esos funestos programas para educar a los hijos de los inmigrantes en sus idiomas natales. Esto, pese a que numerosas encuestas muestran que la gran mayoría de los latinoamericanos entrevistados consideraba que “era su deber aprender inglés''.

La experiencia universal muestra que las diferencias entre los grupos no significan que las culturas sean compartimientos estancos. A través de la historia, la hibridación cultural o, como decía el gran etnógrafo cubano Fernando Ortiz, la transculturación, ha sido una de las principales fuentes del mejoramiento de los grupos, las naciones e, inclusive, de las civilizaciones. Toda nacionalidad es un híbrido exitoso.

n inmigrante puede ser descendiente de alemanes, suecos, polacos, africanos, japoneses o cubanos pero hacerse norteamericano significa convertirse en un heredero cultural de Washington, Jefferson y Lincoln y, por extensión, de Shakespeare, Milton y Locke. Y aunque esta herencia cultural haya sido posteriormente modificada y enriquecida por muchas otras, ha seguido siendo la tradición central de este país hasta el día de hoy. Esto es completamente natural, no hay un solo pueblo que no tenga su propia cultura y no aspire a mantenerla. Y los liberales están profundamente equivocados si creen que el pueblo norteamericano va a permitir que lo despojen de la suya por mucho que pretendan intimidarlo con acusaciones de xenofobia y de racismo.

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