En defensa del neoliberalismo

 

¿A dónde va Ecuador?

 

Adolfo Rivero Caro

Lucio Gutiérrez, un militar golpista, simpatizante de Hugo Chávez y de Fidel Castro, fue elegido el pasado domingo como presidente de Ecuador. ''Creo que con el concurso de todos los sectores podremos salir adelante'', declaró el ex coronel, que no tendrá mayoría en el unicameral Congreso ecuatoriano, dominado por los partidos tradicionales: el Socialcristiano (del ex presidente León Febres Cordero), el Roldosista Ecuatoriano (del ex mandatario Abdalá Bucaram) y el socialdemócrata Izquierda Democrática (del ex presidente Rodrigo Borja).

Quizás sea sincero. El programa enunciado por Mario Canassa, su principal asesor económico, defiende la dolarización y las rebajas de impuestos. Y Gutiérrez se ha pronunciado a favor del Tratado de Libre Comercio. Eso el alentador. En América Latina, nuestros pueblos parecen creer que sus graves problemas sociales no se han resuelto por falta de voluntad para hacerlo. Una falta de confianza derivada, en el fondo, de intereses creados. De aquí la tendencia a elegir a alguien que no tenga relaciones con los intereses establecidos, de un outsider, para intentar darles solución. Tales han sido Perón, Castro y Hugo Chávez, por sólo citar algunos. Ahora, Brasil acaba de elegir a Lula y Ecuador, a Lucio Gutiérrez.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta que las elites políticas latinoamericanas, influidas por la herencia española y la fatídica popularidad del socialismo, han dejado mucho que desear como clases dirigentes. Su corrupción, en particular, les ha hecho perder la confianza de las grandes mayorías y ha parecido darles la razón a los críticos del ''sistema''. La corrupción envía el mensaje de que el interés fundamental de los políticos es enriquecerse. Esto genera cinismo y parece confirmar que no existe un verdadero interés en resolver los problemas sociales. De aquí que frecuentemente haya que recurrir a una retórica demagógica y populista para poder llegar al poder y, desde allí, hacer las reformas necesarias. No creo que ese sea el caso de Lula, viejo militante de la izquierda radical. Pero quizás sea el caso de Lucio Gutiérrez.

La creencia de que los problemas sociales son esencialmente fáciles de resolver es una herencia de la Ilustración francesa (ver Conflicto de visiones de Thomas Sowell en www.neoliberalismo.com) posteriormente elaborada por los socialistas y, en particular, por Marx. En la teoría marxista de la lucha de clases, que todavía hipnotiza a la mayoría de los intelectuales occidentales, todos los problemas sociales se derivan de la opresión de un grupo social por otro. Durante la mayor parte del siglo XX, los socialistas pensaron que si sólo pudieran deshacerse de los burgueses, de los empresarios (expropiaciones, nacionalizaciones) y administrar las empresas no en beneficio privado, sino público, a través de una burocracia estatal, se podría construir un paraíso en la tierra. Consiguieron hacerlo (las revoluciones comunistas) y los resultados fueron una catástrofe económica, social y humana. La mayoría de los socialistas se vio obligada a renunciar oficialmente, entre gemidos y sollozos, a la lucha de clases.

En el fondo, sin embargo, no revalorizaron su concepción del mundo porque hubieran perdido su identidad. Se limitaron a un retroceso táctico. No era cuestión de quitarles las empresas a los capitalistas. Eso era ruinoso. Había que conformarse con regularlas al máximo y castigarlas con impuestos progresivos. Después de todo, eran racistas, discriminadoras, machistas, guerreristas, violentas, ladronas y destructoras del medio ambiente. Los empresarios se- guían siendo el enemigo.

El problema es no puede haber prosperidad capitalista con políticas anticapitalistas. La experiencia demuestra, por ejemplo, que las rebajas de impuestos estimulan la economía. Pero no son las rebajas de impuestos a la clase media las que estimulan la economía, sino las rebajas de impuestos a los empresarios. Por una sencilla razón: los grandes empresarios no van a utilizar las rebajas de impuestos para aumentar su consumo sino para ampliar sus empresas, para invertir y, por consiguiente, para crear fuentes de trabajo. Debía ser obvio pero no lo es. Va contra la psicología humana, contra el natural resentimiento ante el éxito de los demás. Resentimiento que el marxismo disfraza brillantemente de teoría sociológica.

Nadie crea que estas son simples disquisiciones teóricas. Ahora mismo, el presidente Bush está estudiando qué medidas tomar para estimular la economía americana. El presidente sabe que rebajar el impuesto al valor agregado (capital gains tax) y eliminar el doble impuesto a las empresas garantizaría un boom económico. Pero, ¿acaso no lo van a acusar los demócratas de servir a los intereses de los ricos? ¿qué es esto sino hacer política basado en la lucha de clases?

Los demócratas alegan que rebajar los impuestos aumenta el déficit presupuestario porque, al cobrar menos impuestos, el gobierno recauda menos. Esto, sin embargo, es un análisis estático. El estímulo económico que representa la rebaja de impuestos estimula tanto la economía que los ingresos gubernamentales crecen, no disminuyen. Kennedy y Reagan lo hicieron con éxito. Quizás sea por eso que el principal asesor de Lucio Gutiérrez está hablando de rebajar el impuesto al valor agregado del 12 al 10%. Es un buen indicio.

The Wall Sreet Journal y la Heritage Foudation acaban de publicar el Indice de la libertad económica del 2002. Todo político latinoamericano debía tenerlo como libro de consulta. Entre los 156 países analizados, Chile está en el lugar 16. Brasil, tras ocho años de tímidas reformas neoliberales, está en el 72. Ecuador está en el 118. Cuba ocupa el penúltimo lugar en el mundo, el 155, sólo superada en falta de libertad económica por Corea del Norte. ¿Hacia dónde marchará Lucio Gutiérrez? ¿Hacia Chile o hacia Corea del Norte?