En defensa del neoliberalismo
 

Testigo de nuestro tiempo

 

Adolfo Rivero Caro

La literatura excepcional siempre produce extrañeza. Leer es una variante extraña del vivir porque lo que vivimos no son experiencias reales, sino su descripción. Esas copias de experiencias casi por definición debían ser grises, insípidas y borrosas. Y, sin embargo, extrañamente, es la vida misma la que frecuentemente parece borrosa, insípida y, en gran medida, falsa. Y es su fantasmagórica copia, por el contrario, la que nos parece intensa, apasionante y, sobre todo, real. Es como si viéramos el mundo por primera vez. Pruebas de contacto, de Raúl Rivero, nos permite una percepción directa de la Cuba de hoy. Más directa, en gran medida, que la de millones de cubanos que viven en aquella isla desdichada. El medio para conseguir esto, por supuesto, es el idioma. No hay literatura excepcional sin un empleo excepcional del idioma. A veces el idioma chisporrotea, como en Quevedo, Gracián o Lezama; fluye transparente, como en Cervantes, Azorín o Cortázar, o fosforece hipnóticamente como en Rulfo o Borges. No solo hay afinidad entre la prosa de Rulfo y la de Raúl Rivero sino también el mismo gusto por la viñeta impresionista. Es muy probable que Raúl sea el mejor de los poetas cubanos vivos. Pero, como señalara Guillermo Cabrera Infante en Raúl Rivero, el condenado por confiado, es también ''un prosista de notable originalidad, capaz de inventar una forma de narración a caballo entre la ficción y la viñeta de denuncia''. No es extraño que haya tenido que inventar una nueva forma narrativa. Ha tenido que inventar más que eso. Se ha tenido que inventar una nueva vida.

La independencia intelectual es bastante ilusoria. Cada uno de nosotros es apenas una fluctuación dentro de un determinado campo magnético de ideas que suelen ser las dominantes en una época determinada. Esas ideas, a su vez, tienen una poderosa carga emocional. Ahora bien, pocas ideas tienen la fuerza y el atractivo de las ideas socialistas. No es por gusto que Raymond Aron las llamara, en un libro que no pierde actualidad, El opio de los intelectuales.

Son las ideas de la lucha de clases, de que lo que es bueno para los ricos es malo para los pobres, de que el capitalismo es el causante de la pobreza y de todos los males asociados con ella y que, por consiguiente, Estados Unidos, la primera potencia capitalista del mundo, no es el principal motor del progreso, sino, muy por el contrario, el principal causante de la pobreza que existe en gran parte del planeta. Estas ideas tienen tanta fuerza que la mayoría de los intelectuales se mantienen aferrados a ellas a despecho de toda la experiencia del último siglo. Y que nadie se equivoque: esas ideas han sido, y siguen siendo, el sostén fundamental de la revolución cubana.

Romper con estas ideas no es fácil, especialmente para los intelectuales y artistas que tienen un lugar seguro e independiente del mercado en las sociedades socialistas. Ahora bien, las sociedades que se gobiernan de acuerdo a esas ideas se ven, para su propio asombro y desconcierto, sumidas en una creciente pobreza. Y no sólo eso, sino que ven aquejadas por casi todos los problemas que sufren las sociedades capitalistas y por algunos nuevos, de su propia invención. ¿Qué hacer? ¿Darles la espalda a esas ideas o darle la espalda a la realidad? La respuesta es obvia. En Cuba, en Estados Unidos y en todas partes, mucha gente prefiere darle la espalda a la realidad.

Es por eso que esas sociedades se vuelven esquizofrénicas. Viven aplaudiendo éxitos que no existen. Tiene que ser así. La dictadura del ''proletariado'' no puede permitir que se cuestione la razón de su existencia. De ahí que, como decía Vaclav Havel, haya que vivir en la mentira. Es por eso que los que se mantienen dentro del universo oficialista, aunque sea a disgusto, viven en un mundo moralmente tóxico. Están siendo constantemente empujados hacia la falsedad, la hipocresía, la adulación: la corrupción del carácter. Es como vivir y trabajar en un medio ambiente contaminado de radioactividad.

La gente trata de protegerse recurriendo al escapismo: el alcohol, el cinismo, el humor negro. Esos mecanismos de protección, sin embargo, no pueden utilizarse constantemente ni durante mucho tiempo. Como cualquier droga, producen negativos efectos secundarios. Una personalidad realmente cínica convierte el mundo en una realidad hostil y antihumana. Un cínico es el peor de los desterrados. No está desterrado de un país, sino de la fraternidad humana.

Los que han creído sinceramente en las ideas socialistas necesitan extraordinario valor moral para librarse de ellas. Tienen que renunciar a camaraderías forjadas a lo largo de muchos años y verse considerados como traidores por muchos viejos amigos. Bajo una dictadura totalitaria, ese exilio interno resulta excepcionalmente duro. Tan duro que, confrontados a la alternativa de la vida en presidio, la inmensa mayoría opta por el exilio.

Sin embargo, para los intelectuales y artistas, que aman profundamente su trabajo, eso significa salir a ganarse la vida en el mercado. En muchos casos, eso significa no poder ganarse la vida haciendo lo que se ama y, por consiguiente, tener que renunciar a vocaciones de toda la vida para no morirse de hambre. Son opciones terribles y hay que meditar en ellas antes de lanzar duras condenas morales.

Raúl Rivero optó por la verdad y por la disidencia. Por hacerlo, está en una mazmorra condenado a 20 años. Es muy probable que Blanca Reyes, su indomable esposa, sufra un destino todavía peor. Y, sin embargo, Raúl es hoy más libre que nunca, y hasta en un confinamiento solitario jamás ha estado más acompañado. Lo acompañan todos los hombres del mundo que aman la verdad, y que lo ven como un símbolo de la libertad humana.

¿Cuáles serán considerados, de aquí a medio siglo, los libros más importantes de la literatura cubana actual? El hecho de que Cuba haya sufrido una experiencia devastadora hace razonable sospechar que algunos estarán relacionados con esta gran tragedia y nos ayudarán a revivirla con la pureza, la intensidad y el alejamiento de la obra de arte. En mi opinión, Pruebas de contacto, de Raúl Rivero, va a tener un lugar entre esos futuros clásicos.

Cuando haya que ser un erudito para identificar a los actuales traficantes literarios de la UNEAC (y reconocer esa sigla), una joven generación se asomará con admiración y asombro a la obra de este testigo de nuestro tiempo.