En defensa del neoliberalismo
 

El sueño y la pesadilla

 

Recuerdo el impacto que me causó, en mi lejana juventud, la idea de que tratar de manera igual a personas diferentes era profundamente injusto. La leí en la famosa Crítica del Programa de Gotha de Carlos Marx. Constituía el fundamento de su crítica al derecho ''burgués''. Históricamente, por supuesto, nuestro derecho es un enorme progreso en relación con la época en que los hombres eran diferentes ante la ley y ésta daba un tratamiento muy distinto a un noble y a un plebeyo. Aunque Marx también lo consideraba un progreso, creía que esa época de opresión había sido reemplazada por otra en la que la diferencia entre nobles y plebeyos había sido sustituida por la diferencia entre burgueses y proletarios. Y, de la misma manera en que una revolución había acabado con los privilegios de la nobleza, otra revolución (la comunista) acabaría con los privilegios de los burgueses. En la sociedad moderna, la clase dominante era la burguesía, es decir, los capitalistas, los empresarios. Era una clase explotadora porque, según creyó demostrar en El capital, la fuente de sus ganancias estaba en la plusvalía, es decir, en la riqueza creada por los obreros y de la que se apropiaban los empresarios.

El valor real, científico, de estas ideas resultó ser nulo. Ningún economista en el mundo las defiende. Su atractivo, sin embargo, se apoyaba en fuerzas poderosísimas: la envidia, la necesidad de explicar fenómenos sociales complejos que desbordan nuestra capacidad intelectual, el resentimiento de los intelectuales ante los comerciantes. Esas fuerzas no han perdido su vitalidad. De aquí que diversas variantes del marxismo sigan increíblemente vigentes. Simplemente sustituyan burgueses y proletarios por cualquier otra pareja de explotadores y explotados que esté de moda y comprobarán la actualidad y vigencia del esquema marxista.

La igualdad es un ideal, un sueño. Pero si la naturaleza ha decretado la radical desigualdad entre los hombres, ¿cómo eliminarla entonces? Según los intelectuales socialistas, es muy sencillo. Sólo hay que darle poder al gobierno para conseguirlo. Es tristemente irónico que quitarle poder al individuo y dárselo al estado pueda ser considerado ''moderno'' y ''progresista''. A través de la historia, todo el poder siempre ha residido en el estado. Que la voluntad de un hombre sea ley es algo tan moderno como el Egipto antiguo y tan progresista como los faraones. Lo único radicalmente nuevo son los derechos inalienables de los individuos. Es por eso que los únicos verdaderos reaccionarios son los socialistas.

El intento por cambiar radicalmente la sociedad empieza subrayando el carácter transitorio del derecho y la moral. Esto ha sido el gran instrumento para desvalorizarlos, para socavar los fundamentos culturales de nuestra sociedad y tratar de cambiarla radicalmente. De ahí la lucha por cambiar el sentido de las palabras. De ahí el pensamiento ''políticamente correcto'' que siempre es coercitivo. Uno de los campos favoritos escogidos para la aplicación del pensamiento políticamente correcto ha sido el de la docencia de la historia. En realidad, no es más que un lavado de cerebro impuesto en las escuelas públicas. En un reciente manual, elaborado por el National Center for History in the Schools, de la Universidad de Los Angeles, se establecen los hechos capitales sucedidos en la historia de los Estados Unidos; los hechos que ningún niño debe ignorar. En este texto escolar aparece diecinueve veces alguna referencia a la ''caza de brujas'' del senador McCarthy y ni una sola vez aparece la más mínima referencia a Edison, Einstein o los hermanos Wright; mientras en el mismo manual se cita nueve veces una convención de mujeres en el estado de Nueva York en 1848 en defensa de la igualdad de derechos. Así están las cosas. A los responsables no les importa la crítica. Se sienten protegidos por el establishment liberal. Al ser requerido el director del manual para que explicara la ausencia de Edison del texto, éste contestó: ''Si falta Edison, también faltan inventoras y grandes inventores negros''. ¿Y se supone que esta polítca sea benefactora y positiva? Por favor. Estas ideas son los instrumentos intelectuales del gangsterismo político.

Nunca derrotaremos decisivamente al socialismo. Es la ideología natural de las elites contemporáneas. Marx dijo que la religión era el opio del pueblo. Pero, cuando la religión ya no puede captar el entusiasmo intelectual y emotivo de las elites, ¿qué causa puede sustituirla? El liberalismo no, por supuesto. Lo único que defiende el liberalismo es la libertad. El liberalismo no ofrece ninguna respuesta a las grandes interrogantes de la existencia. Que el ejercicio de la libertad individual tiende a crear riqueza social no es un ideal, es un hecho histórico. La mejoría en las condiciones de vida materiales, sin embargo, aunque muy deseable, no lleva aparejada la felicidad. Los ricos que se suicidan o se dedican al alcohol o a las drogas son innumerables. La libertad, como la adultez, es un privilegio, pero también una pesada carga. Es por eso que el liberalismo es una ideología de minorías.

A los socialistas no les basta con cambiar las circunstancias de los individuos. Saben que la prosperidad material no es una respuesta a la angustia existencial. Por eso aspiran a cambiar radicalmente la sociedad. Radicalmente. De ahí la descabellada búsqueda de la igualdad de resultados. De aquí la Acción Afirmativa. ¿De dónde sale entonces ese insano anhelo de cambio revolucionario? Probablemente del hastío existencial. Cuidado. La gran lección del siglo XX ha sido que la lucha por el sueño puede llevar, y ha llevado, a la realidad de la pesadilla.