En defensa del neoliberalismo

 

 

El sexo en Alejandro Magno

Oliver Stone perpetua un mito clásico

 

 

Víctor Davis Hanson

Lo mejor que se puede decir sobre el Alejandro de Oliver Stone es que no merece la pena verla.  Aparentemente, Stone creyó que iba a poder entusiasmar a la prensa progresista con sus escenas homosexuales y a persuadir al público de que el primer gran conquistador planetario era una criatura femenina, llorosa y sensible y no un gran capitán familiarizado con el hierro y la sangre.

En realidad, la película ha demostrado ser mucho más aburrida que escandalosa. El problema con la narrativa de Stone no está tanto en sus inexactitudes históricas como con su obsesión con las intrigas sexuales, lo que hace que se pierda gran parte de la asombrosa historia de Alejandro. Las controversias que emergen de los historiadores clásicos de Alejandro, — Arriano, Curtíos, Diodoro, y Plutarco — no giran sobre el sexo.  El Alejandro "bueno" y el “malo" de tradiciones antiguas y modernas implica una serie de temas infinitamente más fascinantes, casi todos omitidos por  Stone.

Alejando ayudó a matar muchos más griegos en la victoria de Queronea, el sitio de Tebas, la campaña en Jonia, y las batallas de Gránico e Issos que los que los persas mataron en siglo y medio de conflicto entre el Oriente y el Occidente. El aniquilamiento de Tebas –cuna de gran parte de la tragedia griega, tierra natal de Pitágoras y Píndaro  — es simplemente ignorado. El brutal sitio de Tiro es considerado una genialidad militar mientras que el brillante asalto de Gaza es pasado por alto. Cómo o por qué se ordenó incendiar a Persépolis nunca es realmente investigado aunque ha sido objeto de siglos de apasionadas discusiones. Hay una buena descripción de la batalla de Gaugamela, pero no se mencionan a Gránico ni a Issos. Una especie de batalla en la jungla, parecida a las de Vietnam aunque con elefantes, sustituye la lucha contra Poros en el  Hydaspes. En todo caso, esto se parece más al mitodrama de Platoon que a nada de Arriano.

El ego de Alejandro mató a más de sus compañeros en un innecesario viaje a través del desierto gedrosiano que los que Darío III mató nunca en el campo de batalla. Ese desastre y la sucia lucha en Bactria casi no ameritan mención.

El sexo y el conquistador

Pero los problemas de este melodrama sexual de tres horas de duración trascienden la omisión de hechos importantes. Esta melodramas homosexual ignora el gran debate sobre la evaluación del mismo Alejando Magno. ¿Fue un precursor del multiculturalismo o fue, en realidad, un asesino de masas como César o Napoleón, suficientemente astuto como para ocultar su barbarie bajo una pretensión intelectual?

¿Es su gran década en el Este una prueba de su genio militar o puede explicarse como la carrera de un joven temerario que heredó el ejército y los generales de su padre, un hombre mucho más brillante? ¿Pudo realmente Alejandro occidentalizar el Oriente o, en realidad, sólo llevó un fino barniz de helenismo a Asia mientras condenaba a muerte la gran herencia de 500 años de las ciudades-estados griegas e mportaba el despotismo oriental, la teocracia y una agricultura subvencionada? ¿Murió exhausto en el altar de una idealista “Hermandad Humana” o fue un alcohólico envenenado por reaccionarios generales macedonios hartos de sus insensatas expediciones por Afganistán, la India e Irán? Stone no tiene la menor idea de estos debates en torno a Alejandro. Y, sin embargo, no se trata de son áridas especulaciones académicas y fácilmente hubieran podido llevarse a la pantalla puesto que se desarrollaron en medio del caos y la carnicería del campo de batalla. Pero en vez de un enfoque serio tenemos una especie de Dallas de la antigüedad con la obsesión sexual de Desperate Housewives.

Que así sea, pero es la sensibilidad sexual de Stone, al menos, históricamente correcta? Sí y no. Dentro de  ciertos marcos sociales y económicos del mundo antiguo, no se encontraba nada malo en las relaciones homosexuales bajo condiciones muy específicas. Por otra parte, dentro de la gran mayoría de la población rural del mundo Mediterráneo,  la heterosexualidad y el matrimonio era, por supuesto, las normas. Las grandes masas pobres y agrarias del mundo pre-cristiano consideraba los actos homosexuales como anormales, no como pecados en el sentido religioso sino más bien como prueba de que la corrupción y la decadencia eran las consecuencias de tener demasiado dinero y de demasiado tiempo libre en las ciudades.

Con todo, entre las sofisticadas elites de Grecia y Roma, en el simposio y en la palestra, el interés de los hombres mayores por la compañía y la sexualidad femeninas no estaban determinados sólo por el sexo sino mas bien por la juventud y la apariencia. En el rarificado mundo del Simposio de Platón o el Satiricón de Petronio, muchachos de aspecto femenino eran francamente vistos como deseables compañeros sexuales, con tal de que esas idealizadas relaciones pudieran presentarse bajo el pretexto de impartir educación, y se mantuvieran estrictamente unilaterales. Hombres mayores libres no entraban en una actividad sexual jugando un papel pasivo que sugiriera un rol femenino y mucho menos se irían a vivir con alguien de su misma edad en uniones sexuales permanentes. Es cierto que algunas veces oímos de relaciones idealistas entre jóvenes de aproximadamente la misma edad – Aquiles y Patroclo en la Ilíada, o los tebanos Pelópidas y Epaminondas – pero nunca hallamos ninguna evidencia concreta de que esas amistades pre-matrimoniales implicaran relaciones sexuales. 

Durante los últimos 20 años, los estudiosos de la cultura clásica han explorado cada rincón de este juego sexual asimétrico, tan sobresaliente en la literatura clásica.  Edward Gibbon elogiaba al emperador  Claudio, que evitaba los muchachitos, y era el único de los primeros 15 emperadores romanos al que  consideraba "correcto" en asuntos sexuales.

Una práctica sexual  relacionada pero diferente era popular en sociedades militares como Esparta, la Antigua Tebas y Macedonia. Los soldados  — incluyendo a Pausanias, el amante y posterior asesino de Filipo, o a Alejandro en su aparente fascinación erótica con Hefestión — tendrían ocasionales relaciones carnales con hombres, generalmente más jóvenes y de inferior condición económica o social.  Se dice que los reyes espartanos frecuentemente tenían jovencitos favoritos, y entre los guerreros vitalicios, el sexo puede haber sido una forma de desarrollar la solidaridad entre combatientes. 

En consecuencia, en el mundo helénico, demarcaciones como "homosexual" o "bisexual" realmente no existían, aunque escuchamos mucho sobre una “amor excesivo por los jovencitos” por parte de Sófocles o, posteriormente, del emperador Adriano. En realidad, ni siquiera hay palabras para estas “orientaciones” en el vocabulario del griego antiguo. Con todo, hay muchos términos de desprecio y burla por los  "pathics" y "catamites" (e.g., kinaidoi o malakoi/malthakoi) que prefieren relaciones pasivas, que no se casaban o engendraban hijos, y que manifestaban abiertos signos de feminidad, incluyendo voces atipladas y usar ropas y maquillajes mujeriles. Algo así pudiera describir a Agaton, un dramaturgo ateniense, o a Giton, el gigoló masculino del Satiricón. En la obra de Aristóteles, por lo menos, se hacen observaciones sobre las miradas y gestos feminoides de ciertos hombres, y el autor pudiera estar describiendo lo que ahora asociamos con una genética tendencia homosexual que existe entre el 3 y 5 por ciento de la población. En todo caso, un gran señor macedonio nunca asumiría un papel público que pudiera remotamente parecerse a la de un sodomita Pero también pudiera ser posible que, en medio de una borrachera, usara los omnipresentes jovencitos como hembras sucedáneas para su propio placer sexual, especialmente cuando muchos estaban dispuestos a comerciar su cuerpo por dinero o promoción social.

¿Qué tipo de sexualidad?

Lo que pudiéramos considerar como lo más cercano a las prácticas sexuales de los aristócratas o soldados del mundo antiguo pudiera caracterizarse no como una omnívora avidez por jovencitos en si, sino como un subgrupo de la pederastia: la atracción que hombres mayores sienten por los jovencitos, hombres mayores considerados como “heterosexuales” indiferentes hacia hombres de su misma edad y que no están interesados en ser actores pasivos en una relación sexual con jóvenes. En nuestra sociedad, oímos sobre esto constantemente, desde las historias de curas corruptos hasta los hombres de las guerreras tribus pashtun en la India que buscan aprendices entre niños, huérfanos o simplemente jovencitos interesados en emular su valor marcial.

Si esos deseos homoeróticos son una expresión de tendencias homosexuales innatas en cualquiera de los participantes o si son mas bien un reflejo de los muchos obstáculos heterosexuales dentro de las sociedades tribales – que implican la santidad de la virginidad femenina, la relativa escasez de mujeres educadas, o la vida en una sociedad fundamentalmente masculina – no está muy claro en el pasado, ni lo está en el presente. Pero lo que no cabe duda es que en el antiguo Mediterráneo las relaciones sexuales ocasionales con hombres de aspecto femenino o con adolescentes no ganaba el reproche de “ser homosexual”  como todavía lo es en el mundo moderno. En la mayoría de los casos, los actos en si mismos no significaban ni un estilo de vida ni una orientación. Así que tiene poco sentido especular si personajes tan diversos como Platón y Filipo II eran análogos a nuestra noción de “homosexuales.”

Los macedonios de Alejandro eran hombres al mismo tiempo más y menos tolerantes de la homosexualidad que los del mundo moderno. Se concentraban no tanto en el deseo per se de la compañía sexual de un varón sino mas bien en el método de su manifestación. En cierto sentido, por la noche una tienda comunal macedonia  sería análoga al mundo salvaje de la prisión moderna. En ambos casos, la constante intimidad masculina crea una extraña clasificación de la masculinidad, en la que los papeles activos que implicaban penetración eran vistos como una expresión sexual casi-normal, una especie de relación sexual vicaria cuando no hay mujeres. Esos hombres más débiles, más bonitos o más jóvenes que son “usados” son vistos como poco más que “mujeres” y sufren el abuso de tener que renunciar a su identidad masculina sea voluntariamente o a la fuerza.

Stone no parece comprender nada de esta complejidad. Pero si hubiera realmente creído que la vida sexual de Alejandro no debía separarse de su extraordinaria carrera, entonces la hubiera presentado como incidental en vez de como esencial a su personalidad, y no muy distinta de la de los hombres que dirigía. Por el contrario, si Stone, sin apoyo histórico alguno, realmente creía que los deseos de Alejandro eran  insólitos para su tiempo y estaban en el centro mismo de su ambiguo legado, tanto como fundador y como destructor de innumerables ciudades, entonces debía haber explorado el ascetismo, más bien que la indulgencia de Alejandro. Los antiguos creían no que Alejandro estuviera obsesionado por el sexo o que tuviera gustos raros sino que sus deseos carnales estaban extrañamente sublimados y subordinados a una serie de otras preocupaciones, desde el misticismo y la religión hasta la política asiática y los exóticos cultos extranjeros.

En realidad, es muy poco probable que el sexo estuviera en la raíces de las relaciones de Alejandro con su madre Olimpia, su compañero Hefestión o sus diversas relaciones con princesas orientales. En realidad, lo más probable es que, a diferencia de sus lujuriosos compatriotas, Alejandro fuera más bien asexual. Le puede haber gustado tener jovencitos a su alrededor como un Epaminondas, un Lord Kitchener o un General Douglas Haig, y puede hasta haber disfrutado de relaciones carnales con ellos como Federico el Grande o Kemal Ataturk, pero lo más probable es que Alejandro Magno haya sido muy aburrido en la alcoba. Ciertamente que no estaba en la categoría de César, Napoleón o Wellington, cuyos apetititos sexuales, de todas formas, son irrelevantes para la comprensión de su herencia militar.

Al principio, una juvenil candidez y un crudo idealismo y, posteriormente, paranoia, alcoholismo y gratuita crueldad — nunca ocasionales deseos homosexuales — estuvieron en la raíz del enigma personal de Alejandro. La visión sexual que recibimos de Oliver Stone es históricamente falsa o totalmente irrelevante a lo que hizo de Alejandro lo que fue. Así que, infortunadamente,  Alejandro trata más sobre la moda de Malibú y de Hollywood a como, un solo hombre, cambió el mundo en unos pocos años de la segunda mitad del siglo IV AC.

V.D. Hanson es un licenciado en estudio clásicos, un historiador militar en el Instituto y  el autor de The Other Greeks y otros libros sobre el mundo antiguo.

Editado y traducido por AR