En defensa del neoliberalismo

 

Juan Jacobo Rousseau y la exaltación romántica del crimen político en nombre de la libertad

 

 

Pedro V. Roig

En 1789 la Revolución Francesa estalló en las calles de París, transformando el curso de la historia en Europa y en el mundo. Muchos factores contribuyeron a desatar los profundos cambios sociales y políticos que dieran al traste con el ancestral sistema monárquico que colapso al rodar la cabeza del último rey de Francia Luis XVI. Sin embargo, en este trabajo vamos a destacar una de las premisas ideológicas que enmarcaron el proceso revolucionario de Francia. Me refiero a la predica filosófica de Juan Jacobo Rousseau, precursor y maestro del cambio radical y violento que presidió el discurso de los jacobinos lidereados por Maximiliano Robespiere y que es uno de los pilares ideológicos de mayor influencia en el desarrollo del pensamiento revolucionario de América Latina.

En el caso cubano los postulados políticos de Rousseau se escuchan todos los días y a toda hora en el discurso castrista, profundamente afincado en el marco del filósofo francés que dice con toda claridad que las revoluciones necesitan un liderazgo que identifique a priori y con toda claridad los reclamos más caros y profundos del pueblo soberano y lo obligue a ser feliz.

Juan Jacobo Rousseau, le dio a la revolución francesa, y a su prole latinoamericana la urgencia, la justificación y la necesidad de emplear la violencia en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Este lema se tornó en el pabellón de lucha que en la primera fase enarboló la burguesía, los obreros y los campesinos en sus marchas victoriosas por las calles de París y de toda Francia, pero en la medida que el proceso de cambio se radicalizó, Robespierre y los jacobinos, convertidos en vanguardia y brazo armado de la:. lucha, desataron el terror y convirtieron el crimen político en el arma indispensable de la revolución.

La lucha en Francia compartía ciertos ideales con la revolución americana que la había precedido doce años antes. Ambas predicaban el derecho a la libertad y a la justicia social. La diferencia estaba en el sentido o definición de dichos ideales. Los Padres Fundadores de Estados Unidos afincaron en sus leyes las garantías necesarias para proteger los derechos individuales en forma muy definida en el “Bill of Rights” o leyes incorporadas a la constitución, que protegen y aseguran los derechos ciudadanos que disfruta cada uno de los miembros de una sociedad libre. Incluyendo el derecho a expresar sus opiniones en público y sin temor a represalias por parte del gobierno o de la opinión de la mayoría.

El discurso revolucionario de Juan Jacobo Rousseau, que aparece en su libro “El Contrato Social”, incorpora un concepto totalmente diferente y en el cual las sociedades democráticas poseen una “Voluntad Popular”, infalible y soberana, que representa “El Bien Común” y que los buenos ciudadanos tienen la obligación de aceptar y obedecer. Así la “Voluntad Popular” gravita como una extraña fuerza etérea y todopoderosa por sobre los derechos políticos del individuo, que pasan a ser, por la naturaleza de sus intereses particulares, enemigos del “Bien Común” y por lo tanto deben sufrir cárcel o morir en la guillotina o frente al pelotón de fusilamiento. Rousseau fue muy específico en este tema: “Quien se niegue a obedecer la voluntad general será obligado a ser libre”.

Para Rousseau y sus discípulos, esta “Voluntad Popular” no es la suma de las voluntades individuales de los ciudadanos, expresadas en elecciones periódicas, partidistas y libres, donde se debaten y se toleran ideas contrastantes y opuestas en pos de consensos y un aceptable equilibrio de gobierno renovable. Por el contrario, “La Voluntad Popular” emana de la sabiduría del pueblo, que posee estos poderes sobrenaturales, “constantes, inalterables y puros” según Rousseau. Para este filósofo, la libertad verdadera pertenece solamente a aquellos ciudadanos que pueden reprimir el egoísmo de sus intereses personales. Así, y sólo así, afirma Rousseau, podrá florecer la patria feliz que por su naturaleza no admite critica ni disidencia. Esta conclusión obliga a que la libertad individual sea reprimida y castigada por la “Voluntad Popular”.

En la América Latina de esa época reprimida, socialmente injusta, intolerante y pobre, las prédicas de Juan Jacobo Rousseau ganaron enorme popularidad, especialmente entre los intelectuales, que eran también los maestros encargados de formar el pensamiento de las nuevas generaciones de estudiantes universitarios, de forma que los conceptos de “voluntad popular”, “el bien común” y la violencia como armas justasy necesarias se hicieron parte integral de la cultura política de la región, a todos los niveles de los estratos sociales.

Habiendo definido la “Voluntad Popular” como soberana y todopoderosa, Rousseau no podía admitir la existencia de una oposición legítima, porque además, los intereses individuales, egoístas y perversos solo servían para adulterar el “Bien Común” de todo el pueblo. No nos debe sorprender que aplicando la lógica revolucionaria de Rousseau el resultado inexorable haya sido la más brutal represión y terror. Esta conclusión ayuda a explicar porque la revolución americana, con su marco de protección legal a los derechos individuales, jamás ha sido atractiva a los discípulos latinoamericanos de Rousseau. Ni por qué tampoco atrajo las mentes violentas y dogmáticas de Lenin y Fidel Castro.

En los inicios de la revolución bolchevique, Lenin ordenó que se colocara un busto de Robespiere en el Kremlin. Ese era el modelo de quien como Lenin se consideraba un jacobino. En 1894, mientras Jose Martí hablaba de la guerra sin odios, Lenin planteaba la urgente necesidad de separar la revolución comunista de la democracia representativa y pluralista, insistiendo en 1904: “Un verdadero revolucionario tiene que ser jacobino”, añadiendo: “la dictadura del proletariado es absolutamente insignificante si le falta el terror jacobino”. Carlos Marx le brindó el contenido ideológico, que como una nueva religión integraba el “Bien Común” en el marco del comunismo puro, justificando el terror político como la respuesta inexorable y soberana de la voluntad general del pueblo revolucionario que renuncia a sus derechos individuales a cambio de un trato justo por parte del estado.

Así es como Rousseau, Robespiere, Lenin y Marx se combinan para dotar al mundo de un credo que en nombre de los desposeídos ofrece una fórmula de lucha violenta que les abra las puertas de una sociedad sin clases, en la que el bienestar de todos está perfectamente representada por un liderazgo “revolucionario” que encarna la “Voluntad Popular”. Ésta es la génesis ideológica de los monstruosos regímenes totalitarios del siglo XX. De esta fuente amarga y terrible se alimentó la Rusia soviética de Stalin, Sendero Luminoso, Los Montañeros y hoy alienta las narcoguerrillas en Colombia y la revolución de Fidel Castro. Trágico flagelo de violencia y crímenes que aún golpea las entrañas desgarradas de nuestra América Hispana.