En defensa del neoliberalismo

 

Un pacto con el diablo

 

Adolfo Rivero Caro

Decíamos en nuestra última columna que uno de los factores que explican el ascenso del fascismo islámico está en el colapso de la Unión Soviética. Otro elemento no menos importante ha sido la política europea de desarrollar una ''relación especial'' con sus vecinos del mundo árabe. Tras la guerra de Yom Kippur y el bloqueo petrolero árabe de 1973, la Comunidad Europea estableció una estructura de Cooperación y Diálogo con la Liga Arabe. El Diálogo Arabe-Europeo (DAE), desde su inicio, fue considerado como un gran proyecto. La Comunidad Europea acordó apoyar la política árabe antiisraelí a cambio de amplios acuerdos comerciales. El DAE tenía una vital función suplementaria: romper la tradicional solidaridad transatlántica y desplazar a Europa hacia la esfera de influencia arabeislámica. Lo que faltaba en refinamiento intelectual lo suplía una inmensa riqueza petrolera.

El DAE funcionaba a los más altos niveles políticos, con los ministros de relaciones exteriores de ambas partes y los presidentes de la Comunidad Europea --posteriormente la Unión Europea-- con el secretario general de la Liga Arabe. El organismo central del DAE, la Comisión General, era responsable de la planificación de sus objetivos políticos, culturales, sociales y económicos. Esta estructura se convirtió en el canal para la inmigración árabe a Europa. Actualmente, hay entre 5 y 6 millones de musulmanes solamente en Francia.

Fue justamente después de la guerra de Yom Kippur que Yasser Arafat pudo encabezar una campaña terrorista en los territorios ocupados. El DAE, sin embargo, fue el vehículo para legitimar la propaganda de la OLP (elaborada por los soviéticos). Fue gracias a los esfuerzos del DAE que un aventurero como Arafat, entrenado por la KGB, pudo intervenir ante la Asamblea General de Naciones Unidas, pistola al cinto, en noviembre de 1974, convirtiéndose en una figura internacional que supuestamente encabezaba un imaginario movimiento de ''liberación nacional''. Los instrumentos creados por el DAE han llevado a la Unión Europea a tolerar el terrorismo palestino en su propio territorio, a justificarlo y finalmente a financiar una infraestructura palestina --que luego se convertiría en la Autoridad Palestina-- así como un sistema escolar que promueve el odio contra Israel, Estados Unidos y Occidente.

Arafat justificaba el terrorismo por la imposibilidad de derrotar militarmente a Israel. Es increíble que la mayor parte de la intelectualidad europea y americana haya aceptado ese argumento deleznable. Justificar el asesinato de víctimas civiles inocentes, incluyendo a mujeres y niños, a nombre de ciertas causas, ha sido el singular destino de algunas elites que se consideran abanderadas del ``progreso''.

Fue a través del DAE que se planificó una política de deslegitimación de Israel. Aquí surgió la absurda práctica de elaborar analogías entre la Alemania nazi y el estado de Israel. ¡Tratar de establecer equivalencias entre las víctimas y sus verdugos! Goebbels se hubiera sentido orgulloso. Hoy se vulgariza el término de genocidio, pero genocidio fue lo que hicieron los nazis con los judíos, con la aquiescencia de buena parte de la población europea.

El virulento antisemitismo del mundo árabe (algo que apenas podemos imaginarnos en América) tiene viejas raíces históricas. Lo que le da actualidad y vigencia, sin embargo, es el hecho de que Israel es una democracia parlamentaria ubicada en el centro mismo del mundo árabe. Por consiguiente, para los grupos dominantes, para todas las autocracias del mundo árabe, Israel representa una amenaza política: la amenaza del ejemplo de una modernidad que, inevitablemente, tiende a barrer con las viejas estructuras feudales y con todo el sistema de ideas vinculado a las mismas. Una sociedad moderna, capitalista, comercial, tecnológicamente avanzada y competitiva, por ejemplo, no puede tener a las mujeres, la mitad de su fuerza laboral, fuera de la producción para el mercado porque eso no se ajuste a las costumbres de sociedades tribales. Es por eso que, en el Medio Oriente, desde los clérigos reaccionarios hasta los políticos fascistoides se oponen ferozmente a un desarrollo capitalista que los condenaría a la intrascendencia.

La infraestructura cultural del DAE permitió que el tradicional bagaje cultural de las sociedades árabes, con sus prejuicios anticristianos y antisemitas, fuera cobrando cada vez más fuerza en Europa. Asomarse a la prensa árabe es asomarse a una verdadera sentina de odio. Y esa prensa es el principal aliado cultural de la actual socialdemocracia europea. Todo esto le ha abonado el terreno al fascismo islámico. Y, sin embargo, la modernización de una sociedad musulmana no es imposible, como lo demuestran Turquía y Malasia.

A diferencia de Estados Unidos, la escasa vitalidad económica de las sociedades europeas con sus empresas aplastadas por el peso de regulaciones socialistas, un enorme welfare state y un consiguiente altísimo nivel de desempleo, dificultan extraordinariamente la integración económica y social de los jóvenes inmigrantes árabes. Esto crea un vasto sector marginal, alienado y resentido, potencial caldo de cultivo de sangrientos movimientos terroristas. Criticar esta situación económica, sin embargo, es considerado reaccionario, y criticar el disolvente comportamiento árabe es considerado racista. En busca de seguridad petrolera y contratos económicos, Europa hizo un pacto con el mundo árabe. Esto ha servido de aliento y estímulo al ascenso del fascismo islámico. Ha resultado un pacto con el diablo.