El olvido de la escasez Gabriel J. Zanotti * Uno de los filósofos más famosos del siglo XX, Martín Heidegger, basó el segundo período de su pensamiento en el “olvido del ser”. Hoy, salvando las distancias, quisiera ir hacia algo mucho más sencillo, pero igual de olvidado. Me refiero a la escasez. ¿Olvidada? ¿Por qué? ¿No tenemos la experiencia cotidiana de que los recursos no alcanzan? ¿No lo sufren, legos y profesionales, al elaborar cualquier tipo de presupuesto y hacer cuentas? Sí, en cierto sentido sí, pero el olvido comienza con esta sencilla pregunta: ¿por qué la escasez? Ahí comienzan las dificultades, dificultades tales que incluso hacen olvidar no sólo las causas de la escasez, sino a ella misma. “Este país es rico, lo que pasa es que la riqueza está mal distribuida”. ¿No lo escuchó nunca el lector? O, como escuché una vez, de manera enojada y casi amenazante: “Y no me digan que no hay recursos, mientras los supermercados están llenos y los niños siguen desnutridos”. Este último ejemplo es importante. Así como Heidegger hablaba del “ser ahí”, es más fácil ver la riqueza disponible, que “está ahí”. “Hay”, en efecto, muchos supermercados “llenos”, y “no hay” comida para un sin fin de niños. ¿Cuál es el problema entonces? No de escasez, sino de ética. Distribúyanse mejor los recursos (propuesta que puede oscilar, desde un J. Rawls hasta un Fidel Castro), pero los recursos están. No nos vengan, pérfidos capitalistas y defensores del mercado, a decir que no están. Ahí están, y bien a la vista. No, no creamos que es fácil contestar esta objeción. Uno puede decir que si usted confisca la riqueza de un supermercado y la reparte, a los pocos días se va a quedar sin nada que repartir. Ah no, no es tan fácil. Si eso ocurre, es por el egoísmo de las empresas privadas que dejaron de proveer al supermercado. Confisquemos también a las empresas que no quieran seguir regalando su mercadería... Y así sucesivamente... En el fondo, es lo que muchos piensan, mientras circulan por la vida mascullando (y escribiendo) su comprensible odio contra ese sistema maléfico que no logra erradicarse por completo, ese mercado de compras y ventas, tan contrario a la solidaridad y al compromiso con el prójimo. Pero no creamos que quienes así piensan son personas no ilustradas. No es una simple cuestión de un Chávez y sus hordas de fanáticos. El primero que se olvidó radicalmente de la escasez, como ya dijimos en otra oportunidad, fue uno de los filósofos más importantes e influyentes de fines del s. XIX. Marx. Para él, la escasez no es una condición natural de la humanidad, sino un efecto de la explotación del sistema capitalista. Una vez éste erradicado, la escasez dejará también de preocuparnos. Así sigue pensando mucha gente, y esa es una muy buena explicación del supermercado lleno de cosas en un sector de ingresos medios para arriba, a pocos kilómetros de una franja de población sumergida en la extrema pobreza. Bohm Bawerk lo refutó adecuadamente en 1884 pero, excepto para los extraterrestres que admiramos a los economistas austriacos, Bohm Bawerk está más olvidado que la escasez misma. Pero el paradigma neoclásico de economía siguió su curso y desarrolló el famoso modelo de competencia perfecta. Nadie ignora hoy la vigorosa defensa metodológica del modelo hecha por Friedman en 1953. Que el realismo o no del modelo no importa precisamente porque es una hipótesis de trabajo. Pero eso no es el problema. El problema fue identificado por Hayek en 1935, y no por casualidad, sino por ser discípulo de L. von Mises. El modelo de competencia perfecta supone conocimiento perfecto; eso implica expectativas de oferentes y demandantes perfectamente adecuadas y, por ende, no hay allí problema económico y, por ende, no hay allí problema de escasez. Por supuesto, economistas neoclásicos posteriores agregaron al modelo, como hipótesis auxiliares, el problema del conocimiento. Descubrieron América. Para Hayek y para Mises ese es el planteo inicial, sencillamente porque tenían claro el problema de la escasez, no como fenómeno físico, sino como un aspecto básico del mundo social. Lo interesante de esto, a nivel académico, es que millones y millones de egresados de carreras de economía salen pensando que el mercado real falla porque no es perfecto como el modelo, y que la distancia entre el mercado real y el perfecto aumenta la escasez, la cual se minimiza, a su vez, con intervención del estado. Y si ha estudiado a J. Rawls, verá que éste llama “explotación” a ese remanente de plus valía que queda, dado que el mercado no es perfecto. Impresionante mixtura del paradigma neoclásico con el marxista. O sea que cuanta más economía estudie alguien, más olvido de la escasez. Excepto, claro está, sentido común o Escuela Austríaca. ¿Exagero? Puede ser. ¿O no? Sumemos a ello la estructura corporativa, no sólo del Mussolini classic, copiado perfectamente por Perón y las millones de personas que en Argentina se enorgullecen en llamarse “peronistas”, sino por todos los partidarios del Welfare State distributivo, un juego de suma cero jugado por el gobierno central. Allí tampoco hay escasez. Hay una torta fija de recursos que el gobernante debe equilibrar distributivamente entre los diversos “intereses” de las diversas corporaciones, atento a que lo que uno gana, lo pierde otro. Se me podrá decir que cómo que no hay escasez si los recursos allí son fijos. Ok, es que lo que completa el panorama es que desde este modelo la torta puede crecer, desde el gobierno, con obras públicas, o con una muy prudente emisión monetaria..... ¿Y de dónde sale entonces una mayor producción de bienes y servicios? Perdón por haber preguntado eso, es que leo a los austriacos y no a los keynesianos. Es que allí está la clave. La escasez nunca se elimina, pero sus efectos se minimizan con el ahorro, la inversión y la formación de capital (capital, sí, al cual hay que combatir, según una maravillosa canción que millones de argentinos siguen cantando), ahorro e inversión que sólo se logra con ese mercado libre que Mises, Hayek, Kirzner (no Kichner, precisamente) y Rothbard defendieron hasta el cansancio. Por eso hay supermercados que están llenos. Porque, a pesar de los ingentes esfuerzos para controlar y eliminar ese alienante y explotador proceso llamado mercado, aún quedan personas que ahorran, invierten y logran que usted, dentro de un mes, encuentre ese detergente que usted buscaba en esa góndola de supermercado (cosa que es casi un milagro de combinación de conocimientos diferentes y que afortunadamente para usted no depende de ninguna secretaría gubernamental, ni de Kichner ni de Menem, ni de Lavagna ni de Cavallo). Pero si usted es una buena persona me va a decir: ¿sólo yo? ¿Y el niño desnutrido? Precisamente. A pesar del arrollador éxito de Marx en hacer creer lo contrario, la eliminación de la pobreza y la miseria es uno de los principales resultados del mercado libre. Porque el ahorro lleva a la inversión, la inversión, a mayor demanda de trabajo, y esto, a un mayor salario real y, por ende, a más ahorro y así sucesivamente. Eso es el desarrollo de los pueblos, y eso es lo que permite una verdadera solidaridad internacional de fronteras abiertas y libre inmigración de personas y capitales. Eso es lo que paulatinamente va a llevar trabajo, más salarios y más bienes y servicios a esas regiones donde ahora hay sólo el terrible espectáculo de niños desnutridos caminando descalzos en medio de míseras e insalubres condiciones. Claro que el proceso no es instantáneo, pero le aseguro que las obras públicas y el Welfare State no lo van a hacer precisamente más rápido. Entretanto, si organismos internacionales tales como el FMI y el Banco Mundial sirvieran para algo, podrían ayudar a las ONG con planes de asistencia, mientras dejan de asistir a gobiernos que despilfarran los recursos escasos, dejando así de formar parte de una co-responsabilidad de deudores y acreedores de una bicicleta internacional financiera absolutamente incontrolable. Frente a todo esto, lo que principalmente hay que reclamar a los socialdemócratas es su ingenuidad, su total y completa ingenuidad. Bien, comprendo que los partidarios de Buchanan digan que ellos son sólo oferentes de bienes públicos interesados en maximizar su beneficio, pero hay otras motivaciones en juego. Como ignoran absolutamente el problema de la escasez, su filosofía política es un elemental juego entre los buenos y los malos. Ellos son los buenos, los que van a repartir bien los recursos “existentes”, mientras que los partidarios del mercado libre son “los malos”, los que comen pizza con champán mientras contemplan insensibles los efectos explotadores de su pérfido capitalismo. La libertad de expresión de los malos se les vuelve, también, obviamente difícil. Si usted piensa distinto del bueno, es porque es malo. Claro, aún hay diarios y programas de radio y TV financiados por el capitalismo explotador, pero ellos, los buenos, nos están vigilando... Que Dios nos proteja de los buenos cuando, de buenos, pasen a muy, muy nerviosos, cuando ya no quede mucho para expropiar y repartir. En ese caso no se sentirán refutados por nada. Ellos, los buenos, tendrán que terminar con todos los malos, como única solución * Gabriel Zanotti es Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA) y Doctor en Filosofía por la UCA. Ha publicado libros y ensayos sobre la relación entre filosofía, economía y escuela austriaca de economía.
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