ODIO Y DERECHO

Por Adolfo Rivero Caro

Fidel Castro le repite incansablemente al pueblo de la isla que la desaparición del régimen provocaría la llegada masiva de los exiliados, llenos de odio y resentimiento, ansiosos de un sangriento ajuste de cuentas. Por su parte, algunos cubanos hablan de perdón y reconciliación mientras que otros, fundamentalmente en el exilio, reafirman esos odios en una especie de negativa liturgia cotidiana.

Obviamente, en Cuba habrá  quienes piensen que, tras la inevitable desaparición del régimen, la mayoría de los exiliados va a volver a Cuba aunque sólo sea de visita. Y que, indudablemente, muchos de ellos van a estar llenos de odio y resentimiento.

¿Tendremos que pasar entonces fatalmente por un sangriento ajuste de cuentas?

No, no tenemos. Las premisas no tienen nada que ver con la conclusión.

El perdón y la reconciliación son aspiraciones éticas. Es razonable que haya quienes aspiren a superar viejos odios en aras del renacimiento de la sociedad cubana. Esta aspiración no sólo es razonable sino también noble y generosa. Pero la generosidad y la caridad no son deberes sino virtudes, y dejarán de serlo si fueran obligatorias.

Por otra parte, el odio y el resentimiento contra los causantes de enormes sufrimientos no constituye sentimientos absurdos. ¨¿Cómo no sentir odio contra los organizadores del Goulag o del Holocausto? ¿Cómo no sentir odio contra los que han matado, torturado, corrompido y engañado?

Todo el mundo tiene derecho a pensar y a sentir como le plazca. No se puede construir la nueva república sobre la base de otra revolución, que ahora sería moral. Y tampoco es necesario.

Entre los exiliados existe un consenso: todos queremos el fin de la dictadura y el establecimiento de un estado de derecho. Y lo queremos porque la antítesis de una dictadura no es otra dictadura de signo opuesto sino un estado de derecho.

En el capitalismo, el estado no tiene objetivos, los que tienen objetivos son los individuos. El estado sólo se preocupa de establecer los marcos generales de la actividad individual. En un estado de derecho nadie puede impedir que trate de conseguir mis objetivos. El que quiera impedirlo, el que quiera menoscabar mi libertad, estará  violando la ley y, por consiguiente, será  castigado. La ley me protege, la ley garantiza mi libertad. Y de ahí la relación, necesaria e íntima, entre estado de derecho y libertad. La ley no es, como solemos pensar en América Latina, lo opuesto de la libertad sino su fundamento mismo.

En un estado socialista, por el contrario, lo fundamental no son los objetivos de los individuos sino los objetivos del estado. Y si la actividad de los individuos afecta los intereses del estado, éste tomará  medidas para impedirla aunque esos individuos no estén violando ninguna ley. El objetivo de la llamada "legalidad socialista" es proteger los objetivos del estado. O lo que viene a ser lo mismo, los objetivos de los jefes del gobierno. Y si hay que cambiar las leyes para hacerlo, lo harán sin pensarlo dos veces. Es por eso que los estados socialistas son arbitrarios por definición. Y de ahí la necesaria relación entre socialismo y dictadura.

Ahora bien, en un estado de derecho, los odios y los resentimientos, por muy humanos y justificados que sean, juegan un papel sumamente modesto. Si yo afirmo que alguien mató pero no puedo probarlo, todo el odio que pueda sentir por el supuesto asesino es completamente inoperante e inefectivo. Es como si no existiera. Es más, pudiera ser contraproducente. Los tribunales, en busca de pruebas fehacientes de los delitos, reciben esas muestras de odio con gran desconfianza. La experiencia le ha enseñado a los jueces que frecuentemente parten de prejuicios o de una mala información y constituyen un obstáculo para el análisis frío y desapasionado de cualquier acusación.

La conclusión es que no tenemos que convertirnos en personas generosas y compasivas para poder jugar un papel positivo en el futuro de Cuba, lo que sin duda ser  una buena noticia para algunos atrabiliarios patriotas. Sería ideal pero también sería exigir demasiado. Basta con que estemos de acuerdo en instituir un estado de derecho. Y, sin duda, vivir en Estados Unidos, entre otras ventajas, educa en ese principio. A partir del mismo, los que quieren perdonar pueden hacerlo. Y los demás pueden exigir que los criminales sean llevados ante tribunales independientes y con plenas garantías procesales. En definitiva, no estarían pidiendo venganza sino justicia. La isla ha sufrido demasiada represión, demasiada arbitrariedad. Lo que necesita ahora es libertad y derecho.