Frecuentemente, el destino de ciertas personalidades públicas es haber transformado tanto un panorama social ominoso que, cuando les llega el tiempo de abandonar el escenario, el público ya no recuerda los peligros evadidos y, por consiguiente, no puede valorar debidamente al que logró evitarlos. Así pasa con Alan Greenspan que, el próximo enero, termina más de 18 años como presidente de la Junta de la Reserva Federal, el equivalente americano de un banco nacional. Sin embargo, 30 años atrás, la intelectualidad estaba preocupada porque las democracias, incluyendo ésta, se hubieran vuelto “ingobernables.” La preocupación estaba provocada por la inflación que, por aquel entonces, se consideraba una enfermedad sistémica de las democracias. La teoría era que los electorados democráticos recompensaban a los gobiernos que gastaban alegremente los fondos públicos y sancionaban a los que obligaban, mediante impuestos, a pagar por esos gastos. De aquí que las democracias estuvieran condenadas a déficits crónicos. Estos, se suponía, producirían inflación y le darían a los gobiernos poderosos incentivos para tolerar la inflación como medio de reducir el valor real de sus deudas: la inflación como un no pago a cámara lenta. Por otra parte, gastos deficitarios – darle al público un dólar de bienes y servicios y cobrarle solamente 80 centavos – producía un gran gobierno y, al hacer un gran gobierno barato, reducirían la resistencia pública a hacerlo todavía más grande. Y debido a los bajos umbrales de dolor de los electores acaudalados, las democracias no tolerarían las incomodidades asociadas con extirpar la inflación de la economía. Esa suposición fue asesinada por un hecho: el presidente Ronald Reagan y Paul Volcker, el antecesor de Alan Greenspan, hicieron pasar al país por los rigores de eliminar la inflación y en 1984 Reagan barrió con 49 estados. Entre 1945 y 1982, la economía estuvo en recesión 22.4 por ciento del tiempo. En los 276 meses desde el fin de la recesión en 1982, hemos estado en recesión 14 meses: 5.1 por ciento del tiempo. Debido al bajo umbral de dolor de los americanos, la recesión Reagan-Volcker fue considerada terrible. Fue la peor desde la Gran Depresión pero la economía se contrajo en menos de 3 por ciento. Ahora bien, entre 1890 y 1945 – el difícil período de aprendizaje sobre como administrar una economía industrial – Estados Unidos tuvo tres contracciones de 5 por ciento, dos contracciones de 10 por ciento y dos contracciones de 15 por ciento. No hay que olvidarlo. Desde 1945, y especialmente desde 1982, hemos aprendido el verdadero secreto de administrar la economía: no tratar de administrarla. Si usted evita querer “refinar” los ciclos económicos, los ciclos se harán menos frecuentes y menos severos. La
dirección de Greenspan ha ilustrado un axioma al que su sucesor, Ben
Bernanke, debía suscribir: misiones minimalistas del gobierno producen
máximos resultados. No ha definido el objetivo fundamental de la Reserva
Federal como conseguir éste o aquel nivel de empleo o de crecimiento.
Mas bien su misión es preservar la moneda como depositaria estable de
valor: controlar la inflación. Sin embargo, las impecables credenciales
de Greenspan como luchador contra la inflación le han permitido mantener
bajas las tasas de inflación inclusive durante épocas de muy bajo
desempleo sin despertar expectativas inflacionarias, que pueden tender
al auto-cumplimiento. La economía americana es tan dinámica que en cualquier período de cinco años aproximadamente 45 por ciento de los americanos se trasladas de un quintil de ingresos a otro. 20 por ciento sube del quintil más bajo en cualquier período de 12 meses, y de 40 a 50 por ciento siempre asciende en un período de 10 a 20 años. Debido a la constante transformación de las economías dinámicas, el estudio de la economía se ha convertido en la ciencia de los casos únicos. Sus practicantes están navegando constantemente por aguas desconocidas y sacando las inferencias lógicas. Al igual que los astrónomos dedujeron la existencia de Plutón del comportamiento de los planetas conocidos, Greenspan dedujo una tasa de crecimiento de productividad más alta que la mayoría de los estimados porque la inflación y el desempleo estaban disminuyendo simultáneamente. El sistema de la Reserva Federal molesta a algunos populistas que piensan que cada vez que todo senador y representante debía tener escrito en el espejo del baño, y leer cada mañana, la frase: “El Fed es una criatura del Congreso.” En realidad, el Congreso lo hizo y pudiera dictarle las tasas de interés y la cantidad de moneda. Una reflexión horripilante. La famosa circunspecta retórica de Greenspan, ocasionalmente cómica, siempre ha sido extremadamente prudente porque cualquier palabra, inflexión de voz o inclusive arqueada ceja hubiera podido provocar vastos movimientos de los mercados de capital en ésta o aquella dirección. Su estilo retórico –o quizás anti-estilo- es una ilustración la frase de Voltaire de que los hombres usan la palabra para ocultar sus pensamientos. La esposa de Greenspan ha dicho que éste tuvo que proponerle matrimonio en tres ocasiones antes de que ella comprendiera lo que le estaba diciendo. Y estaba siendo él mismo cuando dijo –no importa si la cita es apócrifa – “si he sido claro, no era mi intención.” Sus logros hablan claramente por él. Tomado
de Jewish World Review |
|