El Mesías demócrata
Adolfo Rivero
Los liberales americanos están
desconcertados. Cuando Barack Obama defendió a su viejo pastor y
amigo, el reverendo Jeremiah Wright, los liberales saludaron su
discurso como el más importante en la historia del país desde la
Oración de Gettysburg de Lincoln. Infortunadamente para ellos,
el reverendo se entusiasmó con su inesperada popularidad,
decidió aprovecharla y se lanzó en una frenética gira por los
medios de comunicación que culminó en el Club Nacional de Prensa
de Washington D.C. En todas sus intervenciones, el Reverendo
insistió en lo que siempre había dicho: que era lógico que
Estados Unidos, siendo una nación terrorista, sufriera las
represalias de sus víctimas. De ahí, lo justificado de los
ataques del 9/11. Reiteró que ´´el gobierno mintió al negar que
hubiera inventado el virus del HIV como una forma de genocidio
contra la gente de color´´. En esas condiciones, explicó, era
natural que Dios maldijera a Estados Unidos. Todo esto resultaba
muy duro para la candidatura de Barack Obama. Pero faltaba lo
fundamental.
En el Club Nacional de Prensa,
Wright explicó que los pastores siempre decían lo que pensaban
pero que era natural que políticos, como Obama, tuvieran que
adaptar su discurso público a las conveniencias del momento. No
era una afirmación banal. Un hombre que conocía a Barack Obama
desde hacía 20 años, que lo había casado y había bautizado a sus
hijas, estaba diciendo públicamente que el senador pensaba igual
que él pero que no lo podía decir abiertamente. En otras
palabras, que le estaba mintiendo deliberadamente al pueblo
americano. La campaña de Obama no podía tolerarlo. Era demasiado
creíble. Después de todo, la esposa de Obama había dicho que la
postulación de su esposo la había hecho sentirse orgullosa de
los Estados Unidos por primera vez en su vida.
Es cierto que los liberales
americanos estaban inventando todo tipo de justificaciones para
los delirios racistas del reverendo Wright (incluyendo que los
cerebros de los negros y los blancos son diferentes y que
requerían formas de aprendizaje distintas) a nombre de agravios
superados hace medio siglo. Pero los dirigentes demócratas saben
que, aunque la ultraizquierda americana pueda justificar esos
arrebatos fascistas, la gran mayoría del pueblo americano los
desprecia. Y era bien visible. La popularidad de Obama estaba
descendiendo verticalmente. De aquí que el senador por Illinois
se viera obligado a expresar un violento rechazo a las ideas de
su viejo pastor. De repente estaba profundamente ofendido por lo
que éste había estado diciendo siempre. Y los liberales se
quedaron defendiendo todo lo que ahora Obama está criticando. Es
patético. Veremos qué conclusiones saca el pueblo americano.
A la hora de decidir sobre quién
debe ser presidente de Estados Unidos lo fundamental no puede
ser el sexo ni la raza sino la calidad específica del individuo.
Es cierto que Estados Unidos ha tenido un pasado racista, en
gran medida impuesto por el Partido Demócrata después de la
Guerra Civil, pero es conveniente mantener la perspectiva. Unos
600,000 negros fueron traídos de Africa como esclavos. Ahora se
han convertido en una comunidad de 40 millones, la más libre y
próspera del mundo. Por otra parte, nadie ha hecho más por
superar a los negros americanos que los blancos americanos. Se
han gastado incontables miles de millones de dólares tratando de
incorporarlos a la clase media. ¿Qué culpa tienen los americanos
blancos de que sus tatarabuelos hayan sido racistas? Por favor.
En nuestra propia época, ¿no han cometido los negros hutus de
Ruanda un genocidio contra los negros tutsi?
¿Existe una discriminación
residual en Estados Unidos? Por supuesto que sí. No es nada
extraño. Los negros americanos tienen unos índices de
delincuencia y de encarcelamiento siete veces mayores que los de
los blancos. Sólo el tres por ciento de las víctimas de los
delincuentes blancos son negros mientras que el 45 por ciento de
las víctimas de los delincuentes negros son blancos. El índice
de nacimientos ilegítimos dentro de la comunidad negra, por
ejemplo, es de un terrible 70 por ciento. Es decir, que los
niños negros se están criando sin padre. Esto incide
negativamente en su socialización y es uno de los factores
claves para explicar su elevadísimo nivel de delincuencia. La
realidad es que mientras que estas cifras no cambien
radicalmente, no se va a poder terminar con el racismo residual
de Estados Unidos.
Es totalmente falso que el racismo
haya sido uno de los principales problemas de la comunidad
negra. En realidad, sólo se ha utilizado, demagógicamente, para
distraer la atención de sus graves problemas internos. Muchos
cubanoamericanos están diciendo que el elevado nivel de
delincuencia negra en la sociedad cubana es producto del racismo
castrista. Esto es absurdo. Los comunistas son responsables de
incontables errores pero el racismo no es uno de ellos. Si en
Cuba la población penal es fundamentalmente negra, también lo es
en Estados Unidos. El racismo no es la explicación.
Es ofensivo que un demagogo
demócrata quiera presentarse como un gran unificador del país.
¿Quiénes sino los demócratas han sido los que siempre han
presentado todos los problemas de la sociedad americana en
términos divisivos? ¿Quiénes han estado enfrentando
constantemente a los empresarios contra los trabajadores, a los
blancos contra los negros o a las mujeres contra los hombres? Y
ahora resulta que un recién electo senador por Illinois nos
explica que en EEUU hay grandes diferencias entre ricos y
pobres, entre blancos y negros y entre hombres y mujeres.
Caramba, gracias. No nos habíamos dado cuenta. Y nos asegura,
además, de que, si le damos nuestro voto, él va a eliminar esas
diferencias. ¡Aleluya! Los demócratas han encontrado un Mesías.
Dios nos coja confesados.