La
década ominosa: Martha y su doble
Juan Goytisolo
31/07/2007
Una reciente conversación con la exiliada cubana Martha Frayde
retrocedió las agujas del reloj a un episodio acaecido casi treinta
años antes. En EL PAÍS del 8-12-1978 publiqué un artículo de opinión
en el que, a raíz de la detención y condena de mi amiga por las
autoridades de la isla, evocaba su carrera médica y luchas políticas
contra la dictadura de Batista y a favor del Movimiento del 26 de
Julio encabezado por Fidel Castro. Delegada de su país en la Unesco
con rango de ministra consejera, realizó una magnífica labor de
acercamiento entre los escritores, artistas e intelectuales
franceses y la Revolución. Me reuní con ella a menudo a lo largo de
1962 y 1963, y su franqueza y libertad de expresión me sorprendieron
gratamente: no ocultaba sus inquietudes acerca de la paulatina
sovietización de un programa político que en sus orígenes apostaba
por las libertades cívicas y vías democráticas. En razón de ello fue
cesada abruptamente de todos los cargos oficiales y, de vue! lta a C
uba, reanudó el ejercicio privado de su profesión: sus demandas
posteriores de un permiso de salida, primero temporal y luego
definitivo, toparon con una tajante negativa por motivos "de
seguridad". En 1976 fue detenida y condenada a 29 años de cárcel
como supuesta agente de la CIA. Conforme sostenía en mi tribuna de
EL PAÍS, la acusación era absurda: ¿cómo podía ser espía del enemigo
alguien que, como ella, exponía abiertamente su disidencia respecto
a la línea oficial?
Mi artículo no mereció réplica alguna de parte del régimen cubano,
pero fue la semilla de un relato de suspense y aventuras propios del
género policíaco protagonizado por un puñado de amigos y conocidos.
Una delegación de la Asociación de Amistad Hispano Cubana, con José
María Mohedano y Jaime Sartorius, viajó a la isla unos días después
de su publicación. En su primer encuentro con dirigentes y
funcionarios del partido, uno de los delegados sacó a relucir mi
artículo y preguntó por Martha Frayde. Los anfitriones manifestaron
su asombro con perfecta naturalidad. No sabían quién era ni oído
hablar del asunto, pero se comprometieron a averiguarlo y a
responderles en cuanto obtuvieran datos fidedignos. Las pesquisas no
duraron mucho: el día siguiente comunicaron a sus colegas españoles
que Martha Frayde no estaba presa, sino que vivía confortablemente
en una villa de las afueras de La Habana, en un amable retiro por
cuenta del Estado. Sartorius les agradeció la información y! promet
ió que, de vuelta a España, rectificaría el contenido de mi artículo
y pondría las cosas en su lugar.
Sin darse por satisfechos de la aclaración, dos miembros de la
delegación, la escritora Fanny Rubio y el periodista Fernando Serra,
repitieron la pregunta a Roberto Fernández Retamar en su despacho de
Casa de las Américas. La sorpresa del poeta fue idéntica: no
entendía cómo yo había podido escribir aquello... Martha Frayde
vivía algo apartada, pero en entera libertad... Si querían
verificarlo, podían llamarla por teléfono... Su número debía figurar
en el listín...
Figuraba, en efecto, y cuando lo marcaron desde el hotel se puso
inmediatamente al habla. Eran amigos míos, le dijeron y deseaban una
entrevista. Pese a que andaba muy atareada para recibir visitas, se
avino a responder a sus preguntas: Juan, claro que sí, qué tal me
iba, aunque me había vuelto un poco "gusano", me quería mucho, no
sabía quién le había ido con el cuento de que la tenían presa,
etcétera. La presunta doctoraparecía recitar una lección, y ni la
fonética popular habanera ni ciertas incoherencias expresivas
respondían al perfil que había trazado de ella en mi artículo:
delegada en la Unesco, amiga de Sartre, Simone de Beauvoir, Nathalie
Sarraute... Serra le preguntó dónde nos habíamos conocido, y vaciló:
"En La Habana". "¿No fue en París?". "Bueno, quizá sí". "Pero ¿no
era usted diplomática allí?". Le habló entonces en francés y no supo
responder. Manifiestamente, ignoraba la lengua. Al colgar el
auricular, mis amigos permanecieron en un estado de incredulidad!
rayano en el sonambulismo. ¿Quién era la doble con la que habían
hablado? ¿Cómo podía estar al corriente de mi existencia si
articulaba mal mi apellido y no tenía la menor idea de la Unesco ni
del mundo intelectual parisiense?
Mientras barajaban hipótesis sobre aquel montaje y el probable
escenógrafo del mismo, Fernando Serra tuvo la feliz idea de
consultar una guía telefónica antigua y dieron con otras señas:
Martha Frayde, Calle 19, 255 bajos, Vedado. El número que marcaron
no funcionaba. Sólo entonces, al cotejar un listín con otro,
advirtieron que el nombre de quien desempeñó el papel de mi amiga no
era Frayde, sino Fraide. Excitados por el enigma y la sucesión de
ardides tan cuidadosamente hilvanado, se trasladaron a Vedado, y se
detuvieron en el 255 de la Calle 19, entre I y J. El piso bajo
parecía deshabitado. Como recuerda Fanny Rubio al cabo de los años,
los cristales de las ventanas estaban rotos; las plantas de las
macetas, secas y acartonadas. Un sello en la puerta aclaraba la
razón de tal abandono: la casa había sido precintada por los Comités
de Defensa de la Revolución, encargados de la seguridad y vigilancia
del barrio. Mientras escudriñaban el lugar en busca de un lábil
signo d! e vida, unas vecinas se asomaron a preguntarles: "¿Buscan a
alguien?". "A la doctora Martha Frayde". "Está presa", dijo una de
ellas, y para romper el silencio que siguió a sus palabras añadió:
"Era una 'gusana' tremenda. Se pasaba el día criticando a la
Revolución e iba a rezar a la iglesia. Nosotros la teníamos bien
chequeada. Por fin la agarraron y está en la cárcel Benéfica".
Decididos a aclarar la verdad, mis amigos fueron a la iglesia del
barrio y se entrevistaron con el párroco. Éste les confirmó que
conocía a la doctora Frayde y que estaba entre rejas. Dado lo
comprometido del asunto, se excusó por no poder procurarles mayor
información.
Sin salir de su estado de perplejidad, Fanny Rubio y Fernando Serra
contaron lo sucedido a los restantes miembros de la delegación. De
vuelta a Madrid, Sartorius no escribió la anunciada réplica a mi
artículo, y Fanny y Fernando Serra, después de exponerme la trama de
aquella aleccionadora novela de intriga, se dieron de baja de la
asociación en la que con tanta ilusión juvenil se habían inscrito.
No referí entonces las vicisitudes de mis amigos para no perjudicar
a Martha Frayde y sus próximos, y lo hago hoy con imperdonable
retraso. El titiritero que movió los hilos de la farsa goza al
parecer de buena salud y ha ascendido por sus grandes méritos a la
cúpula del Comité Central del Partido. En cuanto a la escamoteada
por sus artes, purgó aún un año de su pena y, poco después de ser
liberada, obtuvo su visado para España en diciembre de 1979. En
nuestro reencuentro en Madrid le conté por lo menudo los lances de
este Retablo de las
maravillas, en su nueva y edificante escenografía al
servicio de la Verdad Oficial.
Juan Goytisolo es
escritor.