En defensa del neoliberalismo

 

La mala lección

 

Adolfo Rivero Caro

La dictadura de Fidel Castro ha decidido darles una lección a los países que tuvieron la audacia de votar en su contra en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. La lección es que molestar a Castro les puede representar graves problemas políticos internos. La izquierda de esos países va a colaborar planteando que criticar a Cuba es sinómino de servidumbre ante Estados Unidos. Castro lleva décadas haciéndolo, con singular éxito. La coyuntura, sin embargo, no le es favorable. Después de todo, ¿qué se podía esperar tras la ola represiva desatada contra los periodistas independientes y la disidencia en Cuba? ¿Acaso Raúl Rivero no se ha convertido en una personalidad mundial? ¿Acaso no es considerado como un símbolo viviente de la libertad de prensa en el mundo entero? (Los que escribimos sobre estos temas tenemos que deshacernos del complejo de culpa de los 75. Una lista de 75 nombres es casi igual a no mencionar a nadie. Es cierto que debemos tratar de hacerlos conocer a todos. Pero como campaña es indiscutiblemente efectivo concentrar la atención mundial en un nombre. Y, para la prensa mundial, el nombre de Raúl Rivero es perfectamente apropiado. Raúl no sólo es una personalidad, un individuo sino también la encarnación de una causa, que es la de todos.) Esto no contradice que haya que darle la mayor publicidad posible a los demás. Periodistas excepcionales como Manuel Vázquez Portal, Ricardo González Alfonso, Oscar Espinosa Chepe y sus compañeros o dirigentes políticos como Martha Beatriz Roque, Oscar Elías Biscet, Héctor Palacios y tantos otros. Castro se ha equivocado. El prestigio de estos disidentes sólo está creciendo con su permanencia en prisión. Atacar a estos hombres y estas mujeres es una tarea repugnante, inclusive para la izquierda.

Castro debía darse cuenta de que no estamos en los años 60 y 70. Que ya la izquierda, encabezada por la URSS y el campo socialista, no amenaza con controlar políticamente el mundo. (Aunque tenga el control cultural de los centros de enseñanza y de los principales medios de comunicación occidentales.) Castro se hace ilusiones con el poder que ha conseguido sobre Chávez y, por consiguiente, sobre Venezuela. Los militares venezolanos saben que son los cubanos los que, en realidad, gobiernan el país. Atención: se dejan engañar a su propio riesgo. El modelo cubano de dictadura exige una lealtad absoluta. Cualquiera que en el pasado haya manifestado lealtad a la democracia es sospechoso por definición. La policía secreta comunista no tiene amigos. ¿Qué militar venezolano puede aspirar a tener el nivel de confianza con Chávez que podían tener con Castro José Abrantes, ministro del Interior durante 20 años, o el general Arnaldo Ochoa, uno de los ''héroes de la república de Cuba''? En Venezuela, la gran purga tiene que empezar por las fuerzas armadas.

Castro, por supuesto, no puede admitir que fracasó en el pasado, con muchas mejores condiciones internacionales, y que va a volver a fracasar. De hacerlo así, perdería su control sobre la nomenclatura cubana. Tiene que tratar de estimular a sus desanimadas huestes con la perspectiva de el gran cambio, de la gran revolución latinoamericana. Tiene que decirles que cuenta con las simpatías de Lula y de Kirchner aunque, en la práctica, no le sirvan de mucho. Y, sobre todo, tiene que tratar de mantener su viejo chantaje a los gobiernos latinoamericanos. De aquí la brutal intento de influir en las próxias elecciones mexicanas. Pero se ha equivocado y está poniendo en peligro la solidaridad con su dictadura, durante tanto tiempo sostenida por la izquierda latinoamericana.

Es obvio que el gran enemigo de Castro, y de Chávez, es Bush. Este gobierno, aun concentrado en el otro extremo del mundo, representa su principal amenaza. Es su única fuerza realmente hostil a nivel mundial. Los venezolanos debían comprender esto y no dejarse distraer con especulaciones antiamericanas. Ningún gobierno americano puede sentirse bien con una dictadura comunista en Venezuela. Pensar que dirigentes americanos se van a deslumbrar por concesiones petroleras venezolanas es simplemente pueril. Si los intereses económicos tuvieran esa importancia, Fidel Castro no hubiera expropiado nunca a las empresas americanas. Lo hizo. ¿Y qué? Ahí lleva 45 años conspirando contra EEUU.

¿Que algunas empresas petroleras se sientan entusiasmadas por ofertas venezolanas? Como no, por supuesto. ¿Que Chávez gasta millones cabildeando en Washington? Claro que sí. ¿Que los intereses de las grandes corporaciones tratan de influir en el gobierno de EEUU? No es ningún secreto. Se llama cabildeo. ¿Que esas corporaciones determinan la política exterior de Estados Unidos? Falso. Esa era la tesis de Lenin. En realidad, jamás han podido hacerlo. Todo lo contrario. El gobierno las fiscaliza, controla y sanciona constantemente.

La realidad es que la política exterior americana no tiene alternativas fáciles. No sé si mis lectores recordarán que, cuando los disturbios de Haití, se criticaba acremente al gobierno de Bush por no intervenir en Haití. Se hablaba de ''indiferencia'' y se sugería que tras esa indiferencia había racismo. A EEUU no le interesaba la suerte de Haití simplemente porque era un país de negros. Finalmente, EEUU decidió intervenir aunque de manera mínima y renuente. ¿Resultado? Inmediatamente fue violentamente atacado por haber secuestrado a Aristide y haber derrocado a un gobierno legítimamente elegido. ¿Qué pasó cuando el fallido golpe de estado en Venezuela? Se le pedía a EEUU un rápido apoyo al golpe. Y se le criticó duramente después porque no se opuso con la suficiente energía al mismo. ¿Cuál era entonces la política ganadora? Cualquier cosa que hagan los americanos va a ser criticada. Es precisamente por eso que Castro no puede utilizar el argumento de la complacencia con Estados Unidos. Si Castro quiere asustar a los países que criticaron a Cuba en Naciones Unidas, escogió un mal momento para hacerlo. Es evidente que nadie critica a Castro por obedecer instrucciones de Estados Unidos. En realidad, lo popular es hacer todo lo contrario. Por otra parte, el servil apoyo que la izquierda presta a la dictadura castrista sólo pone al desnudo su indiferencia al prestigio e intereses de sus propias naciones. El antiamericanismo es sólo un pretexto. Hay que recordar que bajo esa misma bandera, en realidad los comunistas no servían los intereses de sus propios países, sino los de la Unión Soviética. Como ahora sus epígonos sirven los de la Cuba castrista. Quizás la única lección del incidente con México sea que ningún gobierno tiene por qué temer enfrentarse al dictador cubano, ni a sus viejos lacayos.