En defensa del neoliberalismo

 

El lado difícil

 

Adolfo Rivero Caro

Fidel Castro está viviendo un mal momento. Con muy pocas excepciones (como Rafael Bielsa, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores de Argentina) intelectuales y políticos de todo el mundo están condenando sus violaciones de los derechos humanos. No es para menos. Hasta en la paciente y flemática Europa han provocado repugnancia estos últimos fusilamientos, desprovistos de todo barniz de legalidad, y estas brutales condenas a 75 opositores pacíficos, entre los que se encuentran algunos de los mejores poetas y periodistas de la isla. Tan fuerte ha sido la impresión que la Unión Europea anunció recientemente sanciones contra el gobierno de La Habana. Espantados ante su propia audacia, los dirigentes de la UE anunciaron la congelación del ingreso de Cuba en el Acuerdo de Asistencia de Cotonú en el que participan 78 países de Africa, el Caribe y el Pacífico. No llegaron a cerrar la oficina comercial de la UE en La Habana, pero piensan recibir y darles más visibilidad a los disidentes. Colin Powell afirmó jubiloso que ''el mundo empieza a darse cuenta de lo que está pasando en Cuba''. Menos mal.

Las críticas a la dictadura cubana, sin embargo, generalmente están atemperadas por una agria censura al embargo comercial americano o la mención de esas paradójicas conquistas sociales de las que sus beneficiarios tratan de escapar. Es como si censurar la barbarie castrista resultara particularmente doloroso, algo así como tener que criticar los errores de algún destacado y bondadoso humanista. Castro, sin embargo, ha sido el gran impulsor de los movimientos insurgentes que, desde Argentina hasta El Salvador y desde hace más de 40 años, han hecho correr ríos de sangre por América Latina. Aunque, como es sabido, su apoyo a la subversión y el terrorismo se haya extendido hasta los rincones más remotos del planeta. Inclusive hoy, cuando la Unión Soviética no existe y el campo socialista es un mal recuerdo, Castro mantiene intacta su sangrienta visión revolucionaria. Lo estamos viendo con su viaje a Irán o la masiva intervención de sus agentes en el desesperado esfuerzo por entronizar una dictadura en Venezuela.

No es secreto que la oculta y misteriosa fuente de las simpatías castristas reside en su violento antiamericanismo. Es curioso que a los intelectuales del mundo, y particularmente de América Latina, no les resulte incómodo que el gran campeón del antiamericanismo sea un viejo tirano que lleva 44 años en el poder y ha hundido a su país en la más espantosa miseria. O que otros campeones del antiamericanismo incluyan a los ayatolás iraníes, los narcoterroristas de Colombia, los fanáticos de Al-Qaida o los fríos asesinos de Sendero Luminoso. Esto parece indicador de una incoherencia intelectual. Merece la pena observar que muchos intelectuales critican a Castro, pero que muy pocos desarrollan esa crítica de una manera consecuente. No quieren aceptar la relación entre los crímenes de Castro y las ideas que sustenta, la relación entre el desprecio por el ''estado burgués'', el ''derecho burgués'' y la ''moral burguesa'', por ejemplo, tan típico del marxismo-leninismo (y de sus innumerables epígonos ideológicos a lo Noam Chomsky), con el GULAG y los paredones de fusilamiento.

Nuestros intelectuales juegan con estas ideas con la inconsciencia conque un niño juega con una pistola cargada. La tolerancia de la sociedad capitalista, por ejemplo, no es más que una de las formas que toma el respeto por la libertad individual, esencia misma de nuestra civilización. Nuestros intelectuales se equivocan si piensan que esa tolerancia va a sobrevivir el advenimiento de una ''dictadura popular.'' Debían comprenden que viven protegidos por el estado de derecho que quieren dinamitar y que cuando su constante crítica ayude a echarlo abajo, no van a poder seguir criticando los errores del nuevo régimen. El nuevo régimen no va a ser tolerante con las críticas. ''Objetivamente'', éstas ayudan a la oligarquía, a la contrarrevolución y al imperialismo y eso sería ser tolerante con la traición... No ya simples intelectuales, sino veteranos soldados, amigos personales y compañeros de muchos años son liquidados sin la menor vacilación por la ''dictadura popular''. Lio-Shao-Chi, compañero de Mao en la Gran Marcha y presidente de la República Popular China, murió desnudo en un calabozo. Y en un calabozo murió José Abrantes, jefe de la Seguridad del Estado de Fidel Castro durante 20 años. Por no hablar del general Arnaldo Ochoa, ''héroe de la república de Cuba'', fusilado junto con el coronel Antonio de la Guardia, otro héroe revolucionario. A Castro, simplemente, le pareció útil hacerlo. ¿Qué podrán esperar los intelectuales? Una revolución triunfante sólo les reserva la abyección, el exilio, el paredón o la cárcel.

En Estados Unidos, en América Latina, en todo el mundo se está librando una verdadera guerra de ideas. No son discusiones triviales. Una mayoría entre los intelectuales se siente hostil al modo de vida en Estados Unidos, caracterizado por el respeto a las libertades individuales y, por consiguiente, por la competencia. Es, sin duda, un modelo de vida tenso y difícil. Los riesgos están en la misma esencia de la libertad. En la vida, como en los deportes, no todo el mundo puede ganar. Los resultados de ese modelo de vida, sin embargo, han producido la sociedad más libre y más próspera de la historia. Los socialistas, los colectivistas, los igualitaristas nos ofrecen protegernos contra todo tipo de problemas desde la cuna hasta la tumba. Con ellos en el poder, por supuesto, controlando nuestras vidas para garantizar esos deseables resultados. Que nadie se engañe, la indiferencia puede costar caro. La experiencia histórica nos llama a militar en esa batalla. Del lado difícil, el de la libertad.