En defensa del neoliberalismo

 

La hora del triunfo

 

Adolfo Rivero Caro

El pueblo americano ha sabido estar a la altura de las extraordinarias circunstancias de nuestro tiempo. El presidente Bush ganó la reelección con 51 por ciento del voto popular, primera vez que un presidente lo consigue desde 1988. Y lo hizo mientras el Partido Republicano ampliaba su representación en la Cámara y el Senado, lo que ningún presidente había logrado hacer desde 1936. Entre los nuevos senadores tenemos a Mel Martínez, de origen cubano, el primero que lo consigue en la historia de EEUU. Es un orgullo de toda la comunidad latina y un ejemplo de que hacerse ciudadano de este país no es simplemente ganarse el derecho a vivir aquí, sino hablar su idioma, aprender su cultura, compartir sus valores. Valores que, desde hace mucho tiempo, lo han convertido en la primera potencia mundial. Los hombres y mujeres emprendedores tienen aquí su medio ambiente ideal, aunque todos quepamos en esta tierra generosa.

No es por gusto que el Presidente ganó 42 por ciento del voto hispano. Los latinos están tomando cada vez más conciencia del izquierdismo de las elites americanas, y distanciándose cada vez más del mismo. Derrotado fue Tom Daschle, el líder de la minoría demócrata en el Senado. Este veterano de 18 años en la cámara alta, había sido el principal arquitecto de las tácticas dilatorias (filibuster) que impidieron se llevaran a votación a varios brillantes jueces, propuestos por el Presidente, entre los que había hispanos, mujeres y negros. El pueblo de Dakota del Sur lo recordó y le pasó la cuenta.

A las elites no les gusta EEUU. Quisieran otro país, aséptico, utópico, igualitario. Les parece increíble que la mayoría no piense así, y la desprecian por eso. Nos quieren hacer tragar, a la fuerza, todas las medidas socialistas revolucionarias que se les ocurren. Como no pueden hacer cambiar la opinión de la gente, recurren a los jueces liberales que interpretan la ley como les parece, frecuentemente en contra de la opinión de los legisladores, únicos representantes de la voluntad popular.

Uno de los recursos favoritos de la gran prensa liberal es demonizar a los que no comparten sus opiniones. Para hacerlo manipulan la palabra ''odio''. Es la famosa ''fobia'' (miedo). Si a uno no le gusta el brócoli es brocolifóbico. Por favor. A mí no me gustan los perros pelones. Eso no significa que les tenga odio. No salgo por la noche para matar perros pelones ni nada por el estilo. Y me repugnaría que alguien lo hiciera. Pero los liberales americanos insistirían en que estoy lleno de odio por esos infelices perros. Es una política insidiosa. Por favor, no quieran imponerle sus gustos a todo el mundo. No digan que cuando un perro pelón no es electo en los concursos caninos de belleza es porque lo discriminan. No insistan en que los que preferimos a los pastores alemanes o a los bulldogs somos discriminadores, pelonofóbicos y vagamente asociados con el Ku Klux Klan. Déjense de chantajes. Cada vez son menos los que se dejan engañar.

¿Qué les recomiendo a los liberales americanos? Que mantengan su control sobre el Partido Demócrata. Que no cambien, que sigan así, firmes. Four more years.