En defensa del neoliberalismo

Una historia económica del Siglo XX

Jude Wanniski

Traducción: Adolfo Rivero

Primero, una rápida revisión del siglo XIX, que fue el siglo de Gran Bretaña, Los ingleses derrotaron a Napoleón en 1815, volvieron al patrón oro en 1819 y a la paridad de pre-guerra y, estimulados por un movimiento populista, empezaron a rebajar sus tasas de impuestos de tiempo de guerra. Aunque estuvieron rebajando las tasas casi todos los años hasta 1875, su colosal deuda de guerra de 1815, de 800 millones de libras, había disminuido a 600 millones víspera de la I Guerra Mundial. Restauraron el impuesto a los ingresos (no progresivo) en 1846 pero a un nivel muy bajo y, en realidad, sólo para tratar de compensar las esperadas pérdidas de ingresos producto de la eliminación de las tarifas a los granos (las Corn Laws). Eliminación necesaria para permitir las masivas importaciones de granos norteamericanos que permitieran afrontar la hambruna irlandesa de 1846-47. Con una moneda tan buena como el oro, las tasas de interés bajaron de 6.5% cuando Waterloo a menos de 3% en 1900. Un historiador moderno nos cuenta que "Entre 1815 y 1875, Gran Bretaña se iba a convertir en la fábrica mundial, el banquero mundial y el comerciante mundial''. El resto de Europa rebajó sus tarifas proteccionistas siguiendo el ejemplo de Londres. Como señalé en mi libro, The Way the World Works, pag. 177:

"Con el crecimiento del pastel mundial, la prosperidad se alimentaba a si misma porque las presiones proteccionistas en cada nación iban cediendo, permitiendo una disminución mundial en las tarifas. Francia empezó a bajar sus desmesuradas tasas proteccionistas en los 1840. En Prusia, 17 estados fragmentados se unieron en una unión aduanera (Zollverein) en 1833, creando un libre comercio entre esos estados alemanes… Italia y Rusia también moderaron sus tasas hasta mediados de siglo. En 1875, Gran Bretaña, el líder de todos los partidarios del libre comercio, sólo tenía 12 ítems en su lista de mercancías con tarifas aduaneras. La constante expansión del comercio mundial significó una disminución de las quejas nacionales internas sobre la "exportación de empleos," disminuyendo, por consiguiente, las tensiones externas. Con la excepción de una guerritas menores en Crimea y la Guerra Civil en Estados Unidos (que, a su vez, tuvo profundas raíces en el conflicto sobre política aduanera entre el Norte industrial y el Sur agrario) el mundo estuvo en paz hasta fines de siglo. En el sentido vital del término fue la Pax Britannica.

La enorme expansión empezó a perder impulso en 1875 cuando el clima se volvió contra Europa y no había una teoría económica sobre cómo afrontarlo. La cosecha en Francia fue un desastre y el gobierno subió las tarifas. Alemania, que se había convertido en una fervorosa partidaria del libre comercio vía su experiencia del Zollverein, había eliminado las tarifas en el 97% de sus importaciones para 1877. En ese año se produjo la primera de tres terribles cosechas en Gran Bretaña. Para poder importar más alimentos, Gran Bretaña tuvo que exportar más bienes manufacturados. Los industriales alemanes se quejaron de este "dumping" y subieron las tarifas. Los industriales rusos se quejaron de que no podían competir con los alemanes y en 1893 subieron sus tarifas. Alemania respondió subiendo las suyas contra las mercancías rusas y Rusia reaccionó duplicando sus tasas contra las mercancías alemanas. Al mismo tiempo, Italia, frustrada por las tarifas proteccionistas francesas, decretó un aumento de las tarifas que no bajó hasta tiempos de Mussolini.

Estos conflictos económicos fueron las causas fundamentales de la I Guerra Mundial, puesto que la economía es invariablemente la fuente de la guerra y de los conflictos civiles. Es por esta razón que yo soy un determinista económico a la Karl Marx. La idea de que la cultura o la religión sean fuentes más importantes de conflicto simplemente me parece muy poco probable Basta considerar la matanza de cristianos a manos de cristianos en los últimos dos mil años. Si sólo hubiera budistas chinos en el planeta, entonces sería la historia de budistas chinos matándose mutuamente y, por supuesto, esa historia existe realmente. Las calorías son lo fundamental porque sin calorías para comer o calentarse, la vida se extingue en el margen. La cultura se adapta a las calorías, como lo demuestra la variable tolerancia de la civilización al aborto.

Una lectura de la historia de los eventos que llevaron a la I Guerra Mundial de Nial Fergurson, The Pity of War, demuestra que la reacción automática de un estado nación tras otro cuando se siente una contracción de calorías en el horizonte, es el aumento de la preparación militar. Que triste pero es una realidad, y muy lógica por cierto. Una serie de malas cosechas en Europa y los nacionalistas económicos supusieron, de manera lógica y natural, que tendría que haber una guerra a la vuelta de la esquina, así que lo mejor era prepararse de la mejor manera posible para la misma. Los gastos de defensa para los ejércitos y marinas tenían la adicional ventaja de ocupar a los jóvenes desempleados - que, de otra forma, pudieran volverse hacia la delincuencia. Los monarcas de Europa eran esencialmente impotentes para detener las fuerzas que estaban presionando hacia la guerra. Ahí está el complejo militar-industrial de cada país, funcionando sobre la base de que suceda lo peor, y luego un círculo vicioso de aumento de impuestos, menos crecimiento, contracción de calorías. Un archiduque asesinado en Sarajevo fue, simplemente, el fósforo que encendió la guerra. Estados Unidos hubiera podido taparse los ojos a la guerra en Europa, excepto que la historia no funciona así. Estados Unidos estaba destinado a quedar fuera del conflicto de las calorías del resto del mundo durante sus primeros 130 años, pero en 1917 estábamos lo suficientemente maduros como para empezar a afirmar una especie de adolescente liderazgo mundial. Mi tesis en TWWW es que la marcha de la civilización ha sido en busca de sistemas políticos capaces de producir una mejor dirección. La monarquía era superior a los señores de la guerra, el imperialismo fue útil hasta cierto punto, la monarquía parlamentaria hizo avanzar considerablemente los sistemas políticos pero la I Guerra Mundial demostró que tenía que haber una mejor forma de afrontar los incipientes conflictos globales. Los parlamentos resultaron no ser tan "democráticos", demasiado listos a aprobar la guerra si el monarca se quedaba sin soluciones diplomáticas más creadoras. Las testas coronadas de 1914 no tenían mejor opción que ordenar que millones de jóvenes sirvieran como carne de cañón. La fuerza militar les encontraría las respuestas que no tenían.

Nosotros pudiéramos habernos quedado fácilmente fuera de la I GM pero creo que la historia había decidido que realmente teníamos que entrar en la misma si íbamos a ocupar un puesto de liderazgo mundial. Si podemos apreciar donde estamos hoy, el Rey sin Corona del planeta, tenemos que ver que tenía que haber un momento donde aumentábamos nuestra disposición a afrontar responsabilidades internacionales. La consecuencia política fue la eliminación de la monarquía como una forma eficiente de gobierno. El balance del siglo implicó una competencia de diferentes formas de democracia, que en su sentido más amplio significa un proceso mediante el cual cualquier ciudadano puede ser seleccionado del fondo común para gobernar. En la segunda guerra mundial, nuestra forma de capitalismo democrático se sumó a la "democracia colectiva" de la Unión Soviética para derrotar al "capitalismo de estado" con su confianza en un hombre fuerte, un dictador. Cuando el sangriento conflicto terminó en 1945, la historia se preparó para el enfrentamiento entre el capitalismo democrático y la forma soviética de colectivismo.

Entretejido con las últimas ocho décadas del siglo hay una serie de experimentos en política económica que las grandes potencias ensayaron mientras luchaban por satisfacer las demandas de las finanzas públicas en una época de guerra casi perpetua. Cuando el siglo empezó, las tarifas y los impuestos sobre el consumo eran las formas fundamentales de impuestos en todas partes. Más bien que competir en las guerras de tarifas continentales que llevaron a la I GM, Gran  Bretaña introdujo el primer impuesto progresivo a los ingresos en 1902, y las otras potencias siguieron el mismo camino en lo que las demandas de la preparación militar abrumaban los ingresos de  tarifas que habían pasado el punto de los rendimientos decrecientes.

La 16 Enmienda que permite el impuesto a los ingresos fue aprobada en Estados Unidos en el gobierno republicano de William Howard Taft, semanas antes de la inauguración del demócrata Woodrow Wilson en 1913. El primer impuesto tenía una tasa superior marginal de 7% que se aplicaba a los ingresos anuales que serían el equivalente actual de unos $20 millones; la tasa inferior de 1% se aplicaba al equivalente actual de unos $40,000. El impuesto trajo consigo la recesión económica de 1913-14, que terminó cuando empezó la guerra en Europa y los pedidos de mercancías empezaron a venir del otro lado del Atlántico. Cuando EU entró en la guerra en 1917, Wilson empujó la tasa del impuesto a los ingresos a 75% con las ganancias al capital gravadas como ingreso ordinario. Los republicanos ganaron en una avalancha en 1920 con la promesa de bajas las tasas de impuestos y restaurar las tarifas que Wilson había alterado en 1913. Las otras potencias dejaron sus tasas de impuestos a los elevados niveles de tiempo de guerra en lo que trataban de afrontar el problema de la deuda de la guerra. Los Rugientes Veinte produjeron una fenomenal expansión económica, fundamentalmente en Estados Unidos.

La Ley de la Reserva Federal, que también había sido aprobada en 1913, garantizaba un dólar elástico que pudiera estirarse y contraerse en pequeña medida, siempre que el dólar permaneciera tan bueno como el oro a $20.67 la onza. Casi todos los demás economistas rastrean algunas o todas las declinaciones económicas del siglo a errores monetarios del banco central. Yo no lo hago así. Para mí, el papel más importante de la moneda es como  unidad de contabilidad, y no como un medio de cambio o almacén de valor. Mientras el gobierno de EU mantuviera su compromiso con el oro a un  precio fijo - $20.67 hasta 1934, luego $35 por onza hasta 1971 - los errores en política monetaria eran necesariamente pequeños. Si el Fed trataba de meter mas dólares en el sistema bancario de lo que el sistema requería, el excedente sacaría oro de las reservas de oro del Tesoro. Esa automaticidad estaba implícita en el patrón oro.

En mi opinión, el momento de giro del siglo XX fue el Crash de Wall Street de octubre de 1929. En su época, el fenómeno no fue comprendido por los economistas como directamente relacionado con la Ley de Tarifas Smoot-Hawley que el presidente Hoover firmó en ley en junio de 1930. No satisfechos con haber restaurado las tarifas a los niveles de 1913, que había sido anticipado por los mercados, los republicanos las subieron a niveles que sorprendieron los mercados y que, al margen, bloquearon el comercio mundial que estaba en proceso. Los inventarios hechos para las ventas en el exterior se acumularon a ambos lados de la alta pared de tarifas. Debido a que Estados Unidos se había convertido en una nación acreedora, ahora nuestros deudores no podían ganar del comercio los intereses y el principal sobre sus deudas o sus inversiones en acciones en el exterior. No fue hasta 1977 que se estableció la relación Crash/tarifas, como lo hice en el proceso de investigación de mi libro. Los detalles están expuestos en capítulo VII.

Al no saber por qué se había hundido el mercado, los dirigentes políticos del  mundo fueron inducidos a varias conclusiones falsas. En Moscú, Stalin supuso que la burbuja capitalista había estallado como Marx había previsto. En Alemania, donde la economía ya estaba paralizada por las exacciones punitivas del Tratado de Versalles, la idea fascista echó raíces. Sobre todo, porque de todas las potencias, Italia bajo Mussolini parecía ser la única capaz de prosperar; con un "hombre fuerte" capaz de dirigir la economía  donde "el mercado había fracasado". Tokio llegó a una conclusión ligeramente diferente, viendo la Smoot-Hawley no en términos del Crash del 29 sino en sus efectos directos de cerrar el mercado norteamericano a las exportaciones japonesas. Amenazado de esta manera, Japón se embarcó en una estrategia asiática, esperando hallar seguridad dentro de una "Esfera de Co-Prosperidad Asiática." Los intereses imperialistas británicos, que no apreciaban la interferencia japonesa en su hegemonía, persuadieron a Washington a acorralar a los japoneses. Cuando Franklin D.Roosevelt decretó un embargo petrolero en Japón, totalmente dependiente de sus importaciones de combustible, en la práctica le había declarado la guerra. Cuando el status quo se volvió inaceptable, a Tokio no le pareció tener otra alternativa que Pearl Harbor.

Es probable que la ley de tarifas de Hoover no hubiera llevado a la II Guerra Mundial si no hubiera estado seguida por una serie de otros errores económicos. Cuando los ingresos federales bajaron debido a la recesión, los banqueros de Nueva York persuadieron a Hoover de que sólo se podía restaurar la confianza equilibrando el presupuesto - mediante tasas de impuestos más altas. En lo que un excedente de liquidez de dólares acompañaba el debilitamiento de la economía, en 1931 el Fed tuvo que elevar la tasa de descuento de 1.5 a 3.5%  para evitar una fuga del oro. El Promedio Industrial Dow Jones, que había bajado  de 381 a 230 en 1929,  siguió ahora su descenso, hasta que llegó a 41 en el fin de semana de 1932 en que Roosevelt se postuló como candidato a la presidencia. En su campaña, FDR denunció a Hoover y a su tarifa para conseguir un fácil triunfo. Pero no estaba en posición de rebajar las tarifas cuando el desempleo estaba tan alto en Estados Unidos. Uno de los acontecimientos políticos más importantes del siglo se produjo en este punto cuando los negros americanos abandonaron masivamente el partido de Lincoln y se pasaron a los demócratas del New Deal, un reagrupamiento que se mantiene hasta el día de hoy.

Roosevelt debió de haber rebajado las tasas de impuestos a los ingresos de Hoover pero los banqueros de Nueva York también lo persuadieron de que lo fundamental era equilibrar el presupuesto. Roosevelt elevó la tasa superior del impuesto a los ingresos a 81% en 1940 y luego a 94% en 1944-45, los últimos años de la guerra. Fue sólo porque el oro permaneció como la unidad de contabilidad a $35 la onza que se pudo impedir una inflación de tiempos de guerra y se pudieron financiar los enormes gastos del conflicto con bonos al 2%. Si Estados Unidos hubiera abandonado el patrón oro en 1931, como hicieron los británicos, simplemente hubiera sumado una inflación monetaria a la contracción, que es exactamente lo que sucedió cuando FDR devaluó el dólar contra el oro en 1934. También hubiera hecho mucho más difícil financiar la guerra.

El crecimiento económico de la posguerra siguió a pequeñas reducciones en las tasas de impuestos de tiempo de guerra, y a la difusión de “huecos” que permitían la formación de capital. Por otra parte, el resto del mundo tuvo que reconstruir y comprar de nuestra economía mediante crédito y ayuda exterior. La tarifa Smoot-Hawley había estado llena de excepciones para “la nación más favorecida” vía acuerdos comerciales recíprocos, lo que fue seguido de acuerdos internacionales para bajar las tarifas. El presidente Eisenhower prometió una rebaja en los impuestos a los ingresos cuando hizo campaña en 1952 pero decidió no hacerlo cuando fue electo. El Partido Republicano regresó a la “responsabilidad fiscal” y los electores, tras darle a Ike dos años con un Congreso republicano, comenzaron en 1954 la práctica de gobierno dividido que se mantiene hasta hoy – elegir presidentes republicanos con Congresos demócratas y viceversa.

Para mediado de los años 50, la economía clásica estaba prácticamente olvidada (ver Los Puestos de Mando. AR). La administración keynesiana de la demanda estaba al timón y comenzó a desplazar los viejos economistas clásicos en las instituciones académicas de todo el mundo. En 1960, John F. Kennedy derrotó a Richard Nixon hablando de volver a poner en movimiento la economía aunque también se comprometió con el patrón oro como estaba antes de la disminución de las tarifas en el “Kennedy Round” de rebajas. Los republicanos del Congreso bloquearon su proposición de rebaja de impuestos. Rebaja que le había vendido Ludwig Erhardt en mayo de 1962 (ver El Plan Marshall….AR) El concepto venía directamente de la teoría clásica y eran tan “lado de la demanda” (supply side) como la justificación para las reformas Harding/Coolidge de los años 20. Sólo después del asesinato de Kennedy en 1963 se consiguió suficiente simpatía como para poder aprobar, en su honor,  las rebajas de impuestos dirigidas por el presidente Lyndon Johnson. Cuando se produjo la explosión de la bolsa y los salarios reales subieron rápidamente, los demócratas insistieron en que las rebajas de impuestos se basaban en la teoría keynesiana de aumentar la demanda agregada. Los republicanos, dirigidos por el senador Barry Goldwater, se habían opuesto a las rebajas de impuestos como fiscalmente irresponsables, y no estaban en posición de reclamar crédito por la expansión que habían conseguido. Johnson hizo trizas a Goldwater en las elecciones de 1964 y decidió usar los enormes excedentes producidos por la expansión para financiar sus programas de la Gran Sociedad. Estos estaban dirigido a terminar con la pobreza en Estados Unidos pero sólo lograron la destrucción de la familia negra cuando no se podían hacer pagos de welfare a las familias que permanecieran intactas.

LBJ potenció el problema cuando elevó los impuestos en 1976, para contrarrestar el déficit presupuestario asociado con los gastos de la Guerra de Vietnam. (En TWWW yo alego que la Guerra de Vietnam fue el resultado de los programas económicos keynesianos que el gobierno de Kennedy impuso en el gobierno sudvietnamita.) El impuesto de guerra debilitó la economía norteamericana, más padres negros quedaron desempleados y tuvieron que dejar a sus mujeres e hijos para que estos pudieran ser elegibles para los programas de welfare. Los excesos de la Gran Sociedad y la Guerra de Vietnam le costaron a los demócratas el control de la Casa Blanca. Richard Nixon ganó en 1968 y, guiado por asesores económicos keynesianos, inmediatamente comenzó a cometer enormes errores económicos. Pospuso la eliminación del impuesto de Vietnam que había prometido terminar y aprobó una duplicación del impuesto a las ganancias del capital estimulado por las elites corporativas. (Un bajo impuesto a las ganancias del capital alienta las nuevas empresas lo que, a su vez, amenaza el status quo.)

Este detalle es extremadamente importante en la historia del siglo porque llevó a la decisión de Nixon de romper el vínculo entre el dolor y el oro, y permitirle al dólar flotar libremente - derivada de su frustración. A su manera, esto fue una decisión tan trascendente como la ley Smoot-Hawley de Hoover en 1929-30. En realidad, la bolsa de valores se hundió igual que en el 29 pero, puesto que el valor del dólar se hundió como síntoma de la inflación en desarrollo, el DJIA sólo bajó en una fracción de su pérdida de valor real. Esto es, un DJIA a 1000 y el oro a $35 es lo mismo que un DJIA a 10,000 y el oro a $350. Al resistir la inflación monetaria, el Japón mantuvo su moneda casi tan buena como el oro. Como resultado, se convirtió en la economía más fuerte del mundo durante los años 70 y 80, creando un capital que inundó el mundo. La teoría económica keynesiana finalmente la hizo estallar en 1990  cuando Tokio decidió elevar el impuesto a las ganancias del capital en la propiedad inmobiliaria, la primera fuente de riqueza del país. Hasta el día de hoy, Tokio permanece en la confusión keynesiana, luchando por encontrar su camino de regreso al crecimiento.

Tanto Gerald Ford como Jimmy Carter permanecieron bajo el hechizo de los keynesianos que creían que un poco más de inflación (devaluación) traería prosperidad. Fue Ronald Reagan el que finalmente rompió el hechizo. Puede que Reagan no haya sido un estudiante muy brillante en el Eureka College de Illinois en los cuatro años que estuvo allí (1928-32), pero si estudió economía clásica, su doctorado. En 1980, para una economía enferma, él era lo que recomendaba el médico, un dirigente político dispuesto a ir contra las opiniones de moda y a luchar por una rebaja de impuestos tipo Kennedy.

La elección de Ronald Regan en 1980 llegó justo a tiempo. Reagan se propuso volver a echar a andar la economía en un ambiente no inflacionario y a terminar con la Guerra Fría. Tuvo un comienzo difícil porque las rebajas de impuestos provocaron un dramático aumento en la demanda de liquidez de dólares cuando la Reserva Federal todavía estaba luchando contra los impulsos inflacionarios creados en el gobierno de Carter. Con escasez de dólares, el precio del oro bajó de $600 a fines de 1980 a $300 en 1982, haciendo descender los precios de las mercancías y empujando la economía a una recesión. Sólo después de que el Fed se vio obligado a “imprimir” $3,000 millones para comprar bonos del peso mexicano, para evitar la bancarrota de algunos de nuestros mayores bancos, que el oro subió por sobre los $400, terminando la deflación, y sumándose a las rebajas de impuestos para producir una expansión no inflacionaria. En el modelo de la demanda se suponía que esto no fuera posible. Los gastos aumentaron inmediatamente, sobre todo en defensa. El déficit presupuestario aumentó pero las tasas de interés siguieron bajando. La dirección soviética, asombrada por esta magia económica, podía constatar que era inútil tratar de mantenerse en una carrera armamentista con Estados Unidos. En realidad, tiró la toalla durante los años de Reagan pero la guerra Fría no terminó oficialmente hasta el derribo del Muro de Berlín bajo el gobierno de Bush.

Retrospectivamente, parece que algo bueno salió de la decisión de Nixon de abandonar el patrón oro y flotar el dólar, y de la subsiguiente inflación. En efecto, los mercados libres de Estados Unidos y Occidente podían administrar el comercio con una unidad de contabilidad flotante, especialmente cuando el poder de las computadoras crecía a niveles exponenciales. Pero el sistema de planificación de la URSS dependía de una unidad contable dólar/oro confiable para poder establecer los precios. Cuando el precio del oro/dólar comenzó sus oscilaciones y bamboleos en 1971, con el rublo oficialmente vinculado al dólar, el sistema de planificación y precios de la economía soviética se volvió loco. Si los soviéticos hubieran dejado la vinculación al dólar por una vinculación estable al oro, la historia de los últimos 30 años hubiera podido ser dramáticamente diferente. Karl Marx, un gran admirador del oro como unidad de contabilidad, pudiera haberle dicho a los soviéticos que estaban cometiendo un disparate pero a ninguno de los millones de comunistas que habían estudiado a Marx se le ocurrió la idea.

Los últimos 20 años del siglo han sido el legado de Ronald Regan. Sus sucesores en la Oficina Oval, George Bush y Bill Clinton, sólo han perjudicado levemente la economía mientras movían los muebles de un lado para otro. Ambos presidentes subieron las tasas de interés tras prometer rebajas de impuestos. Cuando Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, rehusó facilitar la política monetaria sobrevino la recesión que le costó a Bush un segundo período. El aumento de impuestos de Clinton le costó a los demócratas el control del Congreso por primera vez en 40 años, aunque en esta ocasión Greenspan acomodó el aumento de los impuestos.

El precio del oro, que había estado estable alrededor de $350 la onza subió a $380. Gran parte del resto del mundo, permitió que sus monedas también flotaran. La mini-inflación dio marcha atrás después de las elecciones de 1996, cuando los mercados previeron correctamente las rebajas de impuestos bipartidistas -tipo economía de la oferta- de 1997. Al igual que en 1981, cuando las rebajas de impuestos de Regan aumentaron la demanda de liquidez de dólares y ésta no se produjo, el precio del oro también bajó con las rebajas de impuestos de 1997. Los bancos centrales extranjeros que habían tenido políticas inflacionarias iniciaron políticas deflacionarias para poder mantenerse vinculados al dólar. Empezando con Tailandia, la crisis asiática se fue desarrollando y los precios de las mercancías empezaron a caer como dominóes. Los precios del petróleo bajaron tanto que la industria petrolera mundial dejó de invertir en la infraestructura. Cuando la deflación terminó y el oro empezó a subir en 1999, la demanda de petróleo superó con mucho la oferta y el precio del petróleo subió hasta sus actuales niveles.

La Internet va a compensar cualquier tendencia al error de nuestros sistemas políticos. Tan importante como la invención de la rueda, la Internet no sólo aumenta la eficiencia de la economía mundial al casar el capital excedente con el faltante sino que permite un intercambio de ideas mucho más rápido sobre cómo evitar cualquier incipiente conflicto. Hace mucho más difícil el surgimiento de guerras en el siglo que tenemos por delante. Además, al haber experimentado las teorías económicas por ensayo y error, es menos probable que cometamos los mismos errores del siglo pasado, al menos en la misma medida. En realidad, pienso que la visión del siglo que he presentado aquí será la historiografía universalmente aceptada antes de que pasen muchos años, y que, como resultado, el siglo XXI será mucho más pacifico y próspero que el siglo XX.