LA GUERRA CULTURAL EN ESTADOS UNIDOS

La guerra invisible de la Nueva Izquierda

Por Adolfo Rivero Caro

Estados Unidos está en guerra. Es una guerra extraña, furtiva, cultural. En ella se enfrentan, de una parte, los liberales multiculturalistas que afirman que no existe un pueblo ni una cultura nortamericana, que esta sociedad es esencialmente racista, discriminadora, machista, sexista, imperialista, represiva y que, por lo tanto, merece desaparecer. De otra parte están los que, pese a sus infinitos defectos, la consideran la sociedad más democrática y generosa del mundo, y luchan por conservarla. La afirmación puede parecer extravagante pero analistas tan importantes como George F. Will, Thomas Sowell, Robert Novak, William Buckley, Samuel Francis, Cal Thomas, John Leo y Suzanne Fields, entre muchos, utilizan constantemente el concepto de guerra cultural. Y no es por gusto. En este país es muy difícil analizar un solo problema importante, desde el viraje de la política hacia Cuba hasta la delincuencia y desde la crisis del binestar social hasta la inmigración si se desvicula del contexto de este enfrentamiento.

El concepto de guerra cultural, al que Samuel Francis dedicara un brillante ensayo en la revista Chronicles (diciembre 1993), tuvo su origen en Antonio Gramsci, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano. Curiosamente, el comienzo de influencia coincide con el final de su carrera política activa. Fue estando preso cuando redactó las "Cartas desde la Cárcel", considerado como uno de los textos políticos más influyentes del siglo XX.

Gramsci planteaba que la lucha revolucionaria en países industrializados como los de Europa Occidental o Estados Unidos, no podía plantearse directamente la conquista del poder político, como pretendía Lenin. En esos países, decía Gramsci, la burguesía ha conseguido lo que él llamaba "la hegemonía ideológica" al controlar las instituciones culturales de la sociedad: los centros de estudio, los medios de comunicación de masas, los núcleos de producción artística, es decir, los centros orientadores del pensamiento, el gusto y la sensibilidad.

El verdadero poder de una clase dominante, decía Gramsci, se apoya en su hegemonía cultural, y si la revolución ha de triunfar es imprescindible primero conquistar ese liderazgo. De otra forma, el poder político sólo podrá mantenerse mediante una vasta e implacable represión. Los revolucionarios, en vez de apoyarse en un partido elitista y burocratizado, como el "partido de nuevo tipo" de Lenin, debían construir lo que él llamaba una "fuerza contra hegemónica", independiente de las instituciones sociales y culturales que respondían a los valores de las clases dominantes.

Esta fuerza paralela cuestionaría la autoridad de las normas y valores tradicionales, mientras iba construyendo su propia autoridad, acorde con los valores colectivistas. Gramsci fue detenido por la policía política de Mussolini en 1927, y murió en la cárcel. De esa forma, probablemente eludió haber sido asesinado por Stalin.

En Estados Unidos, en los años 60, cuando se desarrollaba la gran lucha contra la discriminación racial encabezada por Martin Luther King, se produjo una coyuntura propicia para emprender el asalto que propugnaba Gramsci aunque, por supuesto, éste no respondiera a ningún plan deliberado. Luther King no luchaba contra el sistema capitalista, todo lo contrario, luchaba para que los negros pudieran integrarse plenamente en el mismo. Quería que "los hombres fueran escogidos por el contenido de su carácter y no por el color de su piel". Su ejemplo, ha servido de inspiración a la lucha de la disidencia cubana y su asesinato fue un golpe terrible para la sociedad norteamericana.

Por aquella época, Estados Unidos comenzó su intervención en la guerra de Vietnam. Por razones obvias, la guerra era particularmente impopular entre muchos jóvenes universitarios sometidos al servicio militar obligatorio. La coincidencia de la lucha contra la discriminación racial y la oposición a la guerra de Vietnam fue aprovechada por los ideólogos de la llamada Nueva Izquierda. La Nueva Izquierda nunca estuvo vinculado al movimento obrero ni a las reivindicaciones sindicales. Fue un movimento de intelectuales marxistoides que resultó muy atractivo para los universitarios, hijos mimados de la sociedad americana. No era para menos. Echando mano a la socorrida teoría marxista de la superestructura, planteó que discriminación y guerra eran manifestaciones de la naturaleza represiva del sistema capitalista. No sólo eso. Teóricos tan influyentes como Marcuse, entre otros, plantearon que toda represión era un efecto morboso de la cultura capitalista.

La Nueva Izquierda acuñó entonces el nombre de "contracultura" para identificar la guerra contra todos los valores tradicionales de la sociedad americana. La sobriedad fue considerada como un simple convencionalismo de burgueses, incapaces de apreciar "las formas alternativas de consciencia" producidas por los alucinógenos. Fue el inicio de la llamada "cultura de la droga". La laboriosidad fue considerada como una manifestación de "la ética protestante del trabajo" y convertida en objeto de burla. El buen trabajador era un pobre imbécil incapaz de comprender que sus esfuerzos sólo servían para enriquecer a sus opresores. Los trabajos duros y mal pagados eran trampas de la burguesía y "callejones sin salida" (dead end jobs) que ningún rebelde debía aceptar. La contracultura consideró el matrimonio como una cárcel, la castidad como una coyunda machista y la familia monogámica como un centro de abuso y corrupción. Inclusive el estudio fue desalentado como otra "trampa de la burguesía". Uno de los lemas más populares de la contracultura en los años 60 fue "turn on, tune in, drop out" ("excítense, póngase en onda, dejen la escuela"). Los efectos de la contracultura sobre los negros fueron particularmente devastadores, justo cuando las puertas de las oportundades se abrían para ellos.

El ejército, la policía, las agencias de inteligencia - organismos sociales vitales para la estabilidad social- fueron atacados con particular saña por los que huían despavoridos del servicio militar. Se hizo habitual describirlos como controlados por enloquecidos fascistas, y se puso de moda llamar puercos ("pigs") a los policías. Mientras tanto, las depredaciones de los delincuentes eran justificadas como un producto de las opresivas condiciones sociales, como una demostración de resentimientocontra el sistema y hasta presentadas como valientes "rebeliones" contra el mismo. Y, por supuesto, se aclamó a cuanto "héroe" de la lucha anticapitalista aparecía, desde Fidel Castro y "Ché" Guevara hasta Ho Chi Minh y Mao Zedong.

¿Conquistó la contracultura la hegemonía cultural en Estados Unidos? ¿Se convirtieron los militantes de la contracultura en la mayoría de los profesores de las universidades, y en los formadores de las jóvenes generaciones de intelectuales y periodistas? En este sentido, resulta instructivo revisar libros como 'Iliberal Education' de Denis de Souza, 'Inside American Education' de Thomas Sowell o 'The Dream and The Nightmare' de Myron Magnet. Hoy, más que nunca, resulta conveniente analizar, con sentido crítico, las ideas que nos presentan la mayoría de los medios de comunicación de masas en Estados Unidos.

Pero, ¿cómo es posible que un acontecimiento de semejante magnitud pueda pasar inadvertido? Parte de la explicación está en que al tener el control de los medios de comunicación de masas y de la enseñanza, el principal interés de esta nueva izquierda es cambiar nuestro sistema de valores y nuestra manera de pensar sin que nos demos cuenta, mediante una lenta e insensible imposición de sus puntos de vista. Le interesa pasar inadvertida para poder seguir influyendo, particularmente sobre la juventud, sin que nadie cuestiona su agenda. Y, en efecto, pueden pretender representar "lo que todo el mundo piensa", porque realmente toda la gran prensa y los medios académicos piensa así. Es por eso que, aunque la inmensa mayoría del pueblo americano rechace sus ideas, pueden seguir acusando de "fascistas", "fundamentalistas" y "ultraderecha" a todos los que se opongan a sus ideas.

La nueva izquierda constituye una facción extraordinariamente militante, y su policía del pensamiento patrulla escuelas y universidades en busca de cualquier actitud que no sea "políticamente correcta". Los hispanos mandan a sus hijos a estudiar sin saber que, en esas escuelas y universidades, se dedica más tiempo al adoctrinamiento político que a la formación cultural. Bastaría, sin embargo, un somero análisis de los programas vigentes para comprobarlo. De esa forma, y sin darse cuenta, van perdiendo todo contacto espiritual con sus propios hijos. Están viviendo la pesadilla de los "body snatchers" en su propia carne. Les están robando el alma mientras duermen.

En una época, se decía que no había nada más parecido a un republicano que un demócrata. Eso ha dejado de ser cierto desde hace mucho tiempo. Dentro de cada uno de los partidos tradicionales se atrinchera un grupo, con ideas muy definidas, que constituye su núcleo central. Y esos grupos están en guerra. En el lado republicano, se trata de los llamados "conservadores", los defensores del sistema capitalista y de su cultura, y en el lado demócrata, de los que aquí se llaman "liberales", los "multiculturalistas", enemigos irreconciliables no sólo de la cultura capitalista sino de la civilización occidental misma(!). Y, por supuesto, de todo su sistema de valores. Evidentemente, no todos los demócratas son liberales ni todos los republicanos conservadores, pero ellos son los que definen los términos de la lucha. Se trata, por consiguiente, de una lucha entre la derecha y la izquierda, tal como se han definido estos términos desde los tiempos de la revolución francesa.

Esta izquierda, que se ha apropiado el nombre de "liberal", es básicamente hostil al capitalismo, no quiere reformar el sistema sino destruirlo. Vive de explotar constantemente los sentimientos humanitarios de la población y, en particular, de los más jóvenes e inexpertos. Y, en efecto, los jóvenes de hoy repiten los mismos errores de su padres y abuelos, que también quisieron ser "progresistas", y disfrutan del mismo sentimiento de superioridad moral que ellos sintieron. Sí, es hermoso luchar contra la opresión. Los comunistas hablaban de cómo la burguesía oprimía y explotaba al proletariado, y de cómo esa opresión y esa explotación, trasladadas al ámbito internacional, se convertían en imperialismo y colonialismo. Ahora la nueva izquierda habla de como los hombres blancos (white males) oprimen y explotan a las mujeres (feminismo), a los negros y demás minorías étnicas (racismo), a los demás países, tanto económica como culturalmente (imperialismo y colonialismo), a los homosexuales ("homofobia") e, inclusive, a los animales y a la naturaleza en general (ecologismo radical).

Los comunistas decían que que la burguesía, al ser imperialista y colonialista, tenía que ser necesariamente agresiva, militarista y guerrerista. La nueva izquierda no puede criticar dierectamente al sistema económico, porque mientras el socialismo ha demostrado ser un fracaso catastrófico, el capitalismo genera más riquezas que nunca. Es más, el mundo parece estar poseído por una nueva fiebre de capitalismo. Los dragones asiáticos se transforman de países pobres en países ricos, y América Latina emprende, por primera vez, el camino del neoliberalismo económico. La izquierda liberal sufre amargamente. ¿Qué hacer si el anticapitalismo fracasa en todas partes? Existe una alternativa: si no se puede criticar al sistema económico, se puede criticar el sistema de valores que lo sustenta incluyendo su matriz, la civilización occidental.

Para los comunistas, el enemigo era la burguesía y su cultura, para la nueva izquierda, el enemigo son los hombres blancos (aunque, por supuesto, también lo sean los hombres o mujeres de cualquier color que discrepen de sus ideas) y la civilización occidental. Como vemos, los viejos comunistas eran tímidos y pacatos conservadores en comparación con la izquierda multiculturalista contemporánea.

Los comunistas planteaban que para conseguir la sociedad nueva, donde no hubiera explotación ni dominación, era necesario hacer una revolución social. La nueva izquierda anticapitalista no quiere asustar a nadie hablando de revolución: prefiere inculcar odio y desprecio por todo el sistema de valores de nuestra sociedad e ir cambiándolo poco a poco, como recomendaba el teórico comunista Antonio Gramsci. Los comunistas culpaban al capitalismo de todos los males de la sociedad. La nueva izquierda multiculturalista culpa a la civilización occidental. Pero su modelo social ya no son las colapsadas "dictaduras del proletariado" sino una utopía radicalmente igualitaria donde, teóricamente, nadie pueda aventajar a nadie.

Debía llamar la atención de las nuevas legiones de simpatizantes y "tontos útiles" que estos mismos compasivos que se espantan constantemente de las imperfecciones del capitalismo nunca percibieran los monstruosos crímenes que se cometían en los países comunistas. La izquierda anticapitalista defendió a Stalin, a Mao Tse tung, a Ho Chi Min, a Pol Pot, a Fidel Castro, a Humberto Ortega e, inclusive hoy, no pueden contener su entusiasmo por el "comandante Marcos" y los guerrilleros de Chiapas, que se proclaman abiertamente marxistas-leninistas.

Los cubanos que viven en la isla no tienen la menor idea de este fenómeno. Identifican el mantenimiento del embargo económico por parte de sucesivos gobiernos de Estados Unidos como una hostilidad generalizada contra Fidel Castro y el comunismo. Pero esto es completamente falso. Todos sabemos, por ejemplo, que Ted Turner, el dueño de CNN, es un amigo personal del dictador cubano. Y Ted Turner no es ninguna rara excepción. Fuera de Estados Unidos, e incluso aquí mismo, resulta incomprensible que la gran prensa norteamericana -escrita, radial y televisiva- se halle prácticamente dominada por la izquierda "liberal" y multiculturalista. Entre los latinoamericanos Existe un firme estereotipo de que la gran prensa, al igual que todas las instituciones de la sociedad capitalista, tiene que ser "de derecha" y estar al servicio del gran capital. Y, por supuesto, que esto tiene que ser particularmente cierto de Estados Unidos. Nada más erróneo.

El prejuicio de que la gran prensa americana es conservadora nos viene haciendo mucho daño desde que Herbert Mathews, aquel famoso periodista del New York Times, hiciera popular a Fidel Castro a fines de los años 50. La realidad es justamente lo opuesto. Un destacada intelectual norteamericano, R. Emmet Tyrrell Jr., director de la revista American Spectator señalaba recientemente que para poder informarse sobre lo que realmente sucede en Estados Unidos sólo se puede acudir al New York Post, The Washington Times, The California Orange County Register, la página editorial del Wall Street Journal (¡sólo esa!) y a una docena de periódicos menores en todo el país. Entre las revistas, sólo National Review, American Spectator y The Weekly Standard, ninguna de las cuales es una publicación de masas. Por lo demás, sólo se puede recurrir a animadores de radio y televisión como Rush Limbaugh y Gordon Liddy. Eso es todo. Hacer la lista de los medios controlados por la izquierda liberal, empezando por The New York Times, The Washington Post, Los Angeles Times, The Boston Globe; revistas como Time, Newsweek o U.S.News and World Report; o cadenas de televisión como ABC, CBS, NCC o CNN, sería tan agotador como superfluo.

Esta gente nunca ocultó sus simpatías por Fidel Castro, por los sandinistas, por el Frente Farabundo Martí de El Salvador, por los comunistas chilenos, y los guerrilleros argentinos, venezolanos e, ¡inclusive hoy! por los guerrilleros marxistas-leninistas de Chiapas. Esta realidad desmiente, mejor que ninguna elaboración teórica, la concepción marxista sobre el carácter derivado de la superestructura. La realidad es que dentro de la sociedad capitalista hay fuerzas muy considerables que se lo deben todo al sistema y que, sin embargo, trabajan incensamente para su propia destrucción. Tal parece como si el alcoholismo y la adicción a las drogas tuvieran contrapartidas sociales, como si, al igual que hay individuos que se autodestruyen, hubiera sociedades que se enviciaran con ideologías tóxicas y disolventes.

No cabe duda de que esta solidaridad entre la gran prensa, los medios académicos norteamericanos y el régimen de Fidel Castro, sustentada en la comunidad de ideas anticapitalistas, ha sido uno de las claves que explican el misterio de su supervivencia. El llamado liberalismo norteamericano ha sido cómplice de un régimen que ha hundido al pueblo cubano en una miseria y opresión sin precedentes en su historia. En próximos artículos seguiremos conversando sobre estas ideas.