El final de
un mito: Thomas E. Woods Jr. La sensación generalizada con respecto a la Revolución Industrial es que llevó a un amplio empobrecimiento de la gente que hasta el momento había vivido una vida de placer y abundancia. Sin embargo, durante al menos las últimas décadas apareció un gran número de interpretaciones alternativas de este período crítico hasta el punto de que los libros de texto occidentales, siempre los últimos en adoptar las nuevas posturas del pensamiento académico, se vieron forzados a conceder la existencia de lo que se conoce como “el debate del estándar de vida” durante la Revolución Industrial. Ya en la década del 40 y el 50, los grandes economistas austriacos Friedrich A. Hayek y Ludwig von Mises estuvieron dentro de los que dieron una temprana postura alternativa. Una de las razones por las que hubo tantas falsedades y falacias en torno a nuestra idea de la Revolución Industrial, según Hayek, fue que los historiadores que estudiaron la cuestión estaban segados por sus propios prejuicios ideológicos. Muchos de ellos eran marxistas que creían que la industrialización simplemente tendría que haber hecho miserables a los trabajadores. Tal como lo dice Hayek: “Debido a que los preconceptos teóricos que los guiaban, postulaban que la aparición del capitalismo fue contraproducente para las clases trabajadores, no es sorprendente que encontraran lo que estaban buscando”. En resumen, no se acercaron a la evidencia, con el espíritu de racionalidad imparcial que guía a los académicos, sino que con el hacha ideológica que caracteriza a los propagandistas. El economista y filósofo Leopold Kohr estaba lejos de ser el único intelectual contrario al capitalismo cuando sugirió en su libro The Breakdown of Nations (La aparición de las naciones, publicado en 1957) que el crecimiento tremendo en movimientos de reforma y crítica social en los comienzos de la Revolución Industrial tuvo que haber sido un indicador de condiciones que empeoraban. “Un aumento en los movimientos reformistas –escribió Kohr- es un signo de empeoramiento, no de mejora, de condiciones. Si los reformistas sociales eran pocos en los años anteriores, sólo pudo haber sido porque estaban mejor que los nuestros”. Pero según Hayek, esto no es necesariamente cierto; en realidad, lo opuesto está más cercano a la realidad. El simple hecho de que escuchamos quejas hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX acerca de las condiciones en las que mucha gente vivía y trabajaba es, irónicamente, un punto a favor de la Revolución Industrial. Antes de la Revolución Industrial, todos esperaban vivir en absoluta pobreza, y lo que es más, esperaban lo mismo para sus hijos. La riqueza impresionante que trajo la Revolución Industrial provocó la impaciencia de quienes aún tenían pobreza en sus bolsillos. Antes de la Revolución Industrial, cuando todos vivían en una pobreza demoledora, nadie notaba ni denunciaba ultrajes. Entonces, como lo destaca Hayek, vemos en el siglo XVIII “una creciente toma de conciencia sobre hechos que antes pasaban desapercibidos”. Continúa diciendo que “el simple aumento de la riqueza y el bienestar que se habían alcanzado aumentaron los standards y las aspiraciones. Lo que por años pareció una situación natural e inevitable, o incluso una mejora con respecto al pasado, fue visto como incongruente con las oportunidades ofrecidas por la nueva era. Los sufrimientos económicos se hicieron más visibles y menos justificados, porque la riqueza generalizada crecía mucho más rápido que antes”. Uno también debe mencionar en este contexto, la famosa observación del gran economista Joseph Schumpeter, quien ofreció el argumento adicional de que más que nada la riqueza estupenda que creó el capitalismo era, irónicamente, lo que permitió a los críticos del capitalismo a ocupar la posición de intelectuales, disfrutando los beneficios del ocio y la civilización que hizo posible el sistema que tanto critican. Schumpeter temía, en realidad, que este desarrollo sería fatal para el capitalismo. La aparición de una clase distintiva de intelectuales, en realidad ignorantes de la economía, que culpaban al capitalismo de todo mal social, tendería a desgastar el apego general hacia el sistema y finalmente llevaría a un reemplazo del capitalismo por una economía socialista declarada. En resumen, Schumpeter temía que el mismo éxito del capitalismo pusiera la semilla de su propia destrucción. El capitalismo crea al proletariado Hayek incluso sostiene que “la verdadera historia de la conexión entre el capitalismo y la aparición del proletariado es casi lo opuesto a lo que sugieren las teorías de expropiación de las masas”. Desde el punto de vista de Hayek, el capitalismo creó al proletariado en el sentido de que las nuevas oportunidades de trabajo creadas significó que mucha gente pudiera sobrevivir. “El proletariado que se puede decir fue creado por el capitalismo no era una proporción que hubiera existido sin él y que llevó a un menor nivel; era una población adicional que podía crecer gracias a las nuevas oportunidades de empleo que brindaba el capitalismo”. Antes de la Revolución Industrial una persona incapaz de ganarse la vida con la agricultura, o que no había recibido de sus padres las herramientas necesarias para realizar un comercio independiente, se encontraba en una situación horrible en realidad. La Revolución Industrial hizo posible, entonces, que esta gente, que no tenía nada que ofrecerle al mercado, pudieran venderle su trabajo a capitalistas a cambio de un salario. Por eso pudieron sobrevivir. Entonces, la Revolución Industrial permitió una explosión poblacional que no hubiera podido existir bajo las condiciones de estancamiento de la era pre-industrial. Hayek y Mises se disputan la sugerencia de que esa época era próspera y satisfactoria. El cuento, por supuesto, está bien contado por Mises: “Los campesinos eran felices. También lo eran los trabajadores industriales del sistema doméstico. Trabajaban en sus propios hogares y disfrutaban de cierta independencia económica dado que eran dueños del lote y de las herramientas. Pero luego ‘la Revolución Industrial cayó como una guerra o una plaga’ sobre esta gente. El sistema de factorías redujo al trabajador libre en un esclavo virtual; redujo su estándar de vida al nivel de mera subsistencia; llenando a las minas de niños y mujeres destruyó a la familia y debilitó los fundamentos de la sociedad, la moralidad y la salud pública.” Mises se une a Hayek en la sugerencia de que las condiciones anteriores a la Revolución Industrial eran en realidad catastróficamente pobres. La economía en las vísperas de la Revolución era desesperanzadamente estática, y no tenía ninguna salida para el número creciente de personas para quienes era imposible vivir de la agricultura y la manufactura doméstica. Como lo explica Mises, el mero hecho de que la gente haya tomado trabajos en las fábricas en primer lugar indica que estos trabajos, si bien deplorables para nosotros, eran la mejor oportunidad que tenían. Esta es una ilustración del concepto de Murray Rothbard de la “preferencia demostrada”, según la cual las preferencias individuales, cuando se expresan en una acción voluntaria, proveen el único indicador confiable de que se ha optado por lo que se creyó era una situación más satisfactoria en lugar de una menos satisfactoria. “Los dueños de las fábricas –escribe Mises- no tenían el poder de obligar a nadie a tomar un trabajo en una factoría. Sólo podían contratar gente que estaba dispuesta a trabajar a cambio del pago ofrecido. Por más bajos que eran estos sueldos, eran sin embargo mucho más que los ingresos paupérrimos que se podían obtener en cualquier otro campo que estaba a su alcance. Es una distorsión de los hechos decir que las fábricas sacaron a las amas de casa de las salas de parto y de las cocinas y a los niños de sus juegos. Estas mujeres no tenían nada para cocinar y para alimentar a sus hijos. Estos chicos eran indigentes y hambrientos. Su único refugio era la fábrica. Los salvó, en el sentido estricto del término, de la desnutrición”. Mises acepta que durante las primeras décadas de la Revolución Industrial “el estándar de vida de los trabajadores de las factorías fue impresionantemente malo cuando se lo compara con las condiciones contemporáneas de las clases superiores y con las condiciones actuales de la masa industrial. Las horas de trabajo eran largas, las condiciones sanitarias en los lugares de trabajo eran deplorables...Pero sigue siendo cierto que el excedente poblacional que la producción doméstica había reducido a una miseria desesperante y para el cual no había literalmente lugar en el marco del sistema existente de producción, el trabajo en las fábricas era la salvación. Esta gente se amontonaba en las plantas por la única razón de la necesidad de mejorar su estándar de vida”. Producción en masa Otro punto central es que el capitalismo industrial se dedica a la producción en masa. Mises explica que “la etapa de abastecimiento de años anteriores casi exclusivamente ha satisfecho las necesidades de los acomodados. Su expansión era limitada por la cantidad de lujos a los que pudiera acceder el estrato más rico de la población”. La producción fabril, por su parte, se inclinaba hacia la producción en masa de bienes baratos para el hombre común. Esto representa un paso extraordinario hacia el mejoramiento del estándar de vida de todos. Y es este el principio en el que se basa todo el sistema capitalista: “El hecho sorprendente acerca de la Revolución Industrial es que abrió una era de producción masiva para las necesidades de las masas. Los asalariados no son personas esforzándose por el bienestar de otros. Ellos mismos son los grandes consumidores de los productos que salen de las fábricas. Los grandes negocios dependen del consumo masivo. El mismo principio de emprendimiento capitalista es proveer para el hombre común...No hay en la economía de mercado otra forma de adquirir y preservar riqueza que proveyendo a las masas de la forma más barata y mejor de todos los bienes que demanda”. Nuestro entendimiento de los hechos históricos necesariamente influencia nuestra postura política actual. Nuestra visión de la Revolución Industrial indirectamente muestra nuestra percepción de los días actuales en términos económicos. ¿El capitalismo, cuando se lo deja sin obstáculos, tiende a incrementar el bienestar general, o la intervención gubernamental es necesaria para prevenir el empobrecimiento generalizado? Esto es lo que se pone sobre la mesa en la discusión acerca de la Revolución Industrial, y en esta cuestión Friedrich A. Hayek y Ludwig von Mises estaban claramente avanzados a su época. Thomas Woods Jr. es Ph.D. de Columbia University y es profesor de historia en la Suffolk Community College de Brentwood, Nueva York. Este artículo fue originalmente publicado en la revista Ideas on Liberty. Permiso para traducir y publicar otorgado por The Foundation for Economic Education www.fee.org a la Fundación Atlas para una Sociedad Libre www.atlas.org.ar Traducción de Hernán Alberro. |
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