En defensa del neoliberalismo |
Los
filósofos franceses: Pete Du Pont
En otoño de 1799, un economista y legislador francés cuyo apellido
llevo, huyó de la romántica promesa de la revolución de Robespierre,
temiendo, con toda razón, que le iban a cortar la cabeza a nombre de la
libertad, la igualdad y la fraternidad. Compartía, además, la convicción
de John Adams de que “Ya tenemos demasiados filósofos franceses.”
Afortunadamente, el presidente Jefferson no compartía esa opinión y lo
dejó entrar en Estados Unidos. Y de esa forma la historia tuvo un final
feliz para este columnista.
200 años más tarde, la filosofía de la que Du Pont huyó sigue
haciendo estragos en Europa. El filósofo francés Jean Jacques Rosseau
creía, y Europa todavía insiste, que los derechos del individuo deben
de estar subordinados a la voluntad general, según esté determinada
por los funcionarios del gobierno. De esta forma, las naciones de ese
continente, de tendencia socialista, son fundamentalmente diferentes de
naciones como Estados Unidos y Gran Bretaña, orientadas hacia el
mercado y hacia la limitación del papel del gobierno, y donde los
derechos del individuo son superiores a los del estado y están
protegidos contra el mismo.
El último número de American
Outlook presenta una excelente serie sobre las diferencias. Irwin
Stelzer identifica dos que son cruciales: el derecho del individuo a
perseguir sus propios sueños, y la exigencia de que el gobierno tenga
que solicitar el consentimiento de los gobernados antes de lanzarse en
revoluciones políticas o económicas. La ausencia de estos dos
principios ha aparejado desastrosas consecuencias políticas para el
viejo continente.
Ahora Holanda le permite a los médicos no sólo que ayuden al suicidio
de sus pacientes sino que los maten si piensan que sus vidas han perdido
el sentido. Aún antes de que la nueva ley de eutanasia fuera aprobada,
los médicos del servicio nacional de salud estaban tomando 16 vidas
diarias sin el consentimiento de los pacientes, quizás si la última
negación de los derechos individuales por la conveniencia del estado.
Un escándalo médico en Francia implicó transfusiones de sangre
contaminada con el virus del SIDA a unos 4,000 pacientes hemofílicos.
Cientos de ellos murieron porque el gobierno había prohibido el uso de
una prueba sanguínea norteamericana que hubiera podido detectar fácilmente
la enfermedad. No se consideró responsables a los ministros que tomaron
la decisión. Después de todo, eran
ministros de un estado que se suponía estaban trabajando para el
bienestar del pueblo.
La semana pasada el gobierno francés reaccionó ante la cesantía de
570 trabajadores franceses de la compañía "Danone SA", una
empresa alimentaria, proponiendo una ley que duplicaría el pago por
despido y exigiría a las compañías considerar “las consecuencias
sociales” de cualquier reestructuración. El Partido Comunista quiere
obligar a las compañías a tener que conseguir permiso del gobierno
antes de poder cesantear a cualquier trabajador, y los Verdes quieren
que el gobierno tenga un control total sobre las empresas. Estos son
algo más que los predecibles delirios de la izquierda porque, en
Francia, la alianza de socialistas-comunistas y verdes controla la
Asamblea Nacional.
Elevados gastos gubernamentales y altas tasas de impuestos también son
parte de la “justicia social”. En Suecia, el gobierno gasta el 57%
de producto nacional bruto; el promedio de los países de la Unión
Europea es del 50%. Estados
Unidos, incluyendo los gobiernos estatales y locales, gasta el 31%.
Una tasa superior de impuestos al 50% en más de siete de los 15
países miembros de la Unión Europea pudiera explicar por qué se
estima que la economía subterránea representa el 20% de la economía
total en Suecia y Dinamarca, y más del 15% en Francia y Alemania.
Hasta los mismos británicos, los creadores de la Carta Magna y del
imperio de la ley, tienen en el poder a un Partido Laborista con
peregrinas políticas igualitarias. Un documento gubernamental sobre
movilidad social discute medidas para ayudar a rectificar “la
movilidad social descendiente de los hijos tontos de la clase media” y
otras para conseguir una mayor igualdad dentro de la clase media. Es
posible que se suban los impuestos, especialmente sobre los ingresos de
inversiones, que se eleven los impuestos sobre la herencia para terminar
con esa "injusta" ventaja, y que se cambien cambiar las políticas
educativas para “contrarrestar la tendencia de las familias de la
clase media de comprarle una buena educación a sus hijos mudándose a
ciertas áreas privilegiadas”. ¿Estarán bromeando? Parece que no.
Pero es el gobierno de la Unión Europea (UE) en Bruselas el que
constantemente está aplicando la filosofía de Rosseau. El pasado junio
empezó una ronda de crítica de las 35 naciones que tienen
“perjudiciales políticas de impuestos", es decir, que tienen
impuestos más bajos que en la Unión Europea. Los socialistas europeos
creen tener un derecho inalienable a los ingresos de los impuestos, y
por eso tienen que restringir “las inversiones que se desplazan
de un lugar al otro”.
En febrero, la Unión Europea lanzó un ataque contra las políticas
fiscales de Irlanda, específicamente sobre su decisión de rebajar los
impuestos para aumentar el crecimiento económico y elevar el nivel de
vida. Irlanda, probablemente debido a sus impuestos más bajos, tiene el
índice de crecimiento más alto y el nivel de desempleo más bajo de la
Eurozona, y los ciudadanos irlandeses tienen más poder adquisitivo que
los alemanes. El éxito de esas políticas neoliberales enfurece a los
comisionados de la Unión Europea, porque como escribiera el economista
Arthur Laffer en The Wall Street Journal Europe, “¿Cómo van a poder contener los
burócratas de Europa a sus ciudadanos si Irlanda sigue atizando el
fuego de una rebelión contra los impuestos?”
Entonces llegó la máxima expresión de la política de Rosseau: una
decisión de marzo de la Corte Europea de Justicia de que la UE puede
legalmente suprimir la crítica política de sus burocracias y de sus líderes.
No hay Primera Enmienda en Europa. Con todo, la decisión de hacer
ilegal la crítica del gobierno de la UE, va contra el concepto
fundamental de la libre discusión. Sin embargo, la corte sostuvo que la
Comisión Europea pudiera sancionar la libre expresión de los
individuos “para proteger los derechos de los demás.” Esto es
importante porque el gobierno de la UE considera tener “una clara
responsabilidad de regular la diseminación de las ideas, porque las
opiniones pueden derivarse de los intereses personales egoístas de las
personas y crear disturbios sociales’’, como explicaba S.T.Karnick
en la revista American Outlook.
Ninguna de estas medidas de la Unión Europea ha sido aprobada por sus
pueblos. Han sido adoptadas por las burocracias gubernamentales en aras
del bien común. La creencia de Rosseau en “el contrato social que
dentro del estado sirve como la base de todos los derechos" todavía
sigue gobernando la filosofía en Europa’’.
De este lado del Atlántico, estamos bendecidos con una Constitución y
una Carta de Derechos (Bill of Rights) que eleva los derechos
individuales por encima de los gobiernos. En las palabras de la
Declaración de Independencia, “estamos dotado por nuestro Creador de
ciertos derechos inalienables…(y) para asegurar esos derechos se
instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes del
consentimiento de los gobernados".
Doscientos años más tarde, la desconfianza del presidente Adams en los
filósofos franceses sigue teniendo validez. Los pueblos de Europa estarían
mejor con el individualismo de la Constitución de Estados Unidos que
con el estatismo de Jean Jacques Rosseau.
Pete Du Pont fue gobernador de Delaware, y es presidente del National
Center for Policy Analisis. Sus columnas aparecen los miércoles en The
Wall Street Journal. |