En defensa del neoliberalismo

 

Filósofos en La Habana

 

Adolfo Rivero Caro

En los dos últimos años, Estados Unidos ha intervenido militarmente para derrocar dos gobiernos: la teocracia de los talibanes y la dictadura de Saddam Hussein. Fernando Savater, el filósofo español, lo considera inconveniente para la estabilidad legal y política del mundo actual. No es nada nuevo. A Ronald Reagan se le criticaba con los mismos argumentos. Sin duda, el colapso del campo socialista en Europa fue un serio quebrantamiento de la estabilidad legal y política de entonces. La invasión de Normandía en 1945, por su parte, también fue muy inconveniente para la estabilidad legal y política de la Europa sojuzgada por Hitler. Esta inestabilidad no sólo tiene nervioso a Savater, sino a la gran mayoría de los intelectuales y líderes políticos del mundo.

Sospecho, sin embargo, que en América Latina los periodistas e intelectuales venezolanos no compartan ese desvelo. Quizás porque el producto interno bruto de Venezuela se está contrayendo a casi 10 por ciento anual mientras Hugo Chávez trata de entronizar el más estable de los sistemas políticos. Que se lo pregunten a los cubanos, masivamente dispuestos a cruzar el Estrecho de la Florida en una palangana con tal de escapar de 44 años de estabilidad castrista. O en Irak, donde a los médicos se les ordenaba mutilar a los opositores políticos. Eso de la estabilidad, como dijera Ñico Saquito, es relativo.

Es natural que Fidel Castro se muestre sumamente alarmado. Quizás por eso, se haya convocado en La Habana una deliciosa conferencia de filósofos a la que Savater no asistió, pero de la que el mismo Groucho Marx hubiera podido sentirse orgulloso. En beneficio de la joven generación y para evitar posibles confusiones entre pensadores marxistas, quisiera precisar que Carlos fue el que dijo que la sociedad comunista elevaría verticalmente la productividad del trabajo y Groucho el que dijo: ``O este hombre está muerto o se me paró el reloj''.

En la conferencia se discutió sobre el inminente colapso del capitalismo, el carácter cancerígeno de la carne, la insoportable levedad del ser, el papel progresista del tango y la dialéctica del picadillo extendido. En una declaración final, los asistentes a la conferencia plantearon que el pensamiento de Fidel Castro era el faro de toda la humanidad progresista, como lo demostraba el hecho de que Naciones Unidas le hubiera dado a Cuba, precisamente ahora, la presidencia de su Comisión de Derechos Humanos.

En la intervención donde se clausuró el importante evento filosófico, Fidel Castro explicó por qué un hipotético ataque americano contra Cuba estaba condenado al fracaso. En primer lugar, dijo, toda Cuba sería unas Termópilas, con la particularidad de que nuestros generales eran mejores que Leo Nidas. Por otra parte, Numancia sería cosa de muchachos en comparación con la resistencia cubana ante las tropas del imperio. Todos los cubanos estarían dispuestos a morir, explicó, y los últimos sobrevivientes morirían abrazados a la bandera, como hicieron en Granada, en 1983. Los americanos están advertidos. Ni sus más feroces ataques químicos con perfumados cigarrillos, barras de chocolate Nestlé o efervescentes latas de Coca-Cola podrían desmoralizar a los dulces guerreros cubanos. Su moral estaba más alta que nunca y se encontraban literalmente ansiosos por morir. La razón, explicó Castro rápidamente, era su voluntad de preservar las conquistas de la revolución y el nivel de vida que ésta les había garantizado.

Sin embargo, insistió Castro, la debilidad teórica de nuestros amigos es evidente. Las medidas que hemos tenido que tomar para aplastar a la quinta columna imperialista dentro de nuestro país no han encontrado suficiente simpatía. Falta dialéctica. La llamada disidencia interna es un grupúsculo insignificante. Nadie debe concederle importancia. Al mismo tiempo, sin embargo, es la representación de la nación más poderosa del mundo. Raúl Rivero, por consiguiente, viene a ser lo mismo que el jefe de la 101 División Aerotransportada, y Oscar Elías Biscet, que el general James Conway de los marines. Por consiguiente, cuando nosotros los arrestamos y los metemos en la cárcel, no debe considerarse como un acto de represión policial contra individuos inermes, sino como un victorioso operativo militar contra los principales generales americanos. Sin embargo, los intelectuales y los gobernantes de América Latina no lo comprenden. Con todo, no hay que ser pesimista. No olviden que, en el fondo, todos somos antiamericanos. Finalmente, Castro afirmó que la revolución era invencible porque siempre decía la verdad y agradeció los cálidos mensajes de solidaridad enviados por Sócrates, Jorge Guillermo Federico Hegel, Enmanuel Kant y Federico el Niche.