Fiestas del espíritu
Marcos Aguinis
Dos milenarias tradiciones celebran casi juntas el solsticio de
invierno. El día más corto del año, con su noche infinita, es
desafiada por luminarias, cánticos, obsequios y comidas que
responden a la alegría de ponerle fin a la oscuridad. Una se llama
Janucá, la otra es Navidad. Ambas se fueron enriqueciendo con
símbolos y leyendas. Ambas nacieron en el hemisferio norte (por eso
las determina el solsticio de invierno) y se extendieron al resto
del globo.
Casi nadie las ignora, aunque pocos indagan las peripecias de su
devenir.
Hace más de veintitrés siglos que Israel había caído bajo el dominio
helénico y fue disputada por los generales que sucedieron a
Alejandro Magno. Una parte de la población cedió a las tentaciones
de la nueva cultura y otra se aferró a la antigua y vigorosa
identidad. Los enfrentamientos motivaron la intervención de Antíoco
IV, radicado en Siria, que decidió definir la guerra en favor de los
helenistas. Ocupó Jerusalén y profanó el Templo instalando en el
sanctasanctórum una estatua de Zeus. Casi de inmediato, en el
pequeño poblado de Modiín se alzó Matatías (o Matías) con sus cinco
bravos hijos. Emprendieron una resistencia temeraria, provista de
ingenio y de pasión. Cuando murió el anciano padre, fue sustituido
por Judas (Iehuda) Macabeo, llamado así porque lo comparaban con un
martillo. Pese a no disponer de suficientes armas, fue seguido por
la mayoría de la población y, tras desiguales batallas, pudo
reconquistar todo el país y liberar Jerusalén. Con sus hermanos,
limpió y purificó el Templo; restituyó la gran Menorá (candelabro de
siete brazos) legada por Moisés. Enseguida se abocaron a la
construcción de un nuevo altar en lugar del contaminado. Los libros
Macabeos I y Macabeos II narran que “durante ocho días celebraron la
dedicación del altar? Entonces Judas, sus hermanos y toda la
asamblea de Israel decidieron que la consagración del nuevo altar
debía celebrarse cada año con gran alegría durante ocho días, a
partir del día 25 del mes de kislev “. Esta fecha coincide con el
solsticio de invierno. Pero el calendario hebreo es lunar y no
mantiene un estricto paralelismo con el gregoriano, de ahí que
parezca moverse unos días hacia adelante y otros hacia atrás, como
sucede también con otras fiestas religiosas que comparten judíos y
cristianos, tales como Pascua y Pentecostés.
Los hermanos Macabeos proclamaron la independencia del segundo
Estado judío sobre toda Tierra Santa (el primero lo había hecho el
rey David), renovada soberanía que iba a durar doscientos años,
hasta la invasión de Pompeyo.
En Janucá se consolidó el ritual de encender las “luminarias”, que
son diferentes a las que se encienden para recibir el Sábado y otras
festividades. El candelabro construido para esta ocasión se llama
janukía y consta de nueve brazos: ocho se refieren a los días de la
celebración y el noveno funciona como un piloto que enciende al
resto. Esas luminarias expulsan el invierno y la oscuridad, proveen
esperanza y energía.
El Talmud agregó la referencia de un milagro. Cuando se terminó de
purificar el Templo y se quiso encender la Menorá, sólo había aceite
de oliva para una sola jornada. Pero esa pequeña ración alcanzó para
ocho, que fue el tiempo necesario para preparar el nuevo aceite.
Durante la gesta macabea, también sucedió el martirio de Ana y sus
siete hijos, que fue tomado como paradigma por los primeros
cristianos mientras sufrían la persecución de Roma, y por eso los
libros Macabeos jamás fueron separados de la Biblia católica.
En los hogares judíos, se celebra Janucá con comidas típicas como
los latkes , juegos que reúnen a la familia y divierten a los niños
como el dreidl o la perinola, y se van encendiendo los brazos de la
janukíanoche tras noche, junto a la más amplia ventana, para que su
luz sea compartida por el resto de la humanidad y la ilumine con
dicha, sabiduría y amor.
La Navidad también coincide con el solsticio de invierno. Se refiere
al instante en que nació Jesús (por eso es más preciso decir
Natividad). Pero ese instante no es mencionado en ningún Evangelio.
La más aproximada referencia fue escrita por Lucas en el capítulo 2
de su libro, en el que afirma sin rodeos que había pastores en los
campos pasando la noche al aire libre con sus rebaños, bajo un cielo
lleno de estrellas. Semejante cuadro es imposible en el invierno.
Por lo tanto, Jesús no nació el 25 de diciembre. Esta frase no es
una herejía: basta revisar las polémicas y hasta decisiones
fanáticas que se adoptaron en torno a la fecha. Los Testigos de
Jehová ni siquiera celebran la Navidad por considerarla una fiesta
pagana. Durante la Reforma Protestante, fue prohibida en algunas
iglesias por considerársela una “trampa de los papistas”. Con el
gobierno de Oliver Cromwell fue llanamente vedada. En América
colonial los puritanos la declararon ilegal en Boston desde 1659
hasta 1681.
Se sostiene que quien más contribuyó a revivir esta fiesta fue
Charles Dickens con su maravilloso “Cuento de Navidad”, publicado a
mediados del siglo XIX. Allí pintó con frases geniales los valores
de la familia, el afecto y la buena voluntad que alimenta esa noche.
Recién en 1870, el presidente Ulysses Grant la declaró feriado
nacional, pese a la obstinada repulsa de varias denominaciones
cristianas.
Veamos ahora por qué se eligió el 25 de diciembre para fijar el
nacimiento de Jesús.
En el Imperio Romano se celebraba el solsticio de invierno con
fiestas en homenaje a Saturno, que culminaban el 25 de diciembre,
precisamente. También coincidía con el nacimiento de Mitra, de quien
había sido devoto Constantino el Grande. En esa época, “el sol vence
a las tinieblas” y empiezan a alargarse los días. Después del edicto
de Milán, por el que Constantino declaró el cristianismo como
religión oficial del imperio, los romanos siguieron celebrando las
saturnalias, que impulsaban a posponer los negocios, parar las
guerras, intercambiar regalos y hasta dar una libertad temporal a
los esclavos, todas actitudes que se traspasaron a la Navidad. Por
eso la Iglesia absorbió esa fiesta, pero dándole un significado
distinto: evocar el nacimiento del Señor. Alrededor del siglo III,
Clemente de Alejandría, no obstante, había dicho que Jesús nació en
mayo. Pero su opinión fue ignorada, porque se había empezado a
insistir en el 25 de diciembre. En el año 350 (¡ya habían pasado más
de tres siglos frente al hecho histórico!), el papa Julio I propuso
que el nacimiento de Jesús fuera celebrado el 25 de diciembre,
iniciativa que fue finalmente consagrada por su sucesor, el papa
Liberio. La decisión no tuvo acogida universal de inmediato, sino
que se propagó a lo ancho del planeta en un par de siglos.
Al comienzo había sido más popular la Epifanía que la Natividad. La
Epifanía se refiere a la adoración de los Magos, es decir el
reconocimiento de Jesús por el mundo. Pero, en la actualidad, la
Epifanía sólo tiene relevancia en Armenia y en el espacio
hispanoamericano.
En los países escandinavos, la Navidad se fecundizó con viejas
celebraciones locales. Una de ellas tiene su origen en el Yule o
Yuletide. Son términos arcaicos indoeuropeos que se utilizaban para
observar los cambios producidos por la rotación del Sol en torno a
la Tierra y sus efectos sobre las cosechas. De allí surgen algunos
rituales, como mantener una vigilia nocturna, decorar las viviendas
con muérdago, dejar una vela encendida junto a la ventana, colgar
figuras de madera en la puerta. La más notable es el árbol de
Navidad y su decoración. También es notable cómo ha crecido un
personaje extraño a las tradiciones cristianas originales como es
Papá Noel, propio de los hielos de Escandinavia, y cuyo protagonismo
ha disminuido el papel de los Reyes Magos.
Respecto al árbol de Navidad, en el norte europeo se fraguó esta
leyenda. Durante la fría noche, un niño caminaba sobre hielos y
nieve en busca de refugio. Lo recibieron en la casa de un viejo
leñador, cuya mujer le sirvió una rica comida. En el curso de la
noche, el niño se convirtió en un ángel vestido de oro: se trataba
del Niño-Dios. Luego arrancó la rama de un pino y se la entregó a
los ancianos como recompensa por su generosidad. Dijo que la
sembraran en cuanto pasara el mal clima, prometiéndoles que daría
frutos. En efecto, se desarrolló un árbol que daba manzanas de oro y
nueces de plata. Por eso los adornos más comunes que se usan en esa
región son manzanas o piedras pintadas. A mediados del siglo XVIII,
en Bohemia se incorporaron las bolas de cristal. En el siglo XIX, el
árbol se extendió por toda Europa y en el XX también se hizo popular
en el continente americano.
Ahora la Navidad marca la feliz conclusión del año con regocijos
seculares y religiosos. Convoca a las familias, estimula la bondad y
celebra la vida. Con Janucá, la Navidad mantiene una tradición de
vieja data, juvenil fortaleza y abundante floración de buenos
sentimientos.
Fuente: La Nacion (Argentina)
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