En defensa del neoliberalismo

 

El ascenso del fascismo islámico

 

Adolfo Rivero Caro

Dos diplomáticos japoneses fueron asesinados recientemente en Tikrit cuando iban a discutir millones de dólares en ayuda a los necesitados de Irak. La misma suerte que los tres americanos asesinados en la Margen Occidental cuando estaban entrevistando a jóvenes palestinos para darles becas para estudiar en Estados Unidos. Furiosas multitudes han robado y profanado los cadáveres de italianos y españoles mantenedores de la paz. Observemos que la víctimas del terrorismo no han sido sólo americanos sino también ingleses, italianos, españoles, rusos, paquistaníes, turcos, japoneses. Y no sólo cristianos, sino también judíos, hindúes y musulmanes moderados. ¿Cuál es la fuente de este enloquecido terrorismo?

Su origen no es ningún misterio. No sólo los atentados en Irak e Israel sino todos los ataques terroristas desde el 11 de septiembre han sido realizados por fascistas musulmanes. Estos incluyen, entre otros, los atentados contra la sinagoga en Túnez, el personal francés en Pakistán, los americanos en Karachi, el barco francés en Yemen, los turistas de Bali, los israelíes en Kenya, los rusos en Moscú y Chechenia, el complejo de apartamentos en Arabia Saudí, los carros bombas de Marruecos, la masacre de Bombay, el ataque contra el hotel Marriott en Indonesia y los asesinatos en Turquía. En su mayoría, las últimas víctimas no eran combatientes y estaban tratando de ayudar a los musulmanes. Nos estamos enfrentado a un fenómeno nuevo y de enorme peligrosidad: el ascenso del fascismo islámico.

Según la definición clásica de fascismo, éste es un movimiento de masas que se cree investido de una misión de regeneración nacional, que se considera en guerra con sus adversarios políticos y que aspira a conquistar el monopolio del poder mediante la utilización del terror, entre otras tácticas, para destruir la democracia parlamentaria. Una de sus características, según Gentile, era una política internacional inspirada en el mito de la grandeza nacional con el objetivo de una expansión imperialista. En Italia, el fascismo buscaba una fuente de inspiración histórica en la Roma imperial (el saludo con el brazo extendido era una copia del saludo romano); en Alemania, el nacionalsocialismo lo buscaba en la mítica raza aria y las leyendas germánicas. Ahora grupos musulmanes pretenden reconstruir nada menos que el vasto califato medieval.

Es de observar que, en todos los casos, se trata de rechazar la tolerancia y la inclusión. Se trata de rechazar el lento y difícil proceso democrático, y sus continuos y frustrantes compromisos. Es la fórmula fascista para escapar de una modernidad necesariamente inclusiva y tolerante. En otra época, los odiados modelos de la sociedad liberal fueron Inglaterra y Francia. Hoy es Estados Unidos.

Una de las características del fascismo es la idea de una presunta superioridad racial y de un odio particular contra determinadas minorías que se toman como chivos expiatorios para justificar enormes insuficiencias sociales. En efecto, en vez de tratar de resolver sus problemas de apartheid sexual, intolerancia religiosa, poligamia, corrupción y, en general, carencia de un estado de derecho, los fascistas islámicos concentran sus energías en la destrucción de Israel, el único estado democrático de la región, a nombre de un brutal antisemitismo, como si eso fuera a resolver sus problemas internos. Y, por supuesto, cultivan el odio contra Estados Unidos, el modelo de sociedad libre, necesariamente defensora de Israel, cuya popularización en la región significaría la desaparición del poder de los clérigos reaccionarios y los caudillos fascistoides.

Estos terroristas sólo pueden operar gracias al financiamiento y refugio que les suministran la mayoría de las autocracias del Medio Oriente y el apoyo de millones de musulmanes. Este apoyo no debe sorprendernos. El fascismo ha sido y es un fenómeno de masas. Otro factor que lo estimula es la indiferencia o tácita simpatía de los llamados estados ''moderados'' de la región.

Nada de esto es casual. Estamos confrontando el legado que nos ha dejado el colapso de la Unión Soviética. Los soviéticos ayudaron a fortalecer los corruptos y represivos regímenes de base tribal en el Medio Oriente. Al igual que en el caso de Cuba, su única ayuda tecnológica eficiente estuvo en el campo de la represión. Los pueblos del Medio Oriente han recibido suficiente tecnología occidental, particularmente en el campo de la medicina, como para experimentar una verdadera explosión demográfica. Los baratos dispositivos de la modernidad --los teléfonos celulares, discos compactos, cámaras digitales, internet, caseteras-- están en manos de una población que no sabe cómo producirlos, repararlos y, ni siquiera, usarlos adecuadamente. Es más fácil importar televisores que el respeto a los derechos del individuo y el estado que los garantice, justamente las precondiciones indispensables para desarrollar una sociedad libre y, por consiguiente, próspera.

La Unión Soviética ayudaba a estos países pero, al mismo tiempo, los mantenía bajo control. Los jeques tribales y los caudillos fascistoides sabían que estaban tratando con una potencia que no conocía de escrúpulos morales ni legales. La URSS no quería que sus excesos pudieran llevarla a una confrontación con Estados Unidos. Con el colapso de la URSS, ese tipo de control desapareció. Y, ahora, jefes tribales con armas de enorme poder destructivo han declarado la guerra a la modernidad. Modernidad cuya encarnación regional es Israel. Y cuya encarnación a nivel mundial es Estados Unidos.

Refiriéndose a un anterior atentado terrorista en Irak, Katsuhiko Oku, uno de los diplomáticos japoneses asesinados, escribió en su diario: ''Lo que debemos aprender de esta tragedia es a fortalecer nuestra determinación de no ceder ante los terroristas. Ataques de este tipo pueden ocurrir en cualquier parte del mundo. Es por eso que la eliminación del terrorismo es un objetivo de todos''. Un samurai no lo hubiera podido decir mejor. Ojalá Japón deje atrás medio siglo de penitencia pacifista y se convierta en la potencia militar democrática que Asia y el mundo necesitan en la lucha contra el ascenso del fascismo islámico y demás peligros de nuestra época.