En defensa del neoliberalismo

 

El fantasma de Kamenev

 

Adolfo Rivero Caro

Las declaraciones de Roberto Robaina a la CNN han sido una verdadera desilusión. Una desilusión sin duda compartida por los fantasmas de Kamenev, de Zinoviev, de Rykov y tantos otros personajes de los juicios de Moscú. ¡Qué falta de imaginación la de Robaina! ¡Qué poco sentido autocrítico! ¡Qué vasta autosuficiencia! Robaina hubiera podido, hubiera debido haber dicho que había fumigado los cañaverales cubanos con las poderosas plagas inventadas en los siniestros laboratorios del Pentágono. Esto hubiera explicado automáticamente el peregrino desplome de la productividad azucarera de Cuba. Hubiera podido, hubiera debido informar sobre su formidable oposición a invertir recursos en el mantenimiento de los edificios de La Habana, que han provocado ese lamentable aspecto de ciudad bombardeada. Y hubiera podido explicar su decisivo (e ignorado) papel en la deliberada conducción de la economía nacional por los senderos de la bancarrota, siguiendo instrucciones detalladas y expresas de la Agencia Central de Inteligencia. En vez de eso, sólo ha confesado ser un simple traidor. ¿No es obvia su tibieza en defensa de la revolución? ¿No es evidente su renuencia a defender a Fidel Castro? Espero que la infinita misericordia del líder de la revolución no le haga vacilar a la hora de ajustarle las cuentas a este miserable contrarrevolucionario.

En realidad, el incidente de Robaina nos ayuda a comprender la realidad cubana. Si Robaina hubiera hecho llegar al exterior un documento crítico, si hubiera hecho declaraciones enérgicas a la inefable Lucía Newman, se habría convertido en objeto de la atención mundial y en la personalidad más importante de la política cubana. Hacía falta mucho valor personal. Optó por humillarse, confiando en la benevolencia del dictador, como hicieron Ochoa y Tony de la Guardia. Y ahora, sin amigos, es despreciado por la dictadura y por la oposición. Su actitud, sin embargo, no debe sorprendernos. Es lo normal. Salvo raras excepciones, el régimen es incapaz de producir otro tipo de personalidades. ¿Qué se puede esperar de quienes aplauden la represión contra los cuentapropistas y los pequeños agricultores conscientes de que es una política suicida? ¿O de supuestos ''parlamentarios'' que han estado durante décadas aprobando una desastrosa proposición tras otra con rigurosa unanimidad? Y, por otra parte, exiliarse no es fácil. No es fácil renunciar a una larga militancia política. ¿Cuántos miembros del Comité Central del Partido Comunista lo han hecho? Recordemos que el régimen está básicamente integrado por dos tipos de funcionarios: los que son tan imbéciles como para creer que Fidel Castro es un genio, y los que saben que no lo es, pero son tan inmorales como para fingirlo. Por consiguiente, ninguno puede ser inteligente y honesto. El inteligente no puede ser honesto y el honesto no puede ser inteligente.

Como la vida no cabe en estas fórmulas sospechosamente geométricas, sin embargo, ésta requiere de algunas salvedades. Los hombres estamos condenados a la libertad. Todos los días, a cada momento, estamos obligados a decidir. Es una situación esencialmente dramática, tan preñada de peligro como de esperanza.

Benedict Arnold era un héroe de la revolución americana, hasta que traicionó. Aldrich Ames y Robert Philip Hanssen eran respetados miembros de la CIA y el FBI hasta que se descubrió que trabajaban para el enemigo. Ahora están en la cárcel. Mijail Gorbachov, por otra parte, era el supremo administrador del Archipiélago de Gulag. Y Boris Yeltsin era secretario general del Partido Comunista en Moscú. Todos, sin embargo, en un momento determinado, decidieron cambiar de bando. El intento de golpe de estado de 1992 y el secuestro de Gorbachov muestran el riesgo mortal que corrieron los rusos. Gorbachov se negó a renunciar. Yeltsin se encaramó en el famoso tanque. Y la dictadura se vino abajo como un castillo de ceniza. Hombres que habían pasado toda su vida como funcionarios de una brutal dictadura se convirtieron súbitamente en héroes mundiales de la democracia. ¿Acaso borra eso su pasado? Por supuesto que no. Pero, sin duda, pone el conjunto de su vida en una nueva perspectiva. Nuestras acciones de hoy pueden cambiar la forma en que se contemple lo que hicimos ayer.

Los cubanos estamos en medio de una guerra. Su resultado es sumamente incierto. Todos sabemos que el comunismo cubano está condenado a muerte. Pero ese cadáver puede recibir rápida y decente sepultura o puede permanecer insepulto, corrompiendo el ambiente de la sociedad cubana durante largo tiempo. En esa alternativa se juega el destino de la nación. En medio de este combate, hay una natural reacción de regocijo cuando un funcionario de la dictadura se cambia de bando. No creo que signifique que seamos ingenuos y desmemoriados. Simplemente ese cambio se considera positivo y útil. No estamos escribiendo la historia, la estamos haciendo. Son empresas muy diferentes. Que los historiadores del futuro elaboren sus sutiles evaluaciones. En medio del combate, es totalmente legítimo acoger con júbilo a los que se pasan a nuestro lado. Como Alcibíades Hidalgo. Y como tantos miles que, allá en la isla, están, ahora mismo, reflexionando sobre sus vidas. Entre ellos se encuentra, en frase querida para Ricardo Bofill, la disidencia que está por llegar. Para nosotros, los últimos que se han pasado de bando sólo son la vanguardia de los que todavía no lo han hecho.