En defensa del neoliberalismo

Por qué Corea del Norte siempre nos engaña

Los analistas que predijeron los últimos avances nucleares de Corea del Norte fueron denigrados e ignorados.

Michael J. Green Y William Tobey
Tomado del Opinion Journal del WSJ

Según Siegfried Hecker, ex director del Laboratorio Nacional Los Álamos, Corea del Norte está construyendo dos instalaciones nucleares nuevas: un reactor de de agua ligera en sus primeras fases constructivas y una “planta de centrífugadoras moderna y limpia” para enriquecer uranio.  Hecker visitó esta instalación durante el fin de semana y  considera que está casi terminada.

La planta de centrífugas es particularmente importante porque puede producir uranio enriquecido más que suficiente para fabricar un arma nuclear al año, y es posible que no sea la única instalación de este tipo en Corea del Norte.  El ataque de artillería norcoreano contra la isla surcoreana de Yeonpyeong  indica claramente que Pyongyang se propone utilizar su nuevo avance nuclear para obtener el máximo de concesiones de la comunidad internacional.

Esta revelación nuclear no constituye una falla de inteligencia.  Durante la década pasada, los analistas de inteligencia predijeron acertadamente las intenciones de Corea del Norte de fabricar armas nucleares y obtuvieron cada vez más pruebas de la proliferación de sus misiles y del desarrollo del sector nuclear.  Las fallas fueron de los que elaboraban las políticas y de los expertos que denigraron los análisis, los ignoraron o creyeron en la falacia de que Corea del Norte respetaría un tratado de desnuclearización. 

En 1994, negociadores del Gobierno de Clinton admitieron que Corea del Norte podía estar experimentando con el enriquecimiento de uranio, pero decidieron centrarse en un acuerdo marco que congelaba la producción de plutonio en la instalación de Yongbyon de Corea del Norte.  Las agencias de inteligencia siguieron la pista del uranio, pero los formuladores de políticas la ignoraron.  Como nos dijera en 1994 el desertor de más alto nivel de ese país, Hwang Jang Yop, el régimen negoció el acuerdo marco con el propósito de “confrontar a Estados Unidos con una medida disuasiva nuclear” antes de completar los reactores y de que las inspecciones fueran obligatorias.

En el 2002, el Gobierno de Bush recibió convincentes informes de inteligencia sobre los ingentes esfuerzos norcoreanos por conseguir los equipos y materiales necesarios para crear una instalación de uranio altamente enriquecido (HEU, según siglas en inglés).  En aquel momento no estaba claro el estado exacto del programa, pero se estimó que podría estar funcionando en el curso de una década.  Ahora sabemos los pronósticos acertaron.

El programa clandestino HEU del Norte fue una flagrante violación del acuerdo marco; como respuesta el Gobierno de Bush suspendió los embarques de fueloil pesado a Corea del Norte.  Los críticos se apresuraron a acusar al presidente Bush —y no a Kim Jong Il— de romper el acuerdo nuclear, pese a que las pruebas demostraban que el Norte había estado implementando el programa HEU desde por lo menos la década de los noventa.

En el 2007, Corea del Norte realizó una prueba nuclear, por lo que las conversaciones entre las seis partes se empantanaron.  Los negociadores estadounidenses trataron de volver a insertar las conversaciones en el acuerdo marco que se centraba en la congelación del reactor de Yongbyon, pero asuntos  de inteligencia sobre el programa HEU se interpusieron en el camino.  Los negociadores dejaron la cuestión a un lado y cuestionaron en público y en privado la evaluación original.

Mientras tanto, los negociadores norcoreanos advirtieron a nuestra delegación en Beijing (marzo del 2003) que si Estados Unidos no ponía fin a su “política hostil” Pyongyang estaba preparado para “mostrar su instrumento de disuasión”, “expandirlo y transferirlo”.  Pyongyang cumplió su palabra haciendo las tres cosas.

Cuando se filtraron las historias de que nosotros dos fuimos enviados en febrero del 2005 a informar a Japón, República de Corea y China que en Libia se había detectado hexafluoruro de uranio que posiblemente provenía de Corea del Norte, fuimos acusados por expertos del exterior y por fuentes del Departamento de Estado de exagerar los datos de la inteligencia.  Después que la CIA señaló públicamente la participación norcoreana en el proyecto de construcción de un reactor sirio que Israel bombardeó en el 2007, el equipo negociador de Estados Unidos logró convencer a su Gobierno de abandonar el asunto de la proliferación y concentrarse en obtener un acuerdo con Corea del Norte sobre “protocolos de verificación” que rindiera cuentas del plutonio en Yongbyon.

Como resultado de ello se levantaron las sanciones norteamericanas y se devolvieron los fondos ilícitos norcoreanos que habían sido congelados en Macao, pero no se firmó protocolo alguno.  En lugar de hacerlo, Corea del Norte realizó un segundo ensayo nuclear.  Entretanto, se multiplicaron las pruebas de que Birmania era el próximo país que aspiraba a conseguir capacidades nucleares de Pyongyang.

Ahora debería ser obvio que Pyongyang busca reconocimiento como Estado nuclear e intenta continuar utilizando su amenaza de proliferación para obtener concesiones perpetuas de Estados Unidos.  Funcionarios norcoreanos han declarado que si a Estados Unidos le preocupa la proliferación, debemos negociar un “acuerdo de control de armas” con Corea del Norte en tanto que ambos somos Estados poseedores de armas nucleares. 

Este acuerdo validaría la posesión de armas nucleares por Pyongyang y dejaría la puerta abierta para que el Norte continuara desarrollando su propio programa de armas nucleares o su proliferación, al tiempo que se erosionaba la credibilidad y la capacidad disuasiva de Estados Unidos.  La existencia de una instalación de uranio enriquecido hace aún más peligrosa esta dinámica.

El Gobierno de Obama ha declarado que el bombardeo de Yeonpyeong no equivale a una crisis, lo que probablemente sería sensato si lo que se busca es evitar otorgar una  influencia aún mayor a Corea del Norte.  Por otro lado, sería un craso error volver a las negociaciones, como si las provocaciones no fueran más que el precio de hacer negocios con Pyongyang.  Ahora debemos centrarnos en la contención, la prohibición y las presiones.  Hasta ahora, la incapacidad de hacer esto de manera sostenida ha sido una falla de las políticas, no de la labor de inteligencia.

Michael J. Green trabajó como funcionario de alto nivel en el Consejo de Seguridad Nacional durante los años 2001 al 2005, y ahora labora en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.  William Tobey trabajó del 2006 al 2009 como viceadministrador de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear y ahora es miembro del Belfer Center para la Ciencia y los Asuntos Internacionales en Harvard.

Tomado del Opinion Journal del WSJ