48 Congreso de la Internacional Liberal.
Oxford, Inglaterra
Carlos Alberto Montaner
A Lord Acton le gustaba creer que el primer liberal había sido Tomás de Aquino, pero a mi me parece más acertado suponer que el liberalismo tuvo su primera manifestación precisamente aquí, en Oxford, en el siglo XIII, cuando los franciscanos plantearon que la autoridad de la Iglesia debía limitarse a los temas religiosos, pues en el terreno de las Ciencias sólo podía ser cierto lo que la razón y la experiencia indicaran.
Esa originaria fisura del pensamiento escolástico fue lo que luego hizo posible el surgimiento de Vitoria, de la Escuela de Salamanca - primera defensa del mercado ya en el siglo XVI- , o luego de Hobbes, Locke y quienes les siguieron. Hago esta pequeña reflexión histórica para celebrar que haya sido en Oxford, hace 50 años, cuando comenzara la Internacional Liberal, pero enseguida paso a la primera observación que quiero hacerles: si repasan la lista de los participantes en 1947 verán que no hay ningún latinoamericano. Y si revisan la de hoy, la de 1997, comprobarán que somos muy pocos: de veinte repúblicas latinoamericanas, apenas cinco tienen representación en esta asamblea. Lo mas fácil es decir que la Internacional Liberal es una organización eurocéntrica, pero yo veo aquí numerosos canadienses y norteamericanos, genete, como nosotros, del nuevo mundo.
La verdad profunda es de otra naturaleza: los latinoamericanos, que hablamos idiomas europeos, que tenemos instituciones y modos de vida esencialmente europeos, que vivimos en el mundo occidental y de él formamos parte, a lo largo de dos siglos, pero - especialmente- a lo largo del siglo XX, hemos escogido de una manera suicida la marginalidad, la excentricidad histórica, en lugar de jugar a fondo la carta de la occidentalización.
En un libro reciente Samuel Huntington, cuando hace el recuento de las civilizaciones del planeta, coloca a América Latina al margen de Occidente, como una cosa distinta. Es un grave error al que lo hemos conducido nosotros mismos. Por el contrario, el Occidente moderno tiene tres grandes vertientes (la inglesa, la francesa, y la ibérica [ España y Portugal] , y los cuatrocientos millones de iberoamericanos, habitantes en un territorio de veinte millones de kilómetros cuadrados, tenemos que hacer un notabilísimo esfuerzo para ocupar el lugar al que podemos y debemos aspirar en el Primer Mundo.
Afortunadamente, el pensamiento liberal proporciona las herramientas para lograr ese objetivo. Los liberales sabemos cómo y por qué se desarrollan las sociedades y cómo y por qué se arruinan. Y nunca ha sido más prometedor que ahora el posible futuro de los liberales latinoamericanos, entre otras cosas, porque hemos tenido un siglo de frustraciones políticas y sociales verdaderamente lamentable. Cuando comenzó el siglo XX América Latina tenía el 10% del percápita de Estados Unidos. Cuando termina, sigue teniendo el mismo 10%, pero con una trágica diferencia: la distancia técnica y científica es hoy cien veces mayor de lo que era en el pasado.
Es nuestra responsabilidad, como liberales latinoamericanos, ponerle fin a esta situación de pobreza relativa y subordinación intelectual. Es nuestra tarea que la familia política a la que pertenecemos crezca paulatinamente para beneficio de nuestra gente, y en especial, de nuestra inmensa muchedumbre de pobres.
Esto que he dicho ha sido en mi condición de latinoamericano. Ahora, como cubano, quiero terminar con una referencia a mi país. Durante casi cuarenta años hemos sufrido una dictadura generada porque una parte sustancial de la clase política sostenía ideas erróneas, mantenía valores contrarios a la naturaleza humana y un absoluto desprecio por la libertad. Si Dios, o lo que sea el destino, nos depara la posibilidad de regresar a Cuba, lo haremos para luchar por instaurar en el país un modo de comportamiento cívico que se ajuste a nuestras ideas liberales. Si lo logramos, estamos seguros de que esto le traerá la felicidad a nuestro pueblo. Y si fracasamos, estamos seguros de que habrá valido la pena luchar por ello con todo el entusiasmo y la pasión de que seamos capaces de tener. Gracias por escucharme.