En defensa del neoliberalismo

¿Hay escasez de combustible en el mundo? ¿Cuál es su verdadera causa?
 

Jude Wanniski

Nunca ha habido escasez de energía en el mundo. Ni la hubo ni la habrá en los próximos diez mil años. El mismo planeta es una bola de energía navegando en un mar de energía. La Tierra ha estado absorbiendo la energía del sol desde hace miles de millones de años. Esa energía solar ha nutrido la vida vegetal que la captura y preserva en forma de carbón y gas. La vida vegetal, a su vez, nutre la vida animal preservando la energía que ahora existe en la forma de petróleo y gas. En este sentido, los hombres se calientan con rayos de sol emitidos hace miles de millones de años y encerrado en la corteza terrestre desde hace eones. Y que están esperando ser descubiertos y explotados. La corteza terrestre está recubierta por capas de energía solar –petróleo, carbón y gas natural- de las que el hombre sólo ha descubierta una fracción minúscula. El concepto de que los hidrocarburos orgánicos pueden “agotarse” sólo es cierto en el sentido de que pudieran agotarse dentro de algunos millones de años. En realidad, pudiera argumentarse que se están formando más hidrocarburos orgánicos que los que la población del mundo está consumiendo. Por ahora, no tenemos la tecnología para explotar esas reservas, pero están ahí.

Si se tomara todo el petróleo líquido producido por todos los pozos del mundo desde que se perforó el primero en Titusville, Pennsylvania, en 1859, y se vertiera en un largo de unas 227 millas cuadradas (más o menos el tamaño de Chicago), ese petróleo llenaría un lago de poco más de 300 pies de profundidad. No existe ninguna carencia de energía, lo que sí ha existido históricamente en una relativa incapacidad de la humanidad para encontrar y explotar su inmenso reservorio energético.

Las dos figuras políticas que más han influido en la explotación de la energía en los últimos mil años han sido el emperador Federico Barbarroja (siglo XII) y Thomas Jefferson. Desde tiempos inmemoriales, las monarquías han reclamado la propiedad de todas las tierras y, por supuesto, de los minerales de su subsuelo. Tradicionalmente, las tierras sólo se han dado en arrendamiento. Con el debilitamiento del poder central en la Europa feudal, los nobles reclamaban la propiedad de todos los depósitos minerales en sus tierras. La Iglesia hacía una reclamación similar. Ante esta situación, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico Barbarroja decretó que el soberano era el único propietario de todos los minerales en los territorios de su imperio, y que estos sólo podían ser explotados a través de firmas bajo control estatal. Esta recuperación del “derecho de regalía,” habitual bajo los emperadores romanos, se convirtió nuevamente en ley. Ley que tuvo gran importancia y representó un progreso porque terminó con la inseguridad de la patente y puso todas las propiedades minerales bajo la protección de la Corona. Este principio se generalizó a toda Europa y las colonias europeas también lo copiaron.

Thomas Jefferson tuvo una idea mejor. Desde los inicios de la república había habido dos actitudes hacia los territorios del Oeste. Hamilton y sus amigos, ansiosos por el rápido crecimiento de las manufacturas y por desarrollar una sociedad del tipo europeo convencional, querían retardar la colonización del Oeste hasta que el Este estuviera suficientemente poblado y su riqueza potencial plenamente explotada. Pensaban que las tierras federales deberían de venderse cautelosamente, en grandes lotes y a precios altos. Demócratas como Jefferson y Gallatin, por otra parte, pensaban que la salud y la libertad del país dependía de la creación del mayor número posible pequeños agricultores. De aquí que las tierras federales debieran de ser accesibles a todo verdadero colonizador, a un precio que no desalentara a los pioneros.

Las ideas de Jefferson triunfaron, por lo menos hasta la guerra Civil. El gobierno de Estados Unidos no monopolizó tierras a nombre de algún interés colectivo sino que vendió la mayor parte de las tierras del oeste a $1.25 el acre, para alentar la colonización. Y, en vez de retener derechos “soberanos” sobre los minerales, a los colonizadores se les dio la propiedad de los mismos. Los territorios que se volvieron estados después de la Guerra Civil estuvieron más influidos por las ideas de Hamilton. El resultado fue que un elevado por ciento de las tierras del lejano Oeste ha sido monopolizado por el estado a nombre del interés colectivo, con los derechos a los minerales regidos por el patrón de Barbarroja. El gobierno de Estados Unidos, por ejemplo, es dueño del 90 por ciento de las 110,000 millas cuadradas de Nevada.

El singular efecto de la visión de Jefferson fue el desarrollo sin paralelo de la industria petrolera americana después de 1859, y la hegemonía de la tecnología de perforación americana hasta el día de hoy.

“El petróleo se encuentra en abundancia si hay mucha gente buscando en todo tipo de lugares insólitos’’, escribió Ruth Sheldom Knowles en su historia de la industria petrolera americana, The Greatest Gamblers. Esa reflexión es vital para comprender por qué hay problemas energéticos en el mundo de hoy. No sólo se trata de que haya un número insuficiente de personas buscando petróleo y gas en Estados Unidos. Es que muy pocos gobiernos están buscando petróleo y gas en todo el mundo porque la mayoría de ellos desalienta la exploración. En su mayoría, lo hacen sin darse cuenta porque todavía están atrapados en el marco establecido por Barbarroja hace casi mil años.

En los Estados Unidos, gracias a Jefferson, los propietarios de tierras han sido los dueños de los derechos al petróleo descubierto en su propiedad. Cualquier industria nacional de exploración pudiera desarrollarse vigorosamente si los exploradores individuales pudieran arrendar los derechos minerales de los propietarios privados y perforar, con la seguridad de que el explorador y el propietario serían los dueños de cualquier petróleo que se hallara, y que sus altos riesgos tendrían una alta compensación.

En 1975 se habían perforado unos 3.3 millones de pozos de petróleo en la corteza terrestre. De ese número, 2.5 millones se perforaron en Estados Huidos, y la mayor parte en los estados del sur. El resto del mundo ha permanecido relativamente inexplorado, especialmente los antiguos países coloniales de Africa y Asia. Los Estados Unidos fueron la única antigua colonia que, al conseguir la independencia, abandonó el modelo de Barbarroja. En todas las demás antiguas colonias de Gran Bretaña, Francia, Alemania, España, Italia, Portugal y Holanda, las nuevas naciones independientes siguieron igual que antes, reteniendo los derechos minerales en vez de venderlos o cederlos a la ciudadanía.

De los 645,500 pozos exploratorios perforados en el planeta a fines de 1975, 616,000, o 95.4 por ciento, habían sido perforados en los países industriales. Las perforaciones en el resto del mundo son mínimas.

Nunca ha habido escasez de petróleo. Cuando Richard Nixon abandonó el patrón oro en 1971, Richard Mundell pronosticó que la devaluación del dólar haría que los países petroleros pudieran comprar menos bienes y servicios y, por consiguiente, aumentarían los precios del petróleo. Esto fue exactamente lo que sucedió. Cuando los economistas keynesianos no pudieron explicarlo, llegaron a la conclusión de que los precios habían subido porque el petróleo se estaba agotando.

Es casi seguro que al Tercer Mundo le espere una revolución en el siglo XXI, y que ésta va a ser más política que tecnológica. Pero no será una revolución precisamente marxista. En alguna parte, algún líder político va abandonar el modelo de Barbarroja y va a adoptar el modelo de Jefferson. Los derechos minerales propiedad del gobierno se van a vender al pueblo. Se van a cambiar las leyes impositivas para que los gobiernos no confisquen automáticamente las riquezas minerales. Y, en cualquier parte del mundo en que esto se produzca, geológicamente prometedor o no, surgirán muchos y sorprendentes descubrimientos que estimularán la difusión del modelo de Jefferson. Los ejecutivos de las grandes compañías no los van a ver con buenos ojos. Van a producir un relativo descenso del precio del petróleo. Pero no van a poder hacer nada para impedirlo porque cuando los derechos de propiedad de los derechos minerales se vuelvan masivos, ningún gobierno va a poder confiscar las nuevas riquezas descubiertas. El elemento fundamental de toda prospección mineral - pasada, presente o futura - no es tecnológico y ni siquiera financiero. Es, simplemente, el hombre dispuesto a correr extraordinarios riesgos para conseguir extraordinarias recompensas.

“The Way The World Works”
Jude Wannisky. Capítulo 13.

Síntesis y traducción de Adolfo Rivero