El colapso del mito de Guantánamo
Ratifica el Congreso demócrata la política de la era de Bush al
rechazar el financiamiento de cualquier esfuerzo por cerrar la
instalación carcelaria
John C. Yoo y Robert J. Delahunty
Cuando en el 2002 anunció que Estados Unidos detendría a los
combatientes de Al Qaeda en la base de la bahía de Guantánamo, el
entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, describió la
instalación como “el lugar mejor, el menos malo”. La ocurrencia de
Rumsfeld expresaba una certeza: Estados Unidos capturaría a
combatientes y líderes enemigos, y su detención, aunque complicada,
tenía gran importancia militar.
Durante dos años, el presidente Barack Obama pretendió que el
terrorismo era un delito, los prisioneros, indeseables, y la base de
Guantánamo, innecesaria. Cuando era candidato a la presidencia
declaró: “Ha llegado el momento de mostrar al mundo (…) que no somos
un país de prisiones, que encierra a la gente sin siquiera decirle
por qué están ahí y de qué se les acusa”. Al tomar posesión ordenó
el cierre de Guantánamo en el curso de un año.
Pero la adhesión del presidente a las teorías izquierdistas del
terrorismo como delito chocó con su responsabilidad de proteger una
gran nación. Ahora, la realidad de la guerra contra el terrorismo
está ayudando a destrozar el mito de Guantánamo y a poner fin a la
tergiversación de nuestras estrategias antiterroristas.
Hace unos días, la comunidad de inteligencia informó al Congreso que
una cuarta parte de los detenidos puestos en libertad en Guantánamo
durante los pasados 8 años se reincorporaron a la lucha. Aunque
Estados Unidos y sus aliados mataron o recapturaron a algunos de
estos 150 terroristas, mucho más de la mitad de ellos siguen
sueltos. El Departamento de Defensa dio a conocer que los alumnos de
Guantánamo han estado asumiendo posiciones altas en Al Qaeda y el
Talibán, atacando a los aliados en Irak y Afganistán y matando
soldados norteamericanos.
Incluso esa reincidencia del 25% probablemente sea demasiado baja.
Los órganos de la inteligencia reportan que por lo general pasan
entre dos y dos años y medio antes de que un detenido liberado
vuelva a ser detectado por sus radares. Es casi seguro que nuestras
fuerzas tengan que volver a enfrentarse a la mayoría de los
terroristas entre los 66 detenidos liberados hasta ahora por el
Gobierno de Obama.
El Gobierno de Bush liberó a muchos más, pero es probable que los
puestos en libertad por el Gobierno actual sean más peligrosos.
Contrariamente al mito de Guantánamo, la base no está llena de
adolescentes y pastores de cabras inocentes. El pasado mes de mayo,
una comisión del Gobierno descubrió que de los 240 detenidos en
Guantánamo cuando Obama tomó posesión, casi todos eran líderes,
combatientes u organizadores de Al Qaeda, el Talibán y otros grupos
yihadistas. Ninguno de ellos fue declarado inocente.
Todo lo expuesto ejerció influencia en el Congreso, que hace unos
días votó por gran mayoría no financiar ningún intento de cerrar la
prisión de Guantánamo. También prohibió que el Departamento de
Justicia transfiera a los detenidos al territorio estadounidense. A
pesar de los apuros del fiscal general Eric Holder por juzgar a
Khalid Sheikh Mohammed en el centro de Nueva York, los que planearon
los ataques del 11 de septiembre se quedarán en Guantánamo.
El Congreso está reflejando los deseos del pueblo norteamericano.
Según el mito de Guantánamo, el presidente George W. Bush era una
suerte de Llanero Solitario que actuaba sin permiso del Congreso, y
Guantánamo, una zona al margen de la ley. Pero el pueblo de Estados
Unidos nunca se opuso a capturar y detener a sus enemigos. Y ahora
el Congreso demócrata ratificó la política de Bush.
La congelación del statu quo de Guantánamo impedirá la puesta en
libertad de los asesinos de Al Qaeda, pero no pondrá fin a las
serias distorsiones de la política de Obama contra el terror.
El Gobierno depende de aviones teledirigidos para matar a los
líderes de Al Qaeda que se esconden en Afganistán y Pakistán. Leon
Paneta, director de la CIA, consideró que este procedimiento era el
único posible. Estos aviones no tripulados no toman prisioneros ni
interrogan. El lanzamiento de estos misiles desde lejos no puede ser
un sustituto de la captura e interrogatorio de los jefes de Al Qaeda
para conseguir información. (Ahora el problema real es el de si los
agentes de la CIA renunciarán a interrogar prisioneros, gracias a
las investigaciones judiciales de las políticas de Bush).
Mientras nadie más sea enviado a Guantánamo, al Gobierno de Obama le
quedan dos opciones para enfrentar a los terroristas: matarlos o
capturarlos y soltarlos. La política del Presidente basada
fundamentalmente en aviones teledirigidos significa que no solo
serán más los terroristas que morirán, pues también perecerán
inocentes civiles afganos y pakistaníes.
El mito de Guantánamo también generó los esfuerzos del Departamento
de Justicia de juzgar a los jefes de Al Qaeda en tribunales civiles
estadounidenses. En ningún otro lugar el verdadero carácter de la
postura antiterrorista del Gobierno de Obama se vio más nítido que
en su tratamiento como un problema de hacer cumplir la ley. La casi
absolución de Ahmed Ghailani, —el miembro de Al Qaeda que en el 2000
facilitó el ataque contra la nave USS Cole— por un jurado
neoyorquino el mes pasado mostró claramente que esa vía era un
callejón sin salida, aunque Holder sigue negándolo.
La alternativa más sencilla es la de continuar encarcelando en
Guantánamo. La detención es coherente con las reglas de la guerra,
que permiten que los combatientes capturados sean mantenidos
indefinidamente sin instruirlos de cargos. Además, concentra la
misión de nuestras tropas y agentes en la búsqueda y eliminación del
enemigo, y no en la recolección de pruebas e interrogatorio de los
testigos.
El nuevo Congreso, empleando sus poderes constitucionales, debe
seguir manteniendo en operaciones la instalación de Guantánamo y
debe presionar al presidente Obama para que reanude la captura,
detención e interrogatorio de los líderes de Al Qaeda. También ha de
mantener informado al pueblo de la situación real en Guantánamo. Los
militares han gastado millones en la creación instalaciones
modélicas.
Y, lo que es muy importante, el Congreso puede utilizar sus poderes
de supervisión para esclarecer la decisión que se tomó para dejar en
libertad a 150 o más reincidentes. Puede hacer que las agencias
militares y de inteligencia le rindan cuentas de los daños causados
por la liberación de los detenidos, y puede esclarecer el alcance de
los riesgos que estos errores burocráticos tendrán para las vidas de
norteamericanos.
Después de la prolongada denuncia de las políticas de Bush por la
izquierda, Obama debería admitir la parte de los errores que él ha
cometido, de los cuales el menor no ha sido la difusión del mito de
Guantánamo. Si algún detenido puesto en libertad mata a
norteamericanos sabremos entonces a quién culpar.
John C. Yoo es profesor de Derecho en la Universidad de
California, Berkeley, y Robert J. Delahungy lo es de la Escuela de
Derecho de la Universidad de Santo Tomás en Minneapolis. Ambos
trabajaron en el Departamento de Justicia durante el Gobierno de
George W. Bush
Tomado del Opinion Journal del WSJ
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