La maldad de la banalidadRichard Conquest Cuando la Unión Soviética se disolvió a fines de
1990, Boris Yeltsin sacó los archivo del país del control del Partido
Comunista y abrió la mayoría de ellos a los académicos, tanto
nacionales como extranjeros. Algunos archivos que contienen los
documentos más sensibles -- el llamado Archivo Presidencial, junto con
los archivos que albergan los documentos del KGB y el Ministerio de
Relaciones Exteriores -- permanecen prácticamente cerrados a los
extranjeros. Aún así, una cantidad enorme de documentación,
previamente secreta o sólo disponible de manera selectiva, ahora es
accesible a todo historiador del período soviético. Los académicos extranjeros no perdieron tiempo en
aprovechar la oportunidad. Se dividieron en dos grupos. Uno se dirigió
a los depósitos que contenían los expedientes de las decisiones más
sensibles del gobierno soviético. En esta categoría, el disidente ruso
Vladimir Bukovski publicó un estudio altamente revelador llamado El Juicio de Moscú. En 1992, a Bukovski se le dio acceso a los
documentos más secretos, inclusive minutas del Politburó, como testigo
experto del Tribunal Constitucional ruso en un juicio contra el Partido
comunista, y él se las arregló para ser más listo que los archiveros,
que nunca habían visto un escáner,
y copiar miles de documentos relacionados con decisiones soviéticas del
más alto nivel. (Aunque se haya traducido al francés y al alemán, su
extraordinaria exposición todavía espera por un editor
norteamericano.) Mi propia colección El Lenin Desconocido, que contiene selecciones de los documentos
secretos del líder soviético sacados de lo que era el Archivo Central
del Partido, pertenece al mismo tipo de investigación e interpretación.
Los autores de estos trabajo parten de la premisa
de que, en el estado totalitario soviético, el actor principal de los
acontecimientos fue el Partido Comunista y que, por consiguiente, lo
fundamental eran las decisiones de la dirección política. Pero otro
grupo de académicos optó por ignorar la política. En vez de eso, se
volvieron hacia los
archivos que contenían los materiales aparentemente más banales
relacionados con la vida cotidiana de la Unión Soviética, tales como
las cartas escritas por ciudadanos ordinarios a las autoridades y los
periódicos. Este grupo pertenecía a lo que en los años 60 vino a ser
conocido como la escuela "revisionista" de historiadores
rusos. Ellos postulaban que toda historia se hace "desde
abajo," esto es, por la interacción entre los gobernantes y los
gobernados; y que, en esta interacción, los gobernados jugaban el papel
decisivo. Por consiguiente, a su juicio, la misma regla era válida para
la Rusia comunista. Según ellos, Lenin no tomó el poder en octubre
1917 sino que se vio forzado a hacerlo por la presión de las masas
radicalizadas. El régimen de Stalin, tampoco era
"totalitario," porque tras la fachada de la conformidad existía
una compleja interacción entre el gobierno y el pueblo. Andrei Sokolov, uno de los editores de El
Estalinismo Como un Modo de Vida, escribió en la versión rusa de
este libro que él consideraba "las estructuras políticas... no
como autosuficientes y autoreguladoras sino como la consecuencia de
cambios y traumas sociales." Este enfoque no es sino una versión,
pasada por agua, de la teoría marxista de que la historia es la
historia de la lucha de clases, y que la política simplemente refleja
la alineación de fuerzas económicas y sociales. El propósito de tales
investigaciones, por lo tanto, era demostrar cómo, en un estado tan
ostensiblemente "autosuficiente y autoregulador" como la Unión
Soviética, la sociedad jugaba un papel determinante. No está nada
claro que se haya conseguido ese objetivo. El presente volumen cubre los años entre 1929 y
1941, la mayoría de los materiales procede de mediados a fines de los años
30. El volumen ruso paralelo, redactado por Sokolov, publicado en Moscú
en 1998 como Golos Naroda (La
Voz del Pueblo), trataba con el período precedente (1918-1932). El Estalinismo Como una Manera de la Vida reproduce 157
documentos, muchos de ellos cartas a las autoridades así como también
a periódicos, especialmente Krestianskaia
Gazeta (Periódico del Campesino), junto con informes de
funcionarios del gobierno sobre el estado de ánimo del pueblo, todo
acompañado de los comentarios del editor. Los documentos constituyen una lectura sumamente
deprimente. Son una interminable sucesión de quejas, apelaciones,
gritos de desesperación y denuncias, sólo raramente aliviada por
involuntarios destellos de humor negro (como, por ejemplo, cuando un
funcionario del Gulag propone construir -- con
trabajo forzado, por supuesto -- un canal desde Moscú hasta la
costa del Pacífico...) Cuando el Gran Terror de 1937-1938 se iba
acercando, los documentos se vuelven desesperados en su incomprensión
de lo que está sucediendo, y en su frenética, autoprotectora adulación
de Stalin. La mayoría de los documentos son demasiado largos
para citar, así que unos pocos ejemplos tendrán que ser suficientes.
El primero es una carta anónima mandada a Pravda desde Kazajastán en
1932: Camarada
Editor, Por
favor, respóndame. ¿Tienen las autoridades locales el derecho de
cogerse a la fuerza la única vaca de los obreros industriales y
administrativos? Además, exigen un recibo que muestre que la vaca fue
entregada voluntariamente y lo amenazan a uno diciendo que si no lo
hace, lo van a meter a uno
en la cárcel por haber fracasado en cumplir el plan de producción de
carne. ¿Cómo se va poder hacer cuando la cooperativo sólo distribuye
pan negro, y cuando los productos que están en
mercado libre tienen los precios de 1919 y 1920? Los piojos nos
devoran, nos matan, y sólo se reparte jabón a los obreros
ferroviarios. El hambre y la suciedad han provocado un brote masivo de
meningitis. El próximo documento es una carta colectiva
dirigida a Mijail Kalinin, el "Jefe de Estado" formal de la
Unión Soviética a nombre de 50,000 mujeres desterradas durante la
colectivización: Nos han separado de nuestros esposos. Ellos están sin hacer nada en
alguna parte, y nosotros mujeres, viejos y niños pequeños hemos
quedado atrás languideciendo en las iglesias. Hay hasta dos mil de
nosotras en cada iglesia. Somos tantas que nos han puesto en literas de
tres pisos y hay siempre una niebla húmeda en el aire. Este aire, y las
corrientes, nos han enfermado a todas, y los niños de menos de catorce
años han muerto como moscas, y no ha habido atención médica para
todos estos enfermos. En mes y medio hemos enterrado a tres mil niños
en el cementerio de Vologda. ... Trajimos un poco de alimento con
nosotras, pero cuando nos mudaron, los funcionarios locales en Vologda
nos los quitaron. ... Ahora lo único que nos dan es agua caliente. La tercera carta, con fecha de 1936, es de un
koljosiano que responde a la petición del gobierno que quiere
comentarios al proyecto de "Constitución"
de Stalin: Se debería de hacer un tipo de constitución donde todo el mundo pueda
vivir libremente y para que los jefes de brigada no nos griten -- 'Oye,
por qué no vas a trabajar, ten cuidado'. Y uno no puede decir una
palabra en su defensa, porque empezarán a amenazar: 'no hables tanto
porque te voy a clavar con el artículo 58. A Vanka le echaron diez años
de empujar carretillas y ya es hora de tu también aterrices allí. ...'
Me puse a pensar y me daba vergüenza, vivimos en un país libre, pero
hay tantos presos y ¿para qué? Si las cosechas se enferman, son diez años,
si el caballo se agota y se muere, son diez años, si usted no le dio un
cigarro a alguien, son diez años, etcétera. Si nuestro querido
Camarada Stalin supiera lo que está pasando en el campo, nunca lo
perdonaría". Lo que sorprende de todos estos documentos, dado el
débil de la sociedad civil en Rusia, es la profunda convicción de que
los seres humano tienen
derechos y que hay algo que está muy mal cuando esos derechos se
pisotean. Lewis Siegelbaum ha realizado un gran servicio al
seleccionar y traducir estos materiales que reflejan las condiciones
cotidianas de la vida bajo Stalin. Lo que lod hace más vívidos es que
han sido escritas por
campesinos y trabajadores semianalfabetos. La información que nos
suministra hace real, en términos humanos, abstracciones como
"colectivización," "industrialización," y
"terror." Su libro suple El
Estalinismo Cotidiano de Sheila Fitzpatrick (1999) Diario que,
utilizando pruebas semejantes, describió la vida de la Rusia urbana en
los años 30. Con todo, la interpretación que hace Siegelbaum de
estos materiales plantea cuestiones preocupantes. Él parece tener
dificultad en aceptar los textos por lo que son, y se siente obligado a
interpretarlos en una jerga sociológica que les roba su fuerza y diluye
su mensaje. Considere la colectivización, uno de los actos más
destructivos de la historia rusa. Le robó a los campesinos su tierra,
su ganado y sus cosechas, transformándolos en siervos del estado. La
resistencia a esta expropiación en masa fue feroz: Stalin le confesó a
Churchill que la campaña de la colectivización, que duró unos tres años,
había sido más "tensa" que la Segunda Guerra Mundial. En
1932, un cierto I. Gusev mandó una carta sobre la desesperada situación
en el Cáucaso del norte: Nos
han dejado desnudos, descalzos, con doscientos gramos de pan de cebada
al día y comemos col sola. Es terrible ver llorar a un hombre grande, y
él llora porque lo engañaron con el koljoz, porque lo han dejado sin
granja, sin pan, sin ropa, y ha perdido su libertad. Esto parece suficientemente claro, pero Siegelbaum
encuentran demasiado sencillas estas explicaciones de la resistencia a
la colectivización: "¿Será éste un caso de defensa de la
tradición frente a una forma brutal de impuesta modernización?"
pregunta en la introducción al libro. Independientemente de que meter
campesinos a la fuerza en granjas colectivas dirigidas por el estado difícilmente
significa ninguna "modernización," uno debería suponer que
gritos tan patéticos no requieren ninguna exégesis erudita. En su discusión del Gran Terror, Siegelbaum habla
condescendientemente, del libro de Robert Conquest de ese título, se
refiere a "la sencillez y la claridad de la interpretación clásica
de un gobernante paranoico que despiadadamente extermina a sus antiguos
colegas anteriores y a millones de otros seres humanos en su insaciable
sed de poder." En realidad, ahora
sabemos, de otras fuentes de los archivos, en detalle a veces
repugnante, que Stalin supervisó personalmente las masacres: que, en un
solo día, el 12 de diciembre de 1938, firmó las sentencias de muerte
de 5,000 personas que nunca habían sido juzgadas, y que después fue a
su sala cinematográfica privada del Kremlin a disfrutar de dos películas,
una de ellos una comedia llamada Chicos
Alegres (Merry Fellows). Hubo muchos
días como esos. Siegelbaum no tiene explicación propia del Gran
Terror, pero nos somete varios
enfoques "potencialmente valioso", incluyendo uno que
"acentúa la significación discursiva de 'purificación' y
'degeneración' y el deseo de los súbditos de Stalin de estar entre los
puros". Esto es admirablemente sofisticado, pero uno se pregunta si
el mismo pensamiento se le habrá ocurrido alguna vez a Stalin cuando en
sus instrucciones a los oficiales de la policía encargados de ejecutar
su terror sintetizaba su tarea en una palabra: "peguen." Hay una renuencia en Siegelbaum de aceptar la
naturaleza totalitaria del régimen estalinista, y también una
inclinación, contradicha por los documentos citados, a ver "apoyo
social al régimen." Cierto que hubo
grupos que se beneficiaron de las "purgas" al ocupar
los puestos dejados vacantes por sus víctimas. Es cierto que muchos
ciudadanos soviéticos denunciaron a sus jefes, colegas y conocidos como
"saboteadores," "trotskistas," y "espías"
pero era seguramente una tentativa de salvar sus propios
pellejos, no ninguna expresión de apoyo al terror. Uno no puede dejar
de preguntarse para qué sirven las "ciencias sociales" cuando
la principal conclusión que Siegelbaum saca de sus desgarradores
documentos es que "el cuadro que presentamos de como ciudadanos
soviéticos trataron de navegar 'las
masivas transformaciones sociales de los años 30' no es particularmente
feliz." ¿Particularmente feliz? No. Trágico. Muy trágico.
Los documentos reunidos y analizados por Sokolov,
Fitzpatrick, y ahora Siegelbaum no ofrecen ningún apoyo a la teoría
revisionista de "la historia desde abajo." Al contrario:
indican más convincentemente que nunca que los ciudadanos soviéticos
fueron las víctimas impotentes de un régimen totalitario motivado
principalmente por la avidez de poder. Ciertamente que reivindican
"la sencillez y la claridad de la interpretación clásica de un
gobernante paranoico." Convalidan todo el trabajo de la generación
anterior de especialistas soviéticos como Leonard Schapiro, Merle
Fainsod, y Robert Conquest. Ciertamente que la política fue el motor
propulsor de la historia soviética. Esta no se hizo "desde
abajo" sino "desde arriba." |
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