Las antiguas víctimas Cuando la izquierda americana se volvió contra Israel Nissan Ratzlav-Katz La Guerra de los Seis Días entre Israel y sus enemigos árabes terminó el 10 de junio de 1967 con una gran victoria judía que incluyó la extensión del control israelí sobre las Alturas de Golan, Judea, Samaria y Gaza además de la península de Sinaí. Fue sólo una semana. En una masiva operación a través de los territorios ilegalmente ocupados por Jordania durante los 19 años anteriores, el ejército judío regresó a Judea y Samaria, el corazón de los territorios bíblicos. Jerusalén, capital de los dos comunidades judías anteriores, se vio nuevamente en manos judías. Los judíos regresaron a Hebrón, donde sus 3,000 años de habían sido extinguidos por las turbas árabes en 1929. Gamla, en las alturas de Golán, que cayó a los romanos en 67 A.D., regreso a la soberanía judía exactamente 1900 años después. La mayoría de los analistas había esperado que Israel sería barrido cuando enfrentara las fuerzas combinadas de los estados árabes respaldados por la Unión Soviética. En vez de eso, todos los estados que usaron territorios bajo su control para la agresión perdieron ese territorio, y las divisiones de tanques israelíes se vieron a pocos kilómetros de Damasco y el Cairo. Fue una enorme sorpresa internacional. Junio de 1967 fue también el mes en que la izquierda “progresista” de Estados Unidos empezó a abandonar a Israel, y cuando los conservadores americanos empezaron a apoyarla. Simcha Dinitz, un antiguo parlamentario del Partido Laborista y presidente de la Organización Sionista Mundial, fue enviado para dirigir las relaciones públicas de Israel en Estados Unidos tras la Guerra de los Seis Días. Según Dinitz, que fue entrevistado por la televisión israelí la semana pasada, los “liberales” americanos preferían un Israel débil y necesitado, congelado en un papel de víctima eterna. Por otra parte, dijo Dinitz, los conservadores vieron a un Israel que había derrotado a los estados árabes respaldados por la URSS en tres frentes diferentes y llegaron a la conclusión de que el estado judío era un aliado en el que se podía confiar. Las alianzas políticas cambiaron de la noche a la mañana. Para ilustrar el problema que Israel enfrentaba en ese momento, Dinitz contó la historia del discurso que hizo antes un grupo de liberales americanos que tradicionalmente habían apoyado a Israel en el asado. Se vio obligado a explicarles que la impresionante victoria no había transformado a Israel en un Goliat sino en David después de haber derrotado a Goliat. Si David hubiera perdido, dijo Dinitz, no hubiera merecido dos línea en la Biblia. Se convirtió en el rey David precisamente porque derrotó a Golat. Después del discurso, un activista del Partido Demócrata se le acercó y le dijo, “Todo eso está muy bien pero ¿cómo vamos a apoyarlo cuando tienen unas relaciones tan estrechas con los republicanos y con Nixon?” Las nuevas alianzas han permanecido firmes hasta el día de hoy. La semana pasada se anunció que Ralph Reed, el antiguo director de la Coalición Cristiana, estaba participando en una campaña de Defender a Israel para movilizar apoyo para el estado de Israel entre la base y los dirigentes de la comunidad cristiana. Y, como todo el mundo sabe, no son precisamente conservadores ni fanáticos de Rush Linbaugh los que están participando en los mitines de “Justicia para Palestina” que se están desarrollando en todas las universidades de Estados Unidos. Por supuesto, esta historia no debía sorprender en lo más mínimo a los conservadores. A los liberales les gustan las víctimas. Les hacen falta. Y este culto a las víctimas ha incluido a las relaciones exteriores de Estados Unidos. Para los liberales americanos, Israel ha venido a representar en la arena internacional lo que Dinesh D’Souza, Clarence Thomas o Alan Keys representan en la arena nacional: minorías que rechazan ser considerados víctimas. ¿Qué víctima que se respete va a tener su propio programa de televisión o estar en el Tribunal Supremo o lanzar ultramodernos satélites espías al espacio (como ha hecho Israel recientemente). Sin víctimas, los liberales pierden su raison d’etre, por no mencionar su base electoral. Al rechazar el papel de víctimas, los judíos y el estado judío se ha ganado el repudio de los intelectuales de izquierda, que tratan cualquier acto de autodefensa israelí como una agresión contra los palestinos. Esto pudiera explicar por qué los liberales están tan ansiosos por ver a Israel regresar a lo que Abba Eban, antiguo embajador israelí en Naciones Unidas, llamó “las fronteras de Auschwitz” pre 1967. Y pudiera explicar ese reflejo mecánico de apoyo a los árabes en Judea, Samaria y Gaza, que tienen todas las características de las víctimas, aunque la culpa sea de su mismo liderazgo, de su mismo odio y de sus mismos aliados árabes.
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