George F. Will
La izquierda francesa favorece el incendio como una forma de comentario así
que los decepcionados partidarios de la derrotada candidata socialista
Ségolène Royal quemaron, por lo menos, 1,000 vehículos para manifestar su
tristeza. La pasada primavera, la izquierda utilizó los motines como
argumento económico cuando el gobierno propuso una legislación (de la que
rápidamente se retractó) que le hubiera facilitado un tanto a las empresas
despedir jóvenes trabajadores durante sus dos primeros años como empleados.
Obviamente, los empleadores contratarían más si no fuera tan
extraordinariamente difícil despedir a alguien. Nadie pareció comprenderlo.
La mayoría de los amotinados eran jóvenes. La tasa de desempleo de Francia
es de 8.7, casi el doble de la de Estados Unidos. Entre los menores de 25
años, un grupo que apoyó a Royal, el índice es de 21.2 por ciento. \
Sarkozy tiene un mandato para el cambio pero sus posibilidades reales de
reforma, en el mejor de los casos, son mínimas. Sus esfuerzos, sin embargo,
ameritan nuestra atención porque está confrontado una forma particularmente
virulenta de un problema que nosotros también tenemos, y que se está
agravando. Ese problema es la contradicción cultural del estado del
bienestar social.
Hace veinte años, el sociólogo Daniel Bell escribió sobre "las
contradicciones culturales del capitalismo" para expresar esta preocupación:
El capitalismo florece gracias a las virtudes que su mismo éxito socava. Su
éxito necesita laboriosidad, ahorro y posposición de las gratificaciones,
pero ese éxito produce abundancia, un aumento del ocio y una liberación de
los apetitos, todo lo cual debilita los prerrequisitos morales del
capitalismo.
Las contradicciones culturales del estado del bienestar social (welfare
state) son comparables. Estos estados presuponen un dinamismo económico
capaz de generar inversiones, crear empleo, producir ganancias corporativas
y conseguir buenos ingresos individuales. El estado utiliza entonces los
impuestos a los individuos y las empresas para distribuir diversos
beneficios sociales entre la población. Estos beneficios sociales se
convierten en derechos de sus beneficiarios.
Pero los estados de bienestar social producen en sus ciudadanos una
mentalidad de derechos sin obligaciones y un umbral de sufrimiento muy
bajo. Esa mentalidad estimula el apetito por todavía más derechos
económicos, comprendidos no sólo como ingresos sino también como mayor
seguridad y más tiempo libre.
El bajo umbral de sufrimiento ocasiona una ruinosa fuga de los rigores,
inseguridades, incertidumbres y dislocaciones inherentes a la creación
destructiva de un capitalismo dinámico. Esta huida toma la forma de
proteccionismo, regulaciones y otras ineficiencias impuestas al sector
privado por el gobierno y que impiden el crecimiento económico que el
propio estado del bienestar necesita.
Así que los estados del bienestar son, paradójicamente, enervantes y
energizantes. Y también infantilizantes. So enervantes porque promueven la
dependencia, son energizantes porque agravan un agresivo sentido de los
derechos económicos (piensen en la quema de carros). Y son infantilizantes
porque es infantil querer algo y rechazar lo que sea necesario para
conseguirlo. Los simpatizantes del estado de bienestar quieren cada vez más
ayuda y cada vea menos esfuerzo para financiarla.
Hace 25 años, el presidente François Mitterrand, prometió "romper con la
lógica de la ganancia." Prometió hacer prosperar al país mediante la
ampliación de los derechos económicos, la disminución de la jornada de
trabajo sin reducción de los salarios, la creación de empleos a través de
mayor gastos estatales y mayores impuestos a las clases inversionistas.
Lógicamente, la productividad cayó y el desempleo aumentó, no ha bajado del
8 por ciento desde 1981.
El estatismo, el inevitable concomitante de los esfuerzos gubernamentales
por administrar los tres incompatibles ideológicos de Francia (libertad,
igualdad y fraternidad) ha seguido aumentado. Y 47 por ciento del
electorado francés acaba de votar a favor de Royal, que prometió mucho más
de lo mismo aunque el índice de crecimiento de Francia en el l 2006 estuvo
por debajo de 21 de los 25 miembros de la Unión Europea.
Sarkozy quiere bajar los impuestos, incluyendo los impuestos a la herencia y
eliminar el impuesto sobre las horas extra. Ese impuesto, junto con otras
muchas regulaciones, garantiza la aplicación de la semana de 35 horas.
Sarkozy quiere hacer lo que Margaret Thatcher hizo cuando fue electa en 1979
porque Gran Bretaña estaba cansada de ser gobernada no por el parlamento
sino por los sindicatos. Sarkozy se opone a que 500,000 empleados estatales
puedan retirarse antes que los empleados de las empresas privadas, y con
mayores pensiones, pero afrontaría tempestuosas huelgas si pretendiera
hacerlo.
Durante los 25 años que la izquierda francesa y algunos nacionalistas de
derecha han estado calumniando el "frío, despiadado y empobrecedor
capitalismo Anglo-Americano," el Producto Nacional Bruto per cápita de la
nación ha bajado del séptimo al decimoséptimo del mundo.
La tarea de Sarkozy es convencer a los franceses de que tienen que trabajar
más en aras de una sociedad más solidaria. ¿Podrá conseguirlo?
georgewill@washpost.com <mailto:georgewill@washpost.com>
Tomado de The Washington Post
Traducido por AR
Mayo 20/2007