En defensa del neoliberalismo

Nosotros si somos arrechos 

Diosmel Rodríguez
Houston, TX  Febrero 22, 2009

Una serie de razonamientos anteriores nos permitían presagiar los acontecimientos que se producirían en Venezuela durante el mandato de Hugo Chávez. Y como era necesario diseñar una estrategia para enfrentarlos,  acorde a las características de esos regímenes autoritarios de corte totalitarios; ahora reciclados y camuflados en el nuevo socialismo: “el socialismo del Siglo XXI”.

El proceso cubano, como referente en cuanto a métodos para imponerse, pudo haber ayudado mucho a las fuerzas prodemocráticas venezolanas. Ya en diciembre del 2000, durante un evento celebrado en Sao Paulo,  Brasil por el Movimiento Mundial para la Democracia, se alertaba a la delegación venezolana del inminente peligro que corría la democracia en su país.

Los señalamientos, provenían de nosotros los cubanos presentes en el evento, tomando como base, nuestra propia experiencia. Sin embargo, la reacción de los venezolanos fue la de siempre: “Nosotros somos diferentes, nosotros no somos los cubanos. Nosotros si somos “arrechos”.

Lamentablemente el hecho se repite, y lo peor es que todavía, ni siquiera los cubanos hemos encontrado el método para salir del problema. La salida de este conflicto ideológico no es tarea fáci,l y más si se subestima. El caso de Venezuela y Bolivia así lo demuestran, son regímenes diabólicamente concebidos mediante un esquema de control social que desgraciadamente funciona. No es un problema de individuos, si no de sistema. Individuos como Hugo Chávez  y Evo Morales, descalificados como presidenciables, mantienen el poder con relativa facilidad. 

El caso cubano, referente natural de todo este proceso, lo ilustra todo. Una dictadura por más de 50 años, sin enfrentar crisis severas de poder. Incluso, su líder máximo desaparece del escenario político, se produce una sucesión puramente dinástica, y no pasa nada. Todo esto, nos lleva a analizar y buscar las causas de este proceso dentro del comportamiento humano.

Muchos, y con cierta razón han utilizado el proceso de la Unión Soviética y el llamado campo socialista, para buscar una estrategia común: de como desmontar los regímenes totalitarios. No obstante, las causas del colapso de esos regímenes se atribuyen a diferentes factores, pero los más posibles, muy raras veces se abordan.

Lo más importante es tener en cuenta las propias características del sistema. El llamado sistema socialista no prevé la sustitución del poder desde abajo hacia arriba. El Gran Jefe, El Camarada en Jefe, el Comandante en Jefe,  y todas sus denominaciones que les atribuyen al gran líder, pero que siempre responden a un mismo comportamiento. Esa persona emblemática, casi mesiánica  no se equivoca, los que se equivocan son los cuadros intermedios. El Jefe nunca tiene la culpa. Esto impide el cuestionamiento y toma de decisiones de los subordinados. Así llegó Mikhail Sergeyevich Gorbachev con su glasnov y la perestroica, conociendo los mecanismos del poder y sin cometer los errores de Nikita Jruschov, pero a diferencia de éste,  Gorbachev no tenía la responsabilidad histórica y jurídica de los excesos y crímenes ocurridos durante tantos años en la Unión Soviética.

En este contexto y bajo estas premisas, el caso cubano no ha cumplido las etapas necesarias para el desmonte desde adentro. Y se pueda cumplir aquello que para los cambios “no basta que los de abajo no quieran vivir como antes, sino que los de arriba no quieran vivir como hasta ahora”.  En nuestras condiciones, es de iluso pedirle a Raúl Castro cambios que les puedan costar el poder y enfrentar un proceso judicial, sin necesidad real alguna. Raúl Castro será medio chino, pero no Alberto Fujimori.

Aquí se van abriendo ciertas disyuntivas, si la experiencia demuestra que el fin de estos regímenes se da con la desaparición biológica de los que los implantaron, Cuba no tiene muchos problemas, pero los venezolanos tienen sobradas razones para preocuparse. Un líder y principal responsable del proceso, relativamente joven, una izquierda internacional rejuvenecida, un nuevo eje hegemónico en franco desarrollo, con Rusia y China económicamente fortalecidas y un mundo árabe en franca alianza, contra un Estados Unidos, totalmente debilitado y con dudosa conducción por el presidente Barack Obama, entonces el problema es grave.

Si a todo esto, le sumamos una oposición que no logra descifrar, cómo enfrentar  los desmanes de los progenitores del Socialismo del Siglo XXI, y que tampoco tuvo éxito en el enfrentamiento al Socialismo del Siglo XX, la cosa se complica. No se puede enfrentar estos regímenes con las herramientas clásicas de la oposición política tradicional. Eso lo veremos repetirse una y otra vez, incluso en los Estados Unidos.

La estrategia de la oposición a Castro, al principio del triunfo de la Revolución en 1959, fue utilizar los métodos,  que llevaron al propio Castro al poder, sin tener en cuenta la naturaleza del nuevo sistema, razones por lo que todos sus esfuerzos fracasaron. Bien valdría hacer un estudio de los fracasos de la oposición cubana en su lucha por instaurar la democracia y derrocar esa terrible  dictadura. Errores que en similitud y por desgracia, comete la oposición venezolana.

La oposición interna en Cuba no ha sabido canalizar las tenciones sociales y exacerbarlas. En más de 50 años no se ha producido un líder social, un luchador social que trascienda en las masas. Y no por falta de represión y abusos del poder, sino porque la lucha se ha dirigido en otros sentidos, primero hacia la confrontación armada y luego a la lucha política a partir de derechos humanos, algo justo, pero que no tiene poder de convocatoria. Por ende, no alcanza capacidad movilizativa.

La oposición venezolana tiene que adaptarse a la nueva propuesta, el socialismo del Siglo XXI. En el tiempo que le queda para la nueva contienda electoral, debe prepararse para ella, pues no tiene otras alternativas, para alcanzar el poder e imponer la democracia. 

La preparación tiene que contemplar una propuesta de gobierno atractiva, representada por un líder carismático, elocuente y sin arrastre político. Este nuevo líder debe provenir de unas elecciones primarias, que asegure un candidato único. Una fractura de partidos en oposición a Chávez, dividiría los votos en su contra, asegurándose para él la mayaría.

En este período, un tanto de tregua política de Chávez,  las fuerzas políticas de oposición pueden actuar de forma independiente, pero con un objetivo común, desgatar el capital político del gobierno. Necesitan capitalizar las inquietudes sociales, convertirse en sus voceros y movilizar las masas en busca de las promesas ofrecidas. Todo tiene que convertirse en una demanda, desde la propiedad de las tierras, las viviendas, los servicios de salud, etc.

Las demandas constantes son las únicas que comprometen al gobierno con su responsabilidad ante su pueblo, las que ponen en evidencia la insatisfacción social y muestran un liderazgo, que va más allá de un simple interés por ser los nuevos dueños del poder.

El tiempo se acaba, si no se aprovecha, luego será tarde y llegará el momento que ni para protestar habrá tiempo,  pues quedarán prohibidas las protestas hasta para los “arrechos”.