Santos Mercado Reyes*
Decía Milton Friedman (1912-2006, Premio Nóbel de Economía 1976) que
en este mundo nadie puede comer un sándwich gratuitamente. En
efecto, si usted come un sándwich sin que saque la cartera para
pagar, puede deberse a las siguientes razones:
1. Su amigo Juan tuvo el gusto de invitarlo a comer para
platicar de sus viejos tiempos.
2. Entró usted a una fiesta donde el anfitrión se está dando el
placer de regalar sándwiches a todos los invitados, incluso, aunque
no los conozca.
3. Usted entró a un restaurante, pidió un sándwich y se echó a
correr antes de que le cobraran.
4. El gobierno hace una Ley para que las mujeres paguen un
impuesto a fin de darles sándwiches “gratis” a los hombres.
5. Usted fue a una marcha del PRD y le dieron un sándwich y un
sombrero sin cobrarle ni un centavo.
Nótese que en todos los casos se habla de sándwiches “gratuitos”
pero, en realidad,&nbs p; hay un manejo engañoso del lenguaje pues
si
usted no pagó, alguien tuvo que pagar.
En este mundo hay pocas cosas gratuitas. Se puede respirar aire
fresco o contaminado gratuitamente; puede tomar un baño de sol en la
azotea de su casa sin que nadie se sienta despojado; Puede mirar un
lindo atardecer sin pagar ni un centavo. Pero no puede consumir un
refresco, una torta o un servicio médico de manera gratuita, pues,
nada de esto cae del cielo, en realidad, alguien tiene que pagar.
Bueno, esto nos obliga a repensar y redefinir el término “gratuidad”
a fin de no engañarse ni engañar a nadie.
No ayuda demasiado acudir al diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española, nos las tenemos que arreglar nosotros mismos
proponiendo una definición.
Definición: Podemos decir que algo es gratuito cuando lo puedes
tomar o disfrutar sin que alguien se sienta despojado.
Si aceptamos esta definición, entonces cambia nuestra forma de decir
las cosas:
1. No me comí un sándwich gratuito, pues éste no cayó del
cielo; más bien comí a expensas de Juan, quien voluntariamente quiso
pagar la cuenta.
2. El anfitrión pagó los sándwiches que los invitados
consumieron.
3. El dueño tendrá que pagar, contra su voluntad, el sándwich
que usted no pagó.
4. Las mujeres tendrán que asumir, involuntariamente, el costo
de los sándwiches que consumieron los hombres.
5. Los contribuyentes pagaron, sin contar con su
consentimiento, los sándwiches de los marchistas del PRD.
Nótese que sólo en los casos 1 y 2 hay voluntad y acuerdo de que
otro pague la cuenta, los demás son casos involuntarios, forzosos,
podríamos decir, incluso, que hay una especie de delito pues implica
un costo sin consentimiento, casi un robo.
Analicemos ahora al caso de la EDUCACIÓN GRATUITA. Me refiero al
sistema que consiste en que el que estudia no paga por los servicios
educativos que recibe. Este sistema se aplica en las escuelas del
gobierno mexicano. Es cierto que en algunas universidades se cobra
20 centavos por el trimestre, otros pagan dos mil pesos, pero
comparando con los costos reales, estos pagos no significan nada
para la institución.
La gratuidad de la educación la hemos vivido toda la vida que no
advertimos nada malo en ello, es más, se llega a defender como una
de las grandes conquistas del pueblo. Pero si usted ya acepta que
nadie puede comer un sándwich gratis, entonces está a punto de
aceptar que tampoco existe “educación gratuita”, pues ésta no cae
del cielo.
Puede uno pasarse años y años en las escuelas y universidades,
recibiendo certificados de primaria, secundaria y preparatoria, o
bien, títulos de licenciado, maestro y doctor y nunca preguntarse
quién pagó por los gastos que se generaron. O se prefiere aceptar
una respuesta simple: “se paga con los impuestos”.
Casi cualquier licenciado, maestro o doctor salido de las
universidades públicas opinará que el sistema de educación gratuita
es algo correcto, y el argumento es que “gracias al sistema gratuito
él pudo lograr los títulos que posee”.
Consideremos grosso modo que alguien que recibe el grado de doctor
y que posiblemente estuvo becado desde la primera, implicó los
siguientes gastos pagados por los contribuyentes:
Primaria $ 100,000.00
Secundaria $ 75,000.00
Preparatoria $ 120,000.00
Licenciatura $ 2, 000,000.00
Maestría $ 3, 500,000.00
Doctorado $ 5, 000,000.00
Es decir, formar un doctor cuesta más de diez millones de pesos. Al
nuevo doctor le parece qu e el sistema de educación gratuita es una
maravilla pues él nunca pagó nada, es más, le pagaron buenas becas y
gastos por estar estudiando, “es un sistema perfecto”, pensará.
Cuando se le pregunta al flamante doctor que logró disfrutar de
esta “gratuidad” invariablemente pensará que se debe defender ese
sistema “pues de otra manera nunca hubiera yo estudiado”.
Es comprensible su respuesta pues él es uno de beneficiados. Es
como si se le preguntara a un diputado si es bueno que exista el
Congreso. Con los sueldos que tienen, los bonos, la posibilidad de
viajar a donde quieran con cargo al erario, de darse aumentos de
sueldos cuando deseen, aguinaldos extravagantes,...jamás opinarán
que haya algo inmoral en la Cámara de Diputados.
Pero qué pensará el graduado universitario cuando se le diga que
todo ese dinero fue aportado involuntariamente por los
contribuyentes (por eso se llaman impuestos), que dejaron de co mer
para pagarle sus gastos y que por eso ahora ya están más pobres.
Qué pensará nuestro graduado cuando se le demuestre que quienes más
contribuyeron a sus gastos, no fueron los empresarios, pues ellos
tienen forma de evadir los impuestos, sino los empleados de cheque
quincenal y la gran masa de consumidores que son los pobres y en
pobreza extrema de este país.
Se podría hacer una encuesta para saber si la gente pobre México y
los contribuyentes cautivos habrían consentido pagar los gastos de
los graduados universitarios que ahora son diputados, senadores,
asambleístas, dueños de partidos políticos, asesores de la APPO o
miembros del EPR o que simplemente se fueron del país a laborar en
una gran empresa privada (lo cual no es del todo criticable)
Qué pensará el jornalero de Zacatecas cuando se le diga que debe
contribuir a los gastos que generan los alumnos de la UNAM, sabiendo
que sus propi os hijos jamás pisarán un campus universitario pues si
acaso, terminarán únicamente la primaria.
Qué pensarán los albañiles cuando vean que a la UNAM acuden miles de
jóvenes vistiendo ropa de marca y con carros nuevos y que, sin
embargo, les deben costear sus gastos.
Y mirando las frías estadísticas de la UNAM donde de cada cien
jóvenes sólo aceptan diez (se puede demostrar que los aceptados son
los que mejores condiciones económicas tienen) y de estos sólo uno
se llega a graduar (también se puede demostrar que los graduados
pertenecen a los alumnos de las familias en mejor situación
económica).
Qué pensará Juan Pueblo cuando vea que éste graduado no es ni lejos,
un joven que provenga de las familias en extrema pobreza, sino
alguien que no quiso pagar la colegiatura en el Tec. de Monterrey
aún cuando podía hacerlo. ¿Votará por que la educación en la UNAM
siga siendo “gratuita”, es decir, a costillas de los pobres?
El sistema de educación gratuita ha creado una fiesta donde unos la
pagan y nunca la disfrutan y otros la disfrutan y nunca la pagan.
Este absurdo, hasta Carlos Marx lo previó. En efecto, cuando
criticaba a La Salle (quien proponía educación pública y gratuita a
cargo del Estado) Marx le replica airadamente que lo único que iba
a lograr es que los pobres pagaran la educación de los ricos.
Hasta hoy día, no conozco a ningún licenciado, maestro o doctor que
esté dispuesto a trabajar gratis para el pueblo pobre que le dio
educación. Al contrario, tratará de obtener mejores sueldos (lo cual
no es criticable) y difícilmente un médico de la UNAM le perdonará
el pago de la consulta a un obrero.
Una cosa es clara y demostrable: el sistema de educación gratuita no
da títulos de doctor, ni de maestro ni siquiera de licenciado a un
miembro de ese sector de la extrema pobreza, que son los
mayores “donantes” de recursos, por eso están pobres. Para
convencernos de ello, recordemos que el petróleo es de todos los
mexicanos y ellos, los de pobreza extrema, también son mexicanos. La
parte que les correspondería del petróleo, casi todo se va para
mantener las escuelas y universidades gratuitas. Quiere decir que
realmente aportan una gran cantidad de recursos, aunque nunca se les
pregunta si están de acuerdo.
Con toda esta argumentación se puede sostener que el sistema de
educación pública y gratuita que hay en México está asentado sobre
transferencias no voluntarias. Es decir, implican coacción,
impuestos. Y como los impuestos se pagan a fuerzas, es semejante
cuando el ladrón te pide la cartera a cambio de no agujerearte la
panza. Es decir, los impuestos son casi robo, casi delincuencia. Por
tanto, la educación pública y gratuita está sostenida en casi
delincuencia. Esto tiene graves implicaciones pues significa q ue la
UNAM vive de delincuencia y los que allí enseñamos, laboramos o
estudiamos nos convierte en delincuentes (porque usamos recursos mal
habidos, forzados, coactivos).
Pueden parecer exageradas mis palabras, pero si pensamos en los
sucesos de Oaxaca y cómo se involucraron los docentes para destruir
una economía donde quienes más han sufrido son los pobres. Y si
pensamos en la posición cómoda y condescendiente que mostraron los
maestros, investigadores y trabajadores de la UNAM cobrando sin
trabajar durante el año 1999 en que los estudiantes del CGH la
cerraron durante casi un año, no podemos más que otorgar el
beneficio de la duda.
Este enfoque podría parecer insultante para muchos buenos docentes
de buena fe que simplemente llegaron a pedir trabajo y la UNAM los
contrató. Nunca se nos aclaró que íbamos a ser pagados con dinero
producto del despojo a los ciudadanos. Es una situación parecida a
la d el hombre que es contratado por narcotraficantes. Sólo le dicen
que transporte unos paquetes y le pagan bien. No sabe que recibir
dinero de delincuentes lo transforma en delincuente.
La pregunta interesante aquí se refiere a la posibilidad de que la
UNAM pudiera adoptar otro sistema para que no se le acuse de vivir y
sobrevivir gracias a la delincuencia. Esto resolvería parcialmente
un problema ético y moral para la institución.
Por suerte, la respuesta es positiva. En efecto, la UNAM podría
rechazar los subsidios gubernamentales y vivir de lo que el cliente
pague. Pero esto le llevaría a considerar otro problema: ¿podría la
UNAM sobrevivir sin subsidios gubernamentales? ¿Tendrá la calidad
necesaria y suficiente para que, sin recibir un centavo del
gobierno, pudiera mantenerse de las cuotas y colegiaturas de sus
estudiantes? Dicho de otra manera, ¿tendrá la UNAM un nivel
competitivo para lograr que el mercado le premie c on un precio
suficiente para que desarrolle las ciencias humanas, filosóficas y
naturales que dice tener? Siendo calificada como la mejor
universidad de México ¿Tendrá capacidad de sobrevivir sin estar
pegada a la ubre del gobierno? Mi pronóstico es que sí podría, pues
cuenta con excelentes instalaciones, mejores que cualquier
universidad privada, tiene excelentes académicos formados en las
mejores universidades extranjeras,....aunque tiene un sindicato poco
colaborador y malas costumbres (que podrían cambiar)
Por otro lado, se tendría que establecer un sistema financiero de
tal forma que permita a cualquier hijo de vecino estudiar donde
mejor quiera, sea en una universidad privada o pública (aunque aquí
ya cambia el concepto de U. pública), en México o en el extranjero.
Afortunadamente la respuesta también es positiva y viable. Basta
imaginar nuevas estructuras y formas de hacer las cosas, siempre
cuidando que no i mpliquen casi-delincuencia.
Es posible mejorar sustancialmente el modelo educativo mexicano para
dar reales oportunidades a toda la gente que quiera instruirse y
formarse en el campo de su elección y sin que sea a costillas del
vecino.
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