En defensa del neoliberalismo

América Latina y el origen de la corrupción
Adolfo Rivero Caro

 “Al hacer la transición al capitalismo, los latinoamericanos están escapando no sólo de la ideología de la planificación del desarrollo, sino también de su propia historia”.

En este continente todo fue mal desde el principio. Los cargos públicos se privatizaron, pero una severa regulación puso la economía privada bajo el control gubernamental. Si uno trata de imaginarse a unos Estados Unidos sin bolsa de valores para comprar y vender empresas, pero con un mercado organizado para comprar y vender alcaldías, jefaturas de aduanas, ministerios de hacienda y otros cargos por el estilo, tendrá un cuadro de lo que fue la América Latina colonial.

Una persona podía comprar y vender cargos del gobierno, y sus descendientes podían heredarlos. Sin embargo, el que quisiera vender azúcar de caña tenía, que hacerlo en el Caribe. Y si quería producir cacao, sólo podía hacerlo en Venezuela. Los hacendados de Chile podían cultivar trigo, pero no podían producir tabaco. Semejante sistema deformaba los derechos de propiedad.

Se creaban mercados para cargos públicos, pero se reprimían para las mercancías y manufacturas. Un sistema que estimulara la competencia por la compra del equivalente de la alcaldía de Nueva York, pero que no permitiera la libre empresa, no podía desarrollar los mercados de capital y las demás instituciones necesarias para una sociedad libre. En vez de eso, desarrollaba instituciones que colocaban las decisiones económicas en las manos de los que compraban los cargos públicos.

La subasta del puesto de regidor, digamos, se hacía de la siguiente forma: un mensajero del ayuntamiento que tuviera la vacante, se ponía en una plaza pública y anunciaba la venta diariamente, a voz en cuello, durante un mes. En esos treinta días y por un tiempo limitado posteriormente, cualquier aspirante podía someter una oferta por escrito a los funcionarios del tesoro. Los licitadores exitosos generalmente compraban sus puestos a plazos. Sus ofertas incluían el precio total, la entrada y las fechas del pago de los plazos. Personas acaudaladas garantizaban la solvencia de los licitadores así como su capacidad para desempeñar los cargos.

Si los funcionarios recibían una mejor oferta, se le informaba al primer licitador y se le daba la oportunidad de elevar su oferta. A todos los licitadores se les daban las mismas oportunidades. Finalmente, los funcionarios aceptaban la oferta del mejor postor y el mensajero anunciaba la oferta ganadora en una subasta pública, invitando a mejorarla.

Si no se producía ninguna oferta mejor, se declaraba vendido el cargo. El comprador recibía de la audiencia un título escrito y tomaba el juramento de su puesto. Algo anda muy mal cuando se puede adquirir un título de propiedad sobre un cargo público. Cuando dominan los intereses particulares en el gobierno, el servicio público se convierte en una actividad privada.

El comprador tenía derechos sucesorios y de venta. Algunos puestos se pasaban de padres a hijos durante siglos. Con frecuencia, se revendían. Al hacer la transición al capitalismo, los latinoamericanos están escapando no sólo de la ideología de la planificación del desarrollo, sino también de su propia historia.


Desde el principio, la monarquía fue la única dueña de todos los derechos, tanto los de soberanía como los de propiedad, en las colonias americanas. La Corona concedía todo privilegio y toda posición, ya fuera económica, política o religiosa. Puesto que las oportunidades más lucrativas se conseguían pidiendo al gobierno ingresos protegidos. La búsqueda de rentas estaba a la orden del día. Los derechos de propiedad se adquirían como privilegios y no, como recompensas por el trabajo productivo.
 

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