En defensa del neoliberalismo
 


Los sindicatos mandan en el Congreso
 

 

 

Robert Novak

Ignorando los alegatos de ultrajados gobiernos de América Latina, la dirigencia demócrata de la Cámara de Representantes decidió ir a su receso de agosto sin tomar acción en cuanto a los acuerdos de libre comercio, según se había prometido. En su lugar, dos destacados demócratas miembros de la Cámara parecían determinados a viajar a esos dos raros países latinoamericanos amigos de Estados Unidos, a fin de amedrentarlos y obligarlos a aprobar legislación como prerrequisito para aprobar tratados de comercio bilaterales que ya se habían negociado.

¿Por qué renegó la presidenta de la Cámara de su compromiso anterior? Ella baila con la tonada de John Sweeney, presidente de la AFL-CIO, que es partidario de un categórico proteccionismo. La hostilidad no sólo hacia los pactos con Perú y Panamá sino también a un vital acuerdo con Colombia puede ser rastreada a la influencia que ejercen dirigentes izquierdistas latinoamericanos, fundamentalmente Hugo Chávez, sobre los sindicatos americanos.

Más allá de la impopularidad de Estados Unidos en el hemisferio occidental, esto evidencia problemas más profundos para la nueva mayoría demócrata en el Congreso. Los demócratas cedieron a los deseos de Sweeney al votar por eliminar la votación secreta en las elecciones de reconocimiento de sindicatos, pero la mayor demostración de la influencia sindical en el Capitolio fue lograr que la dirigencia de la Cámara renegara de un pacto bipartidista que afecta el comercio mundial.

Ese pacto pareció demasiado bueno para ser cierto cuando se presentó en mayo 10. En esa fecha, el presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara, Charles Rangel y el presidente del subcomité de Comercio, el representante Sander Levin, anunciaron la aprobación de directivas laborables y  ecológicas en los tratados de comercio con Perú y Panamá. Su anuncio también abrió la puerta para la posible aprobación del tratado de comercio colombiano.

El sindicalismo organizado no demoró mucho en hacerse oír. Al día siguiente, mayo 11, Sweeney hizo una declaración indicando que las garantías laborales y ambientales que Rangel había aprobado no eran adecuadas. Alegó que "el acuerdo no afronta adecuadamente los problemas relacionados con la exportación de trabajos estadounidenses y la capacidad de compañías extranjeras para impugnar leyes estadounidenses". Sweeney rechazó el acuerdo negociado con Colombia, el mejor aliado de este país en América Latina, como un "acuerdo viciado con un gran violador de los derechos humanos".

Sweeney le hace la vida difícil a Rangel, que quiere lograr una trayectoria exitosa en el secretariado por el que esperó tantos años. Pero cuando los trabajadores organizados mandan, Sandy Levin obedece. Cuando lo conocí en los 1970, Levin era un liberal altruista como dirigente legislativo y candidato a gobernador de Michigan. Ahora, en el Congreso, es un recadero del sindicalismo organizado que, el 18 de junio, retiró su apoyo a los acuerdos comerciales. El impacto llegó el 29 de junio, cuando el Congreso dejaba Washington para la festividad del cuatro de julio. Pelosi anunció que Rangel y posiblemente Levin saldrían para Perú y Panamá a demandar nuevos cambios en sus leyes laborales como pago por los acuerdos de comercio negociados. Rechazó de plano el pacto colombiano.

Generalmente, Susan Schwab, representante comercial estadounidense y antigua funcionaria senatorial, trata el Congreso con cuidado –pero no en una carta del 6 de julio a Nancy Pelosi: "Requerir unilateralmente a otro país soberano a que cambie sus leyes nacionales antes de que Estados Unidos apruebe un acuerdo comercial, sería una ruptura fundamental con las leyes, la política y las prácticas americanas. Ningún gobierno anterior- ni demócrata ni republicano- ha dado un paso tal. Ni Estados Unidos aprobaría tal procedimiento si lo demandara otra nación".

Las fuertes palabras de Schwab no tuvieron efecto. Ni las protestas del presidente de Perú Alán García y el presidente de Colombia Alvaro Uribe. Los dirigentes demócratas son refractarios a la realidad de que Colombia, Perú y Panamá disfrutan ahora de acceso unilateral al comercio con Estados Unidos, mientras que los acuerdos comerciales abrirían sus mercados a los productos estadounidenses. Ni se preocupan los demócratas de enemistar a Uribe y García mientras que la amenaza de Chávez se expande a través del hemisferio.

Las órdenes de marcha de Sweeney no se limitan a América Latina. El descarta el acuerdo negociado que abriría finalmente Corea del Sur a las autos estadounidenses como "un acuerdo unilateral negativo". Obedientes, los líderes demócratas de la Cámara declararon el pacto de Corea muerto al llegar. Por lo menos, Charlie Rangel y Sandy Legin no se dirigen a Seul para regañar –al menos por el momento.


Robert Novak es columnista  y editor del informe político Evans-Novak
Traducido por el Dr. E.A.Rivero