En defensa del neoliberalismo |
JOSEPH LIEBERMAN
Dos meses después de comenzar sesiones el Congreso 110, Washington nunca ha estado más amargamente dividido sobre nuestra misión en Iraq. El Senado y la Cámara de Representantes se preparan para una guerra de trincheras parlamentaria – atrapados en una escalada dinámica de división y enfrentamiento, que ni resolverá los duros retos que afrontamos en Iraq ni fortalecerá a la nación contra sus enemigos terroristas por todo el mundo… Lo que es notable de este estado de cosas en Washington es lo apartado que está de lo que realmente sucede en Iraq. Allá, la batalla de Baghdad esta ahora en desarrollo. Ha tomado el mando un nuevo jefe, el General David Petraeus, después de ser confirmado por el Senado, hace unas pocas semanas, por votación de 81 a 0. Y una nueva estrategia se está poniendo en práctica, con miles de tropas estadounidenses adicionales llegando a la capital iraquí. . De tal forma, el Congreso afronta una decisión en las semanas y meses por venir. ¿Permitiremos que nuestras acciones sean dictadas por las condiciones cambiantes sobre el terreno en Iraq – o por las estables posiciones políticas e ideológicas reivindicadas desde hace mucho tiempo en Washington? ¿Qué significa más para nosotros, a fin de cuentas, la contienda real allá o el enfrentamiento político aquí? Si detuviéramos las maniobras legislativas aquí y miráramos a Baghdad , veríamos lo que realmente implica la nueva estrategia de seguridad y como difiere dramáticamente de esfuerzos anteriores. Por vez primera, en la capital iraquí, el enfoque de los militares estadounidenses no es solamente entrenar fuerzaas nativas o perseguir insurgentes, sino asegurar la seguridad básica – significando acabar, finalmente, la matanza sectaria y limpieza étnica en gran escala, que ha paralizado Iraq durante el último año. Aplastar esta violencia es más que un imperativo moral. La estrategia declarada de Al Qaeda en Iraq ha sido provocar una guerra civil Sunita-Shiita, precisamente porque reconocen que esa es su mejor oportunidad de radicalizar la política del país, descarrilar cualquier esperanza de democracia en el Medio Oriente y empujar Estados Unidos hacia la desesperación y retirada. También toma ventaja de lo que ha sido la principal debilidad norteamericana en Iraq: la ausencia de suficientes tropas para proteger a los iraquíes comunes de la violencia y el terrorismo. La nueva estrategia comienza finalmente a resolver estos problemas. Cuando previamente no había suficiente soldados para asegurar barriadas claves después que habían sido limpiadas de extremistas y milicias, ahora están en su lugar, o en camino, más fuerzas estadounidenses. Donde previamente las fuerzas norteamericanas estaban estacionadas en los suburbios de Bagdad, incapaces de dar seguridad a la ciudad, ahora están viviendo y trabajando hombro con hombro con sus contrapartes iraquíes, en pequeñas bases que se están estableciendo por toda la capital. Al menos cuatro de estas bases comunes han sido ya establecidas en barriadas sunitas en el Baghdad oeste – la misma barriada donde, hace sólo unas pocas semanas, imperaban jihadistas y escuadrones de la muerte. También están entreando tropas estadounidenses en las barriadas shiitas de Bagdad este – y Moqtada al-Sadr y su ejército Mahdi se están retirando. Por supuesto que no sabremos, por algún tiempo, si triunfará esta nueva estrategia en Iraq. En los meses por venir, aun en el escenario más optimista, habrá más ataques y víctimas, especialmente cuando nuestros fanáticos enemigos reaccionen y traten de frustrar alguna percepción de nuestro progreso.. . Pero el hecho es que estamos en Iraq en un lugar distinto al de hace apenas un mes – con una nueva estrategia, un nuevo jefe, y más tropas en el terreno. Estamos ahora en una posición más fuerte para asegurar la seguridad básica – y con eso, estamos en una posición más fuerte para marginar a los extremistas y fortalecer a los moderados; una posición más fuerte para impulsar la actividad económica que drenará de apoyo público a la insurgencia y milicias; y una posición más fuerte para presionar al gobierno iraquí a tomar las duras decisiones que todos reconocen son necesarias para que haya progreso. Desafortunadamente, nada de eso parece importar a muchos congresistas opuestos a la guerra. Mientras apenas se pone en camino la batalla de Baghdad, ya han tomado sus decisiones sobre la causa de Norteamérica en Iraq, declarando su intención de terminar la misión antes de que hayamos tenido tiempo de ver si el nuevo plan funcionará.. Hay,.por supuesto, una forma directa y franca de que el Congreso pueda terminar la Guerra, de acuerdo con su autoridad según la Constitución: suprimiendo los fondos. Sin embargo, esta opción no se propone. Los críticos de la guerra están planeando forzar y apretar la estrategia actual y las tropas mediante mil atajos y condiciones. Entre las ideas específicas que se están considerando está la de enredar el desplazamiento de los refuerzos pedidos con la imposición de niveles de “preparación”, y de reeditar la autorización congresional para la guerra, aparentemente en forma tal que el Congreso asumirá el papel de comandante en jefe y determinará cuando, donde y contra quien las tropas estadounidenses pueden combatir. Entiendo la frustración, cólera y fatiga que sienten tantos norteamericanos sobre Iraq, el deseo de levantar los brazos y simplemente decir, “Ya está bueno”. Y estoy penosamente consciente del enorme tributo en vidas humanas, y los enfurecedores errores que se han cometido en la conducción de la guerra. Pero no debemos ahora cometer un nuevo terrible error. Muchos de los peores errores en Iraq surgieron precisamente porque la Administración Bush imaginó que tendríamos el mejor escenario cuando Sadam fuera depuesto. Ahora muchos opositores de la guerra están cometiendo el mismo error del “mejor escenario” – suponiendo que podemos retirarnos impunemente en medio de una batalla crítica, y sosteniendo inclusive que nuestra retirada reducirá el terrorismo y la violencia sectaria en Ir aq. De hecho, detener a medio camino la actual operación de seguridad, como virtualmente tratan de hacer ahora todas las propuestas congresionales, tendría consecuencias devastadoras. Pondría aun en mayor peligro los miles de tropas estadounidenses ya desplegadas en el corazón de Bagdad – forzadas a elegir entre mantener sus posiciones sin los refuerzos requeridos o, más probablemente, simplemente abandonarlas. Una retirada precipitada dejaría en su rastro una brecha de seguridad, que terroristas, insurgentes, milicias e Irán se apresurarían a llenar – probablemente creando una espiral de limpieza étnica y matanzas en una escala todavía no vista en Iraq. Apelo a mis colegas en el Congreso a retroceder y pensar cuidadosamente que es lo próximo que hay que hacer. En vez de minar al General Petraeus antes de que haya estado ni un mes en Iraq, démosle a él y a sus tropas el tiempo y apoyo que necesitan para triunfar. El General Petraeus dice que será capaz, hacia fines del verano, de ver si ha habido progreso, declaremos pues una tregua hasta entonces en la guerra política sobre Iraq en Washington. Reunámonos alrededor de una agenda constructiva para nuestra seguridad: autorizando un aumento en el tamaño del ejército y los marines, dando fondos para los equipos y protección que necesitan nuestras tropas, supervisando el progreso sobre el terreno en Iraq, con audiencias de información, investigando los procedimientos de contratos, y garantizando a los veteranos de Iraq el tratamiento y cuidados de primera clase que merecen cuando regresen a casa. Estamos en un momento crítico en Iraq –al inicio de una batalla clave, en medio de una guerra que está irremediablemente atada a una contienda aun mayor, global, contra la ideología totalitaria del islamismo radical. No importa cuan cansados, cuan frustrados, cuan coléricos nos podamos sentir, debemos recordar que nuestras fuerzas en Iraq sostienen la causa de Norteamérica – la causa de la libertad—que abandonamos a nuestro propio peligro.
Joseph Lieberman es senador independiente de Connecticut.
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