Fred Gedrich
Recientemente, los ministros de Relaciones Exteriores de la
Organización de la Conferencia Islámica (OCI) celebraron una reunión en
Islamabad, Pakistán, donde declararon que "la mayor amenaza terrorista
del mundo es la islamofobia." El término denota un temor irracional o
prejuicio hacia los musulmanes y la religión islámica.
Aunque sea una preocupación legítima para muchos musulmanes, la
islamofobia palidece en comparación con los viejos problemas dentro de
los estados miembros de la OCI. 38 años después de la fundación de la
organización, un gran número de musulmanes todavía sufre de opresión,
pobreza, analfabetismo, genocidio y terrorismo generado localmente. Los
principales responsables de perpetuar estas condiciones son una serie de
gobernantes autoritarios y de extremistas islámicos.
Actualmente, la OCI comprende 56 naciones más la Autoridad
Palestina. Una de sus principales misiones es "garantizar el progreso y
el bienestar" de los 1,400 millones de musulmanes (85 por ciento sunitas
y 15 por cierto chiítas) que viven fundamentalmente en el Medio Oriente,
Africa del Norte y países del centro y sudeste de Asia.
Freedom House, un grupo no lucrativo dedicado a monitorear la
libertad en todo el planeta y cofundado por Eleanor Roosevelt, reporta
que sólo cinco de 57 miembros de la OCI (Benin, Indonesia, Mali, Senegal
y Suriname) proveen a sus ciudadanos con los derechos civiles y
políticos que permiten calificarlos como naciones realmente libres. Y
sólo cuatro miembros proveen suficiente legalidad, influencias políticas
y condiciones económicas para garantizar una prensa que reporte
objetivamente y difunda de manera adecuada las noticias.
Los residentes de la OCI están muy retrasados del resto del mundo en
términos de ingresos pese a la enorme riqueza de varios países como
Bahrain, Kuwait, Qatar y los Emiratos Arabes Unidos. El Producto Interno
Bruto de los residentes de los países de la OCI es de $4,100 en
comparación con $11,600 para los residentes de países no musulmanes. En
naciones como Afganistán, Somalia y Yemen, la mayoría de los habitantes
viven con ingresos de $2 diarios o menos.
Alrededor de 35 por ciento de los habitantes de la OCI, de 15 años y
más, no sabe leer ni escribir. El índice de analfabetismo para esos
mismos habitantes en países no musulmanes es de sólo 13 por ciento. En
dos de las mayores países Bangladesh y Pakistán, más de la mitad de su
población combinada es analfabeta. Una tercera parte de los hombres y la
mitad de todas las mujeres en los 21 estados árabes y Palestina también
es analfabeta.
El genocidio ha estado rampante en la región de Darfur en Sudán
desde hace varios años. Ha habido 200,000 muertos y 2.5 millones de
desplazados. Otras naciones de la OCI no han querido intervenir. Sus
dirigentes prefieren respetar escrupulosamente una provisión de la carta
de la organización que dice que los estados miembros "no interfieren en
los asuntos internos de los estados miembros" que salvar la vida de
cientos de miles de inocentes.
Dos tercios de las 42 organizaciones terroristas del mundo, según el
Departamento de Estado de EEUU, han nacido y operan en áreas gobernadas
por miembros de la OCI. Aunque el principal de la mayoría es destruir
Israel y disminuir la influencia regional y mundial de Estados Unidos,
la gran mayoría de sus víctimas han sido musulmanes inocentes. Los
fundamentalistas islámicos usan una peligrosa mezcla de política y
religión para reclutar jóvenes pobres, analfabetos y mal informados para
participan en los movimientos jihadistas.
Los terroristas islámicos afiliados a organizaciones como Al Qaida
(sunita) y Hezbolá (chiíta), se disfrazan como civiles, se esconden
dentro de la población civil, usan civiles como escudos, asesinan
civiles indiscriminadamente y torturas y matan a sus prisioneros. Sus
accciones violan las leyes y costumbres de la guerra especificadas en la
convención de Ginebra y mancilla la religión islámica. De no ser
reprimidos, estos actores, que no son estados, amenazan los fundamentos
mismos del sistema de estados-naciones. Los musulmanes respetables están
horrorizados de su conducta. La OCI no debe calificar de islamofóbicos a
los que, simplemente, expresan su preocupación ante esta barbarie y
quieren medidas contra ella. Hablar de una islamofobia mundial es sólo
un intento de esconder su incapacidad para ayudar los ciudadanos
musulmanes.
Tras 38 años de fracasos, es difícil que la actual mayoría de la OCI
vaya a poder darle a los musulmanes el futuro mejor que promete su
carta. Los gobiernos autoritarios no están dispuestos a aflojar las
riendas de su poder. Los extremistas islámicos, cuyos activistas y
simpatizantes representan, según ciertos estimados, hasta 20 por ciento
de la población musulmana ofrecen regresar al siglo VII bajo la ley
sharia como una cura para los actuales problemas, una ley que entre
otras cosas, discrimina a las mujeres y representa una grave violación
de los derechos humanos.
Los musulmanes ansiosos de vivir en libertad tienen que tomar
control de sus gobiernos y garantizar grandes cambios en las
instituciones políticas, económicas y educacionales. Si lo hacen, los
países libres estarán dispuestos a ayudarlos. Y cuando la libertad
florece, la guerra disminuye y los pueblos prosperan.
Indonesia, la mayor de las naciones musulmanas, está mostrando el
camino a seguir. Esta antigua colonia holandesa se transformó
recientemente en una verdadera democracia. Quizás pronto haya otros que
la sigan. Los habitantes de los países de la OCI lo necesitan
desesperadamente.