FRED
THOMPSON
A la hora de pagar impuestos recuerdo el viejo chiste de pagarlos
con una sonrisa.
El problema es que el IRS no las acepta.
Quieren
nuestro dinero.
Aunque en la realidad las cosas no son tan risibles, en este
período fiscal hay motivos para sonreír. Los resultados del
experimento que comenzó cuando el Congreso aprobó una serie de
recortes de impuestos en los años 2001 y 2003 se empiezan a ver
ahora. Los partidarios de esas reducciones afirmaban que
estimularían la economía. Sus oponentes predijeron déficits
presupuestarios cada vez mayores y una bancarrota nacional en caso
de que no se elevaran las tasas de impuestos, sobre todo, por
supuesto, los que pagan los ricos.
De hecho, las estadísticas del Departamento del Tesoro de Estados
Unidos muestran que los ingresos fiscales han aumentado
considerablemente mientras el déficit fiscal ha estado
disminuyendo con mayor rapidez que la prevista por los proyectos
más optimistas. Desde que se aprobaron los primeros recortes,
cuando yo era miembro del Senado, el déficit fiscal se redujo a la
mitad.
Y lo más
notable es que esto ha ocurrido pese al trauma financiero del 11/9
y al costo de la guerra contra el terrorismo. Comparado con el
conjunto de la economía, el déficit está muy por debajo del
promedio de los últimos 35 años y, de mantenerse esta tendencia,
el presupuesto se cerrará con un superávit en el 2010.
Quizás el aspecto más fascinante de esta historia de resultados
exitosos es de dónde procede el aumento de los ingresos fiscales.
Los críticos alegaban que los recortes generales de impuestos eran
una especie de regalo a los ricos, pero ocurrió todo lo contrario:
los ricos están pagando un porcentaje de la factura nacional que
es el mayor de la historia.
El 1% de los
norteamericanos más ricos pagan ahora el 35% de todos los
impuestos sobre la renta. En la lista de contribuyentes, los que
constituyen el 10% de su parte superior pagan más impuestos que el
60% de los que ocupan la parte más baja.
La causa de este resultado radica en que, debido a las tasas más
bajas, el dinero de nuestra economía se invierte y no toma otras
vías para resguardarlo del recaudador de impuestos. El aumento de
la inversión se tradujo en una mayor fortaleza económica general,
mientras que los ingresos personales de los norteamericanos son
más elevados que nunca antes en todos los niveles de ingresos.
El presidente
Kennedy fue un astuto defensor de los recortes de impuestos y de
la propuesta de que las tasas fiscales más bajas se traducen en
crecimiento económico. Calvin Coolidge y Ronald Reagan
comprendieron también la importancia de las tasas más bajas y
consiguieron aprobar reducciones que hicieron crecer la economía
norteamericana como crece el trigo en Kansas. Desgraciadamente,
no parece que hayamos aprendido bien la lección.
Ahora, como antes, los políticos, pasando por alto los trastornos
a largo plazo que las tasas altas siempre generan, no vacilan en
financiar sus proyectos preferidos con incrementos de ingresos a
corto plazo que proceden del aumento de los impuestos.
Lamentablemente, los recortes de impuestos que han logrado
ingresos gubernamentales y personales más elevados que nunca,
están a punto de expirar. Debido a que el Congreso no consiguió
que fueran permanentes, estamos abocados al peor aumento de
impuestos de nuestra historia. Los inversionistas, alarmados,
tratan de imaginar cuál será la imagen del panorama financiero en
el 2011 y los años siguientes.
Esta cuestión reviste particular importancia en la actualidad
debido a que derechos a beneficios masivos y carentes de
financiamiento deben hacerse efectivos a medida que se jubila la
generación de los baby-boomers, es decir, las personas
nacidas inmediatamente después de la II Guerra Mundial. La
cuestión es muy sencilla: no podemos permitirnos impuestos más
altos si aspiramos a una economía capaz de resistir la presión de
esas obligaciones.Además, al problema de nuestro presupuesto
federal anual se añade el de los cerca de 9 billones de dólares de
deuda nacional que ni siquiera hemos comenzado a saldar.
Para enfrentar
estos retos, y muchos otros que podrían surgir en este mundo tan
peligroso, necesitamos mantener el crecimiento económico y los
ingresos fiscales sanos. Es por ello que estamos conminados a
rechazar los impuestos que en vez de recompensar el éxito, lo
castigan. Aquéllos que dicen desear un sistema impositivo “más
progresista”, deben responder a la pregunta siguiente:
¿Están ustedes realmente interesados en tasas de impuestos que
beneficien a la economía y eleven los ingresos, o lo que en
realidad les interesa es redistribuir los ingresos atendiendo a
razones políticas?
Fred Thompson fue senador republicano por Tennessee. La cadena
ABC Radio emite el programa “The Fred Thompson Report” del cual es
comentarista.
Traducido por
Félix de la Uz