Lo que Estados Unidos sabía de Manuel Zelaya
Mary Anastasia O'Grady
El último año y medio del mandato del [presidente Manuel] Zelaya
será, desde mi punto de vista, extraordinariamente difícil para
nuestra relación bilateral. Su búsqueda de inmunidad por las
numerosas actividades criminales que se han llevado a cabo en su
gobierno hará que atente contra el estado de derecho y la
estabilidad institucional.
—Charles Ford, embajador de Estados Unidos en Honduras. 15 de mayo
de 2008.
Se manejan muchas hipótesis para explicar por qué el año pasado el
gobierno de Barack Obama fue a tales extremos para forzar a Honduras
a que restituya al presidente depuesto Manuel Zelaya.
Ahora, la publicación de dos cables en WikiLeaks provenientes de la
embajada estadounidense en Tegucigalpa refuerzan una de esas
teorías: Estados Unidos sabía que Zelaya era una amenaza para la
Honduras democrática, pero decidió que el país debía tolerar sus
violaciones constitucionales a favor del realismo político (concepto
de política que pone la situación y necesidades específicas de un
país por encima de principios éticos o teóricos).
Pragmáticamente hablando, Hugo Chávez era el hombre a complacer.
Luego de una década en el poder, la influencia del presidente
venezolano sobre la región era notable. George W. Bush había chocado
con él. Obama trataba de demostrar que podían llevarse bien, como
quedó en evidencia en su cálido apretón de manos de abril de 2009,
en la Cumbre de las Américas en Puerto España.
Honduras ofrecía una oportunidad para coincidir. Zelaya era un
protegido de Chávez. Apoyarlo como un presidente democráticamente
electo era una manera de congraciarse con la izquierda extrema de
América Latina.
Sin embargo, Honduras no estaba dispuesta a ser el cordero del
sacrificio. La remoción de Zelaya por parte del resto del gobierno,
tomó desprevenido el embajador estadounidense Hugo Llorens. Salvar
la dignidad se convirtió en la prioridad.
El cable de Ford, escrito cuando entregaba su puesto a Llorens luego
de tres años en Tegucigalpa, apoya esa premisa. En el resumen
inicial, Ford escribió: "Rebelde perpetuo, el objetivo principal de
Zelaya en su mandato es enriquecerse él y a su familia y quedar
públicamente como un mártir que intentó hacer el bien, pero que
siempre se vio frustrado por intereses poderosos e innombrables". El
Departamento de Estado dice que no hace comentarios sobre documentos
clasificados.
La imagen de defensor de los pobres oprimido por la élite adinerada
es precisamente la que los partidarios de Zelaya en Washington y
Tegucigalpa le vendieron a la prensa durante los meses subsecuentes
a su remoción del mando. Pero Ford había encontrado un fraude. "Su
errático comportamiento parece más evidente cuando de manera
deliberada alienta protestas callejeras en contra de políticas de su
propio gobierno, sólo para resolver el asunto (quejas del
magisterio, del gremio transportista, etc.) a último momento".
Aunque "gentil y encantador", escribió Ford, "también existe un
Zelaya siniestro, rodeado por unos cuantos asesores con nexos tanto
en Venezuela como en Cuba y el crimen organizado". Observaba
inquietado lo que los opositores de Zelaya denunciarían con
insistencia en privado durante el siguiente año: "Debido a su
relación cercana con personas con presuntos lazos con el crimen
organizado internacional", no se puede confiar en el presidente.
"Soy incapaz de informar a Zelaya sobre acciones en contra del
narcotráfico debido a mi preocupación de que esto pueda poner en
riesgo la vida de agentes estadounidenses".
El intuitivo diplomático también reconoció el desdén de Zelaya hacia
otras instituciones. Zelaya "resiente la mera existencia del
Congreso, el procurador general y la Corte Suprema". Esa molestia se
hizo evidente en junio de 2009 cuando la Corte Suprema decretó que
un referéndum sobre su reelección era inconstitucional. Zelaya
respondió llevando una turba a irrumpir en las instalaciones
militares donde se almacenaban las boletas de votación de la
consulta nacional eran almacenadas.
Los hondureños estaban consternados. La Corte Suprema emitió una
orden de arresto, los militares lo deportaron y el Congreso votó
para removerlo de su cargo.
Casi un mes después, según otro cable filtrado, Llorens envió su
propio análisis legal a Washington. En dicho documento reconoce que
podría haber un caso en contra de Zelaya por varias violaciones a la
Constitución. Sin embargo, también afirma que "no hay duda" de que
la decisión de la Corte Suprema de emitir una orden de arresto en
contra de Zelaya era "una conspiración" con el Congreso y el
procurador general.
Esto es absurdo. Las acciones conjuntas de dos ramas del gobierno y
un procurador general independiente para hacer valer la Constitución
de un país difícilmente podrían ser calificadas de "conspiración".
Llorens también afirma que Zelaya tenía derecho a la "presunción de
inocencia", pero incluso un estudiante de primer año de derecho sabe
que esa presunción sólo aplica para casos criminales.
Otro detalle de lógica extraña se relaciona con el Artículo 239 de
la Constitución que dice que un presidente puede ser removido de su
cargo por cualquier intento de eliminar la prohibición
constitucional de reelección. Llorens alega que el artículo "no
estipula quién determina si ha sido violado o cómo". Sin embargo,
considera que está más calificado que la Corte Suprema de Honduras
para hacer tal determinación.
En toda la crisis constitucional en Honduras, el Departamento de
Estado se rehusó a dar a conocer su análisis legal. Ahora sabemos
por qué: El caso a favor de Zelaya era poco sólido y sabía muy bien
que Zelaya era una amenaza para la democracia hondureña.
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