En defensa del neoliberalismo
 

Los abogados de los detenidos en Guantánamo - I 
 

 

                                             I  Parte

Cómo una campaña legal sin escrúpulos y de relaciones públicas cambió la opinión mundial sobre Guantánamo

                                                            

DEBRA BURLINGAME

Fue el primer norteamericano que murió en lo que alguien denominó “la guerra real”.  Johnny “Mike” Spann, el comando paramilitar de la CIA de 32 años, se encontraba interrogando prisioneros en un patio al aire libre de la fortaleza Qala-I-Jangi en Afganistán cuando se produjo el alzamiento de 538 militantes talibanes y de al Qaida. Spann descargó todas las balas de su rifle y las de su pistola antes de enfrentarse a mano limpia a los prisioneros enfurecidos que se abalanzaban sobre él gritando “¡Allahu akbar!”

El cerco sangriento de la Alianza del Norte y las fuerzas norteamericanas se mantuvo durante varios días, y sólo terminó cuando 86 de los jihadistas restantes fueron obligados a abandonar el sótano al que se habían replegado y donde asesinaron a un trabajador de la Cruz Roja que había entrado a brindar asistencia a los heridos.  Spann, un ex marine, salvó innumerables vidas de los combatientes de la Alianza al mantener su posición sin dejar de disparar mientras ellos buscaban un lugar donde protegerse.  Cuando su cuerpo golpeado y herido por un mina antipersonal fue recuperado, presentaba dos heridas de bala en la cabeza.  El ángulo de la trayectoria de los disparos sugería que había sido ejecutado.

Uno de los  militantes jihadistas que salió del sótano, herido e impenitente, fue el “talibán norteamericano” John Walter Lindh, que está cumpliendo una condena de 20 años en una prisión federal.  Nasser Nijer Naser al-Mutairi, herido durante el alzamiento, fue sacado del sótano junto con Lindh.  Hoy día, con 28 años, es un hombre libre que vive en algún lugar de Kuwait. 

 La verdadera historia de la vida de Mutairi desde el levantamiento de Qala-I-Jangi hasta el campo de detención militar de Guantánamo y su conversión en un rico ciudadano kuwaití es algo que su equipo de abogados de altos honorarios y el gobierno de Kuwait no desean que se conozca.  La historia de este personaje contradice la ficción que proponen los abogados de Guantánamo y los grupos de derechos humanos, según la cual los detenidos en ese lugar son víctimas inocentes de las circunstancias que fueron arrastrados por el airado fervor antimusulmán que siguió a los ataques del 11 de septiembre y que luego sufrieron abusos y fueron brutalmente torturados por militares norteamericanos.

Mutari fue uno de los doce kuwaitíes capturados en Afganistán y enviados a Guantánamo en el 2002.  Sus familiares contrataron a Tom Wilner y a la prestigiosa firma de abogados Shearman and Sterling ese mismo año.  Casi seguro que la defensa agresiva de Wilner, junto con los serios esfuerzos del gobierno kuwaití, ejercieron la mayor influencia en la solución de todos los casos de combatientes del enemigo tanto en los tribunales como en la opinión pública.  Se considera que la demanda presentada a nombre de ellos, que recibió el nuevo nombre de Basul v. Bush cuando se agruparon tres casos, abrió las puertas al vendaval de litigios que se produjo después.

Según Michael Ratner, abogado radical que dirige el Centro de Derechos Constitucionales (CCR, según sus siglas en inglés), el centro recibió 300 cartas como expresiones de odio cuando la organización presentó el primer caso de un detenido en Guantánamo.  Las espantosas imágenes del 11 de septiembre aún estaban frescas y todavía faltaban tres meses para limpiar de restos humanos y escombros la zona de desastre.  Los abogados de los mejores bufetes no tenían interés en Guantánamo.

Pero en el 2004, cuando los tres primeros casos de detenidos se ventilaron en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, el clima nacional había cambiado. En lo político, el país se encontraba dividido, la elección presidencial había alcanzado su apogeo y John Kerry hablaba de tratar el terrorismo como un delito menor.  Los casos de Guantánamo brindaron a los abogados la posibilidad de atacar las políticas del presidente, hacer discursos heroicos sobre la protección de los derechos de los indigentes y participar en casos legales famosos que sólo tienen lugar una vez en la vida.  El grupo de abogados de Guantánamo se convirtió, de una banda solitaria de abogados activistas que operaban desde una oficina destartalada en Greenwich Village, en una asociación de 500 abogados.  Sobre las firmas prestigiosas que en un principio rechazaban estos casos, Ratner dijo que “había que rechazar a palos a los abogados”. 

Wilner y sus colegas de Shearman and Sterling eran la excepción, aunque aquél ha evadido manifestarse sobre la verdadera naturaleza del papel de su bufete.  A diferencia de los muchos abogados que se unieron más tarde al litigio sin cobrar honorarios, el bufete Shearman and Sterling fue muy bien pagado.  Wilner ha manifestado repetidas veces que las familias de los detenidos insistieron en pagar los servicios del bufete y que los pagos recibidos fueron donados a obras benéficas no especificadas relacionadas con el 11 de septiembre.  Según un informe de prensa, las familias habían gastado a mediados del 2004 $2 millones en honorarios de abogados.  En verdad, funcionarios kuwaitíes confirmaron que el gobierno estaba pagando las cuentas.

¿Cómo Shearman and Sterling consiguieron que los contrataran para esta histórica misión?  Hablando en Seton Hall Law School en el otoño del año pasado, Wilner contó que había visitado las instalaciones de la bahía de Guantánamo en el 2002, meses antes de encontrarse con las familias de los 12 kuwaitíes.  ¿Qué hacía Wilner en Guantánamo más de dos años antes de que Rasul sentara las bases legales para que los abogados tuvieran acceso a los detenidos dentro del campo?  Uno de sus colegas en los asuntos legales relacionados con Guantánamo dijo que un cliente de la industria petrolera había incorporado a Wilner al caso.


Segunda Parte


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Traducido por Félix de la Uz.

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