En defensa del neoliberalismo

 

Lecciones a aprender

 

Victor Davis Hanson

Primero, los terroristas del Medio Oriente apuntaron a los israelíes. Desde 1967 hemos visto 40 años de bombas, de asesinatos de niños, de secuestro de aviones, de ataques suicidas y de tiroteos gratuitos. En Occidente generalmente derramamos lágrimas de cocodrilo y luego inventamos todo tipo de razones para excusar a los asesinos del Medio Oriente.

Yasser Arafat, que habló en Naciones Unidas con una pistola al cinto era un “moderado” y pudo robar millones impunemente. Se decía que si Hamas recibiera dinero en efectivo de Europa, se volvería razonable, aislaría su brazo armado y acabaría con sus linchamientos y su vigilantismo.

Cuando algunos trataron de explicar que las guerras de 1947, de 1956 y de 1967 no tenían nada que ver con Margen Occidental, sus palabras fueron recibidas con indiferencia.

Cuando se señalaba que los alemanes no estaba volando polacos para recobrar las partes perdidas del este de Prusia ni los tibetanos estaban mando kamikazes a las ciudades chinas para recuperar su país, esas analogías eran caricaturizadas.

Cuando estaba de moda hablar del “derecho a regresar” de los palestinos nadie se preocupaba de que medio millón de olvidados judíos habían sido expulsados de Siria, Irak y Egipto, y perdido propiedades por miles de millones de dólares.

Cuando Naciones Unidas y la Unión Europea hablaban de los “campamentos de refugiados” a nadie se le ocurría preguntar por qué durante medio siglo el mundo árabe no pudo construir viviendas decentes para sus hermanos mi por qué un millón de árabes votaban libremente en Israel pero ninguno podía hacerlo en ningún país árabe.

La cerca de seguridad se convirtió en “El Muro” evocando calumnias de que era análogo a las barreras en Corea y Berlín. En realidad, éstas habían sido construidas no que nadie entrara sino para que nadie saliera. Pocos se preguntaron por qué árabes que querían destruir a Israel tendrían tanto interés en poder vivir o visitar Israel.

En todo caso, antisemitismo, petróleo, miedo al terrorismo, todo eso y más nos hizo creer que los problemas de Israel estaban confinados a Israel. Así fue que terminamos con una utópica Europa favoreciendo una cleptocracia premoderna dirigida por terroristas por sobre la democracia liberal de Israel. Los judíos, pensábamos, se habían metido con un avispero así que ahora tenían que pagar las consecuencias.

En Estados Unidos nosotros pretendíamos ser “el intermediario honesto.” Tras los acuerdos de Camp David tratamos de ser un intermediario entre las partes, ignorando que una de ellas había creado una sociedad liberal y democrática mientras que la otra seguía bajo el dominio de una pandilla tribal.

Miles de millones de dólares fueron a estados cercanos como Jordania y Egipto. El mismo Arafat consiguió decenas de millones aunque nunca nada de esa ayuda se convirtió en casas, carreteras o plantas eléctricas para su pueblo. 

Luego los islamistas le declararon la guerra a Estados Unidos. Entonces vino un curto de siglo de asesinatos de americanos en el Líbano, Arabia Saudita, Somalia, el primer esfuerzo por volar el World Trade Center y el ataque contra  el USS cole.

Le dimos miles de millones de los jordanos, a los palestinos y a los egipcios. salvamos a Afganistán de los soviets le devolvimos la independencia a Kuwait tras la anexión de Saddam, y la fuerza aérea de EEUU detuvo el holocausto de bosnios y kosovares. Le dimos la bienvenida en EEUU a miles de árabes y permitirnos que desde cientos de madrasas y de mezquitas se predicara el odio sectario, la intolerancia, el antisemitismo y la yihad. 

Luego vino el 11 de septiembre y la casi instantánea canonización de Osama bin Laden.

Y, súbitamente, las críticas baratas contra el Israel asediado dejaron de ser tan baratas. Era más  fácil criticar a los israelíes que entraron en Jenin que a los americanos que entraron en Faluja.

Era fácil criticar como los israelíes investigaban a los árabes que vivían entre ellos pero súbitamente descubrimos que algunos residentes en nuestro propio país estaban hacienda bombas, hacienda peregrinaciones yihadistas a Afganistán y planificando operaciones terroristas.

Aparentemente, el odio de los fundamentalistas islámicos no era solo contra la “ocupación” de la Margen Occidental.  Tenía que ver con la presencia americana protegiendo Arabia Saudita de otro ataque iraquí, con el boicot de Irak de Naciones Unidas, con el derrocamiento de los talibanes y de Saddam y, ¿por qué no? también tenía que ver con las Cruzadas y la Reconquista de España.

Pero se suponía que Europa fuera diferente. A diferencia de Estados Unidos era pro-árabe en  el Medio Oriente y se había desarmado tras la Guerra Fría. La Unión Europea era pacifista, socialista y llena de remordimientos de conciencia por su pasado colonialista.

Millones de musulmanes no asimilados permanecieron aislados en los guetos europeos, libres  para proclamar todos los odios que les parecieran.  La conspiración para matar a Salomón  Rushdie, hablar de liquidar “los monos y los puercos,” la distribución de Mein Kampf y los Protocolos de los Sabios de Sión o conspirar desde ciudades de Francia y Alemania como volar el Pentágono y el World Trade Center, todo eso, en realidad, no tenía que ver con nosotros y, de alguna extraña forma, se pensaba que garantizaba la seguridad de Europa.

Pero la carta ganadora siempre era oponerse a Estados Unidos.  El antiamericanismo era popular en las calles de Madrid, Roma, París, Londres y otras capitales del Occidente “bueno.”

Pero luego vino el ataque contra Madrid y que, tras la bochornosa retirada de Irak, se siguiera conspirando contra jueces y trenes españoles.

Seguramente, Holanda sería una excepción. La Holanda del famoso Ámsterdam donde todo el mundo hace lo que quiere y los fundamentalistas islámicos pueden odiar en paz. Luego vino el asesinato de Theo Van Gogh y las amenazas contra el parlamentario Hirsi Ali nunca seguidas de excusas sino, por el contrario, de retos y  promesas de más represalias.

Pero ¿no era Gran Bretaña diferente?  Después de todo, a su capital le decían Londonistán  por su hospitalidad hacia todos los musulmanes del mundo. Los imanes radicales predicaban tranquila y abiertamente la yihad contra Estados Unidos porque recibían generosos subsidios de welfare del gobierno de su Majestad. Era Estados Unidos, no la liberal Gran Bretaña, la que evocaba tan comprensible odio.

¿Y ahora qué?

Tras Holanda, Madrid y Londres, los agentes europeos van a Israel pero no para arengar a los judíos en relación con la Margen Occidental sino para recibir asesoramiento sobre como prevenir ataques kamikazes. Y la Ley Patriota, tan propia de cowboys, ya no les parecen tan anti-liberal a los aterrados parlamentos europeos.

Así que se estaba volviendo claro que las carnicerías en Bali, Darfur, Irak, Filipinas, Tailandia, Turquía, Túnez e Irak no estaban tan vinculadas a “comprensibles” y específicas demandas islámicas.

Quizás las matanzas yihadistas no eran sobre la Margen Occidental o sobre la hegemonía de EEUU después e todo sino más bien síntomas de una patología global de jóvenes radicales islámicos echándole la culpa a otros por sus propias auto0inlingidas miserias, convencidos de que atacar a los infieles les conseguiría concesiones políticas, restauraría su orgullo y les probaría a los israelíes, los europeos, los americanos y prácticamente a todo el mundo que, después de todo, los guerreros del Medio Oriente estaban llenos de confianza y de orgullo.

Mientras tanto una cosa extraña sucedió. Resultó que los yihadistas eran unos cobardes y unos bravucones. Los fundamentalistas islámicos dejaban tranquilos al mil millones de chinos pese a que los chinos eran secularistas y en su mayoría ateos, así como implacables para con sus propias minorías uighur. Si bin Laden hubiera emitido un fatwa contra Pekín y hecho chocar un avión contra un rascacielos en Shangai, nadie sabe que hubiera podido hacer una China nuclear.

Tampoco se atrevieron con la India fuera de uno que otro asesinato por fanáticos paquistaníes. Con todo, la India no hace ningún esfuerzo por disculparse con los musulmanes. Cuando los extremistas se amotinan y mata, generalmente se tranquiliza rápidamente antes de la respuesta de una población mucho más colérica e impredecible.

¿Qué podemos aprender de esto?

En primer lugar, que los yihadistas casi nunca apuntan a países por sus políticas exteriores puesto que han hecho ataques yihadistas en los cinco continentes y por consiguiente todos tendrían que tener políticas exteriores injustas.

Lo típico después del ataque contra Londres es el ubicuo portavoz musulmán que, cuando le piden que condene el terrorismo, empieza deplorando los asesinatos, asegurando que no tiene nada que ver con el Islam pero (siempre terminan con el infame "pero") hacen referencias a la Margen Occidental, Israel y todo tipo de factores mitigantes. Casi ningún funcionario religioso o secular declara tajantemente; “El terrorismo islámico es asesinato, es pura y simple maldad. Punto. Para nosotros no hay pero ni condicionales”.

Pensar que los yihadistas sólo iban a tomar como objetivo a Israel eventualmente llevó a ataques contra los Estados Unidos. Suponer que EEUU es el único objetivo garantiza el terrorismo contra Europa. La civilización se une y derrota a la barbarie o se mantiene dividida y es derrotada por ella. Es así de simple. Hace mucho tiempo que Europa debió redescubrir su común herencia con Estados Unidos y compartir su objetivo de erradicar el fascismo islámico.

En segundo lugar, los fundamentalistas son muy selectivos en sus ataques y  en sus odios. Hasta ahora, los yihadistas han evitado los dos mil millones de chinos y de indios pese a que sus países son mucho más duros con los musulmanes que Estados Unidos o Europa. En otras palabras, los fundamentalistas sólo apuntan a los piensan que pueden intimidar o chantajear.

Una inmigración ilimitada, miles de millones a las autocracias árabes, alianzas de conveniencia con dictaduras, acuerdos con terroristas del Medio Oriente, echarle la culpa a los judíos: la civilización lo ha ensayado todo.

Así que es hora de recordar las lecciones de la Guerra Fría cuando vimos a millones de polacos, rumanos, húngaros, alemanes y checos esclavizados por inhumanas dictaduras y una odiosa ideología...

Pero hasta que el Muro no cayó, no mandamos miles de millones de ayuda a los países del este de Europa ni viajábamos libremente a Praga o a Varsovia ni admitíamos millones de búlgaros o albaneses en nuestros países. Y fue por eso que ganamos.

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Víctor Daris Hanson es un historiador militar.

Tomado de National Review

Traducido por AR

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