En defensa del neoliberalismo

 


La encuesta

 

 

 

ADOLFO RIVERO CARO

En Gran Bretaña se hizo recientemente una encuesta sobre quién era el filósofo más importante de la historia. Se presentó una lista de veinte entre los que se encontraban Sócrates, Platón, Aristóteles, Aquino, Hume, Locke, Kant, Nietzche, Wittengstein y Carlos Marx, entre otros. Para sorpresa de muchos, la mayoría consideró que el más importante era Carlos Marx. El alemán derrotó a David Hume, el filósofo escocés escogido por la revista The Economist, que quedó en segundo lugar.

En realidad, la importancia de los filósofos griegos, particularmente de Sócrates, Platón y Aristóteles está por encima de toda discusión. Estos hombres están entre las principales fuentes de la civilización occidental desde hace más de dos mil años. La costumbre de hacernos preguntas sobre los fenómenos y tratar de buscarles una respuesta racional no es nada ''normal'' ni ''natural''. Otras culturas tienen explicaciones míticas y no pretenden explicarse los fenómenos como una serie de relaciones de causa y efecto. Nosotros lo hacemos porque estamos seguros de que la realidad es racional y que nuestro pensamiento puede llegar a conocerla. Pero fueron los filósofos griegos entre los siglos V y IV antes de Cristo, los primeros en pensar así.

Aristóteles, por ejemplo, no fue un excelente lógico, sino que inventó la lógica formal. Mil quinientos años después de su muerte, ejerció una influencia decisiva sobre el pensamiento de Santo Tomás de Aquino (1225-1272). Aquino, por su parte, ha estado en el centro mismo del pensamiento católico desde hace más de 700 años. ¿Cómo comparar esto con la importancia de cualquier filósofo contemporáneo? La herencia de estos filósofos, a través de la cultura romana, ha conformado nuestra forma de pensar. En tal medida que ya ni siquiera nos damos cuenta. Algo similar nos pasa en relación con pensadores como John Locke (1632-1704) y David Hume (1711-1776), arquitectos de la sociedad liberal que a nosotros también nos parece ``natural''.

Los resultados de la encuesta no debían ser tan sorprendentes. Nuestra óptica está deformada por la cercanía y, en nuestro tiempo, Marx ha sido importante. Su principal aporte, investigar el papel de las relaciones de producción en cualquier análisis histórico, ha demostrado ser fecundo. A Marx le debemos parte de nuestro lenguaje como son las frases ''moral pequeñoburguesa'', ''superestructura'', ''relaciones de producción'' y ''lucha de clases'', entre muchas otras. Sin contar con que Lenin, su más importante discípulo, nos aportó el famoso ''imperialismo'' y la popular ''oligarquía financiera'', sin las que la mayoría de nuestros intelectuales no podría pensar.

Dicho esto, los dislates teóricos de Marx son famosos. El capital, su obra fundamental, se basa en una teoría del valor errónea y descartada por todos los economistas posteriores. El autor del Manifiesto comunista entendía que la misión de su vida era anunciar una revolución proletaria que nunca se produjo.

El mesianismo marxista no conduce a nada. La experiencia muestra, sin embargo, qué pueden hacer los gobiernos para facilitar el enriquecimiento de la sociedad. En este sentido, hay importantes estudios como el Indice de la libertad económica de la Heritage Foundation (www.neoliberalismo.com) donde se miden 10 indicadores para determinar cuáles son las políticas más conductoras a la prosperidad de las naciones. No son ningún misterio y no tienen nada que ver con Carlos Marx y sus atavismos colectivistas. Muy por el contrario, todos están relacionados con la libertad individual.

Entonces, ¿por qué ha sido tan influyente un pensador tan equivocado? La respuesta parece ser que las ideas de Marx le ofrecen a la humanidad un punto de vista sobre el mundo en su conjunto. Gracias a él, muchos creen poder explicarse complejos fenómenos sociales que no han estudiado y de los que nada saben. Por otra parte, muchas personas están resentidas contra la forma en que ha sido tratada por la vida. No le encuentran explicación al hecho de que, siendo personas decentes y trabajadoras, no puedan salir de la pobreza y de una desesperada lucha por la supervivencia. Marx les dio una explicación tan convincente como falsa. Les dijo que hay un grupo social culpable de todas nuestras desgracias: los ricos, los poderosos, los empresarios, los burgueses. Esa, justamente, es la clave de su popularidad. Marx racionaliza el resentimiento. Y sus ideas son un arma formidable en manos de los demagogos.

¿Creen mis lectores que en nuestros institutos y universidades se estudia mucho la filosofía griega? ¿Creen que es obligatorio conocer el pensamiento de Locke, de Hume, o de Adam Smith, los arquitectos de la sociedad liberal en que vivimos? Todos sabemos que no. Pero si se estudian poco y, por consiguiente, no se les conoce bien, ¿por qué extrañarnos de que no se les dé importancia? A quien se estudia incansablemente es a Marx y a los pensadores influidos por él. ¿Por qué extrañarnos entonces de que tanta gente considere importante a quien no fue sino un profeta fallido y una especie de Nostradamus de la economía?

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