En defensa del neoliberalismo

 

Cincuenta años

 

 
ADOLFO RIVERO CARO

Esta semana se cumplen 50 años del informe secreto de Nikita Jruschov ante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS. El evento se inició (¡cuán apropiadamente!) un 14 de febrero, Día de los Enamorados. Diez días después, los delegados tuvieron que afrontar un inesperado huracán político: Nikita Jruschov, secretario general del PCUS, intervino durante cuatro horas haciendo la crítica al ''culto de la personalidad'' de Stalin. Es difícil imaginar ahora el nivel de admiración que la figura de Stalin despertaba por aquella época en el movimiento comunista internacional y en toda la izquierda. En el mundo occidental, los pocos académicos, como Richard Conquest, que habían denunciado sus crímenes, eran calumniados y marginalizados.

No le había sido fácil a Jruschov suceder a Stalin. A la muerte del viejo dictador, el dirigente soviético que más poder tenía en sus manos era Lavrenti Beria, el ministro del Interior. Pocos personajes más siniestros. Baste decir que gustaba de asesinar personalmente a los dirigentes purgados rompiéndoles el cráneo con una cachiporra rellena de plomo. También era famoso por rondar en su limosina alrededor de los colegios e institutos de Moscú en busca de jovencitas que le llamaran la atención. Señalaba las que le gustaban y luego sus oficiales se encargaban de secuestrarlas y llevárselas a sus oficinas, donde las violaba. ¿Ante quién podían protestar ellas o sus familiares? ¿Ante los organismos dirigidos por el propio Beria, mano derecha de Stalin? En este sentido, el actual ministro del Interior de Cuba, Abelardo Colomé Ibarra (``Furry''), es el heredero indirecto de Beria. No porque tenga su misma catadura moral sino porque ocupa el mismo espacio político dentro de un mismo sistema totalitario. En ausencia de un estado de derecho, si no hace lo mismo que Beria es porque no quiere, no porque no puede. En la lucha por el poder tras la muerte de Stalin, Beria trató de persuadir a Jruschov de participar en un complot contra Malenkov. Esto le permitió a Jruschov convencer a Malenkov de que había que liquidar a Beria. Luego Jruschov reclutó a Voroshilov, Kaganovich y Mikoyan. Beria se sentía seguro, dos divisiones de su ministerio estaban acantonadas en Moscú. Las tropas del Kremlin estaban bajo su mando y el comandante del distrito militar de Moscú, coronel Pavel Artemev, era un antiguo oficial de la NKVD. Los conspiradores tendrían que introducir hombres armados en el Kremlin (donde estaba prohibido entrar armado) y capturar a Beria antes de que éste pudiera reclamar ayuda de sus hombres.

El 26 de junio de 1953, Jruschov convocó una reunión del Presidium del Consejo de Ministros. Artemev fue sacado de Moscú con el pretexto de unas maniobras. En la mañana del 26 de junio, Jruschov llamó por teléfono a su viejo compañero de la guerra Kirill Moskalenko, jefe de las fuerzas de defensa aérea de Moscú y le dijo que reuniera a unos pocos hombres de confianza y esperara su llamada. Moskalenko tenía que traer ''cigarros''. ''¿Me comprendes?'' ''Comprendo'', le dijo Moskalenko. Los cigarros querían decir armas. Moskalenko y sus hombres escondieron sus pistolas en sus sacos y maletines y fueron al Kremlin en un automóvil gubernamental que los guardias del Kremlin temieron registrar. Mientras tanto, Malenkov y Bulganin habían reclutado al mariscal Zukov y a otros cuatro oficiales (entre ellos a Leonid Brezhnev). Todos entraron en el Kremlin en el carro de Zukov.

En medio de la reunión, Malenkov cambió de tema súbitamente y acusó a Beria de haber trabajado para la inteligencia británica. Zukov le gritó: ''¡Arriba las manos!'', mientras Malenkov llamaba a los militares complotados que estaban esperando en el cuarto contiguo. Beria fue sacado del Kremlin en un automóvil, escondido bajo una lona, y llevado al cuartel de la fuerza aérea. Cuatro meses más tarde, el 18 de diciembre, fue sometido a un típico juicio estalinista de seis días. El 24 de diciembre fue condenado a muerte y ejecutado. Hubo que meterle una toalla en la boca para acallar sus gritos. El general A. Batitsky se encargó de darle un tiro en la frente. Tras estas fraternales discusiones, Nikita Jruschov quedaba como el principal líder soviético.

Como dijera Jrushov ante el XX Congreso, el viejo dictador (''Stalin, capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún'', como escribiera Nicolás Guillén) había cometido ''graves abusos de poder''. Durante su gobierno ''arrestos masivos y deportaciones de miles y miles de personas, y ejecuciones sin juicio ni ninguna investigación normal crearon inseguridad, miedo e inclusive desesperación''. Las acusaciones estalinistas de crímenes contrarrevolucionarios habían sido ''absurdas, descabelladas y contrarias al sentido común''. Personas inocentes habían confesado crímenes ''debido a métodos físicos de presión y tortura que los habían reducido a la inconciencia y los habían despojado de su juicio, arrebatándoles su dignidad humana''. De todo esto, Stalin había sido directamente responsable. ''El, personalmente, llamaba a los interrogadores, les daba instrucciones y les decía qué métodos usar. Métodos que siempre eran simples: golpear, golpear y, una vez más, golpear''. Jruschov citó ''inocentes y honrados comunistas'' que habían sido torturados pese a haber confesado sus imaginarios crímenes y haber suplicado clemencia''.

Jruschov, que había sido cómplice de las matanzas estalinistas, se quedaba muy corto. Aún ahora, todo el horror de esa historia, mucho peor que el de la Alemania nazi, sigue púdicamente olvidado. Jruschov, sin embargo, creía que había que romper definitivamente con el terror y que hacían falta rectificaciones y reformas. En realidad, por supuesto, el sistema era irreformable. El XX Congreso del PCUS sólo iniciaba el período final de la revolución comunista rusa.

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