En defensa del neoliberalismo

 

Munich
 

 

¿Qué tiene de malo el último film de Steven Spielberg?
Bret Stephens

Steven Spielberg quiere que usted sepa algo sobre “Munich”, su recién estrenado y controversial recuento de los esfuerzos de Israel por vengar la masacre de sus atletas en los Juegos Olímpicos de 1972: “Trabajé muy duro”, dice, “para que este film no fuera a ser de ninguna manera un ataque contra Israel.”  De ser así, ¿por qué ha provocado entonces tanto disgusto entre los generalmente considerados como “pro Israel”?

Quizás tenga algo que ver con su selección de guionista, Tony Kushner, el escritor traído por Spielberg para reelaborar el guión original de Eric Roth. Kuushner (que, como Spielberg, es judío) cree que la creación del estado de Israel ha sido “una calamidad histórica, moral y política” para el pueblo judío. Cree que la política del gobierno de Israel  ha sido “un sistemático intento por destruir la identidad del pueblo palestino”. Cree que la responsabilidad por hacer la paz entre israelíes y palestinos recae fundamentalmente sobre los israelíes, “porque son mucho más poderosos.” Cree que el Primer Ministro Ariel Sharon es “un criminal de guerra no encausado.”

Quizás tenga que ver con el curioso uso de reflejos “judíos.” En “Munich,” una y otra vez los judíos aparecen contando el costo de cada muerte, hasta el último dólar: $352,000 por un asesinato en Roma; $200,000 por una bomba en París. “Matar palestinos no es exactamente barato”, observa uno de los miembros de un equipo israelí. Un francés que está buscando el paradero de unos hombres buscados elogia al líder del equipo israelí Avner Kauffman (Eric Bana) porque paga “mejor que nadie.” Un oficial del Mossad le advierte a Kauffman no excederse del presupuesto. “Quiero recibos”, le dice.

Quizás tenga que ver con las libertades históricas que Spielberg se toma para hacer la historia. “Venganza”, el libro de George Jonas sobre el que se basa la película, está considerando como una fabricación. Está basado en una fuente llamada Yuval Aviv, que alega ser el modelo para Avner pero que, según las fuentes israelíes, nunca estuvo en el Mossad y no tenía ninguna experiencia en inteligencia más allá de haber trabajado como un inspector para El Al, la aerolínea israelí.

Quizás tenga que ver con la descripción que Spielberg hace de los objetivos palestinos. El primer objetivo del equipo israelí es un hombre mayor, evidentemente buena persona que el público ver por primera vez leyendo una traducción italiana de Sheherezada. El segundo objetivo es un culto diplomático y padre amante. El tercero le ofrece a Avner un cigarro, Avner le paga el gesto haciéndolo volar en pedazos mientras está en la cama. Otro objetivo hace un conmovedor discurso sobre la nostalgia que siente por su patria y la agonía de 24 años de desposesión. No hay nada de malo en presentar a los palestinos – inclusive a los terroristas – como seres humanos complejos. Sin embargo, no se ve a ninguno de estos personajes realizando los terribles actos por los que se han convertido en objetivos, a diferencia de los israelíes del film, que constantemente están realizando actos sucios.

Quizás tenga que ver con los falsos argumentos que los israelíes ofrecen para justificar su venganza. “La única sangre que a mí me importa es la sangre judía”, dice Steve (Daniel Craig), el más macho de los asesinos israelíes. Steve es un judío de Africa del Sur, rubio y de ojos azules, y de alguna forma no nos sorprende que este ario judío exprese los puntos de vistas más racistas. La madre de Avner le da a su hijo una justificación de las ejecuciones diciéndole que el fin justifica los medios: “Lo que haya que hacer”, le dice, “al fin tenemos un lugar sobre la Tierra.” Y luego está la Primer Ministro Golda Meir (Lynn Cohen) que justifica la política de los ajusticiamientos diciendo “olvídense de la paz por ahora, tenemos que ser fuertes”. No importa que en 1972 ni los estados árabes ni la OLP estuvieran dispuestas a vivir en paz con Israel bajo ninguna circunstancia. No importa tampoco que la paz y la fuerza no sean opciones incompatibles.

Quizás tenga que ver con la falsa dicotomía que el film establece entre los ideales judíos y las acciones de Israel. “Toda civilización encuentra necesario negociar compromisos con sus propios valores’’, dice la Golda Meir del film. Y, sin embargo, la Torah y el Talmud están llenos de descripciones de la justificada aniquilación de los enemigos. (Hanuka, por ejemplo, conmemora la victoria de los macabeos sobre el imperio Seléucida.) Es el cristianismo, no el judaísmo, el que aconseja poner la otra mejilla.

Quizás tenga que ver con lo que en Hollyywood se conoce como el “arco de carácter” del héroe. La figura de Avner se presenta en la película como el quinta esencial sabra, el hijo de pioneros sionistas personalmente seleccionado para la misión por la misma Primer Ministro. Pero en lo que sus dudas sobre la misión van creciendo, así aumenta su desilusión con Israel. En un viaje de regreso a Israel, apenas se anima a estrechar la mano de dos soldados que lo felicitan por sus legendarias acciones. Para el final de la película, se ha mudado con su familia para Brooklyn y está convencido de que el Mossad está planeando su asesinato.

Quizás tenga que ver con la escena final del film. Ephraim (Geoffrey Rush), el jefe de Avner en el Mossad, ha venido a Nueva York para pedirle a Avner que “regrese a casa.” Avner rehusa, aparentemente, Israel no es un lugar adecuado para este hombre moralmente sensibilizado. Después, Avner invita a Ephraim a comer con él en su casa. “Parte el pan conmigo”, dice. “¿No es eso lo hacen los judíos?” Ahora es Ephraim el que se niega, como si esas viejas tradiciones ya no le interesaran a los duros israelíes de hoy.

Quizás tenga que ver con la decisión de Spielberg de mostrar la matanza de los atletas israelíes (extrañamente intercalada con una escena sexual de particular vulgaridad) al final de la película en vez de al principio. El efecto es confundir causa y consecuencia; hacer que la matanza parezca una respuesta a las atrocidades de Israel; convertir a Munich en otra etapa del proverbial ciclo de violencia o lo que Spielberg llama de “respuesta a una respuesta.” Spielberg ha dicho que hizo esta película como un tributo a los atletas caídos. Lo que ha conseguido es trivializar su asesinato.

“Si uno parte de un prejuicio”, le dijo recientemente Kushner al diario Cleveland Plain-Dealer, “va a escribir una mala obra de teatro o una mala película.” Ver “Munich” es reconocer la verdad de esta afirmación.

Tomado de The Wall Street Journal
Traducido por AR